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Julio-Diciembre 2010 - Universidad Tecnológica de Panamá

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en que la vi supe que había algo especial en ella,algo fascinante que no pu<strong>de</strong> realmente <strong>de</strong>scifraraquella vez.Llegué al pueblo el domingo 27 <strong>de</strong> marzo <strong>de</strong>2005, con una maleta pequeña llena prácticamente<strong>de</strong> libros y todas aquellas expectativas yemociones que la profesión generaba en mi jovenespíritu <strong>de</strong> 19 años. Era un día soleado y seco, nohabía casi ni nubes en el cielo.Cuando me bajé <strong>de</strong>l autobús que me traía <strong>de</strong>s<strong>de</strong>la ruidosa capital, la madre <strong>de</strong> Marla, Elena y laniña ya estaban en la estación esperando por mí.Me mostré agra<strong>de</strong>cida por la cortesía que mostraronal esperarme, sobre todo porque su casa noquedaba muy lejos <strong>de</strong> allí. De hecho la casa estabaen lugar perfecto, justo en el centro <strong>de</strong>l pueblo,a solo una calle <strong>de</strong>l parque central.Marla era una joven, <strong>de</strong> lo más agradable y cariñosa,hizo todo lo que pudo por hacerme sentirbienvenida, a pesar <strong>de</strong> que casi nunca habíamoshablado antes; gracias a ella la primera semanaresultara menos incómoda <strong>de</strong> lo que me imaginabaque sería.El primer suceso fuera <strong>de</strong> lo normal que notéocurrió el sábado 2 <strong>de</strong> abril. Amaneció como cualquierotro día <strong>de</strong> abril, soleado y seco, y se mantuvoasí hasta eso <strong>de</strong> las once <strong>de</strong> la mañana cuandoel sol quedó oculto tras una nube <strong>de</strong> intenso colorgris. La primera cosa que me llamó la atención fuela mirada extraña, llena <strong>de</strong> preocupación, que ledirigió Elena a su hija mientras tomábamos el <strong>de</strong>sayuno.A medida que la mañana se volvía másnublada Marla parecía estar más pálida y poco apoco aparecían marcas moradas <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> susojos. Marla no daba la impresión <strong>de</strong> una niña quele gustara estar encerrada.– Oye, Marla, por qué no me acompañas ala tienda un rato a comprar un helado, todavía nohe hablado con el encargado <strong>de</strong> ese local para miinvestigación – propuse inocentemente. La cara<strong>de</strong> la niña se iluminó <strong>de</strong> pronto, como lo pensé,estar encerrada en la casa no era mucho su estilo,a<strong>de</strong>más la tienda estaba muy cerca y ambas, flacascomo éramos, cabíamos en un solo paraguasen el caso <strong>de</strong> que empezara a llover.–No es buena i<strong>de</strong>a que Marla salga con esteclima – dijo su madre antes siquiera <strong>de</strong> que ellapudiera respon<strong>de</strong>rme. Era muy raro que Elena semostrara tan sobreprotectora con su hija.–Solo es ir a la tienda mamá – intervino Marla<strong>de</strong> inmediato – no tardaremos… Nada malo va apasar.Me extrañó un poco la cara <strong>de</strong>sesperada <strong>de</strong>Marla, pero no supuse nada extraño.–Te juro, Elena, solamente vamos a la tienda –insistí a favor <strong>de</strong> nuestro pequeño escape – llevaremosel paraguas más gran<strong>de</strong> que tengas.Elena se mostró cautelosa pero al final terminóaccediendo y, cuando mencioné el paraguas másgran<strong>de</strong> que tuviera, ella se lo tomó muy en serio,pues nos dio un paraguas suficientemente gran<strong>de</strong>como para cinco personas.Preferí no mencionarle nada a Marla <strong>de</strong> la extrañareacción <strong>de</strong> su madre y nos fuimos corriendoa la tienda para que no nos agarrara el aguacero.Ninguna <strong>de</strong> las dos teníamos ganas <strong>de</strong> abrir elenorme paraguas que nos dio Elena.Justo cuando llegamos a la tienda empezó acaer este aguacero, que nos era casi imposibledistinguir qué había más allá <strong>de</strong> dos metros <strong>de</strong>don<strong>de</strong> estábamos. Algunas personas quedaronatrapadas <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la tienda como nosotras, entoncesme empecé a arrepentir <strong>de</strong> haber insistidoen venir <strong>de</strong> todas maneras.Marla parecía absorta en la lluvia, en un momentoestiró la mano para tocar las pequeñísimasgotas y, por un instante vi cómo su mano se volvíaazul. ¿Me había vuelto loca? Miré a Marla y ella me<strong>de</strong>volvió una mirada llena <strong>de</strong> pavor, yo le sonreícomo si no hubiera visto nada, y es que, ¡No pu<strong>de</strong>haber visto algo!Después <strong>de</strong> un rato <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> llover y nos regresamosa la casa <strong>de</strong> inmediato, pues Marla estaba muycansada (no sé <strong>de</strong> qué) y no podía mantenerse <strong>de</strong>pie sin quedarse dormida. La excusa que me diofue la falta <strong>de</strong> sueño <strong>de</strong> la noche anterior. En mi cabezaempecé a or<strong>de</strong>nar un plan lógico: Marla teníaojeras y estaba pálida porque no había dormidobien la noche anterior, y su madre no quería quesaliera por eso. ¿Y la mano azul? Nunca hubo ningunamano azul, todo estaba en mi imaginación.115

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