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Julio-Diciembre 2010 - Universidad Tecnológica de Panamá

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El día<strong>de</strong> lasmoscasp o r Ro b e rto Pérez-Fr a n c oa García MárquezCuando la tercera mosca cayó en su taza<strong>de</strong> café, Ceferino se <strong>de</strong>cidió a romper finalmenteel silencio.—Ya no se aguantan las moscas en estacasa.Aunque habló en el mismo tono cortanteque había venido usando por años, le pareciónotar algo nuevo en su propia voz. El trío <strong>de</strong>moscas seguía girando sobre el espiral <strong>de</strong> espuma,batiendo sus patitas negras como undiminuto ballet fúnebre. Ceferino repasó ensu mente el sonido <strong>de</strong> sus palabras. No habíahablado en meses, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la última pelea consu mujer. Tal vez la falta <strong>de</strong> ejercicio <strong>de</strong> suscuerdas vocales las había atrofiado.Licha siguió impávida, <strong>de</strong>sayunando frentea él sin prestarle atención. Ni el más pequeñocambio en su expresión contrariada acusabarecibo <strong>de</strong>l comentario. «Se habrá quedado sordala vieja», pensó el marido, contemplándolacon ojos torvos. Ella arrancaba un pedacito <strong>de</strong>pan tostado, lo restregaba contra la yema <strong>de</strong>lhuevo frito y se lo llevaba a la boca. Masticabarepetidamente cada bocado, mirando el reloj<strong>de</strong> péndulo <strong>de</strong> la pared, ignorando al maridocomo lo había venido haciendo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacemucho.Ceferino revisó el termo <strong>de</strong> café: estaba vacío.Así que tomó el tenedor con que se habíaservido su mujer el huevo, lo limpió conla servilleta y sacó una a una las tres moscas<strong>de</strong> su taza. Esa era su <strong>de</strong>sayuno: una taza <strong>de</strong>café con leche. Su mujer se había preparado,como todos los días, un huevo frito, varias tiras<strong>de</strong> tocino, dos tostadas y unos cortes <strong>de</strong>queso fresco. Pero él sólo tenía un café y hastael mediodía no probaba bocado. Así <strong>de</strong> triste,pensó, era su vida.Licha vio a su marido poner las moscasempapadas sobre el mantel. Con el mismoesfuerzo hubiera podido ponerlas sobre laservilleta que tenía junto al plato. O en el plato<strong>de</strong>l café. O en el basurero. Pero no. Lo viocolocar el tenedor, sucio <strong>de</strong> moscas, en el plato<strong>de</strong> ella. La cortesía básica requería que élbuscara un tenedor limpio, pensó ella, o quecomo mínimo fregara éste antes <strong>de</strong> <strong>de</strong>volvérselo.Pero no. Ahí quedó el tenedor mosqueado,chorreando aquel líquido impuro al lado<strong>de</strong> su tocino.97

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