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Julio-Diciembre 2010 - Universidad Tecnológica de Panamá

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una enorme ola los aplastó contra el fondoseparándolos, arrollándolos, succionándolosmar a<strong>de</strong>ntro en la resaca. Laura alcanzó lasuperficie. Intentó gritar pero no pudo. Teníala boca y la garganta llenas <strong>de</strong> agua salada yestaba enloquecida <strong>de</strong> terror. Otra ola gigantela cubrió, la sacudió en sus fauces como sifuera una muñeca <strong>de</strong> trapo, la sumergió <strong>de</strong>nuevo y entonces sí, ella gritó y el mar entró asu boca y a sus narices entorpeciendo el aullido.Los segundos se dilataron, se volvieronhoras mientras ella agitaba piernas y brazosconvulsivamente. De pronto, un pie tocó laarena y se orientó en un mundo <strong>de</strong> arriba yabajo, <strong>de</strong> planos separados <strong>de</strong> agua y aire.Luchó a ciegas por alcanzar la playa y selanzó sobre el reflujo <strong>de</strong> una ola agarrándosea la arena. Levantó la cabeza, aturdida. Divisóa Juan Carlos a unos cuantos metros <strong>de</strong> distanciahaciendo esfuerzos por levantarse ysalió tambaleándose, a su encuentro.Se besaron <strong>de</strong>sesperadamente y se tumbaronsobre la playa. Estaban magullados yadoloridos.–Qué susto –dijo Laura –, te juro que creíque me moría.–Yo también. Todo <strong>de</strong>be haber durado unminuto, pero sentí que eran siglos y qué cosacuriosa, <strong>de</strong> repente perdí el miedo, pensé quequé manera más idiota <strong>de</strong> morir y vi cómotoda mi vida <strong>de</strong>sfilaba ante mí.–Lástima que no viste la luz ver<strong>de</strong>.Juan Carlos sonrió y no dijo nada.–Lo increíble –cambió ella <strong>de</strong> tema –, esque tragué toneladas <strong>de</strong> agua y ahora nosiento nada en los pulmones.–Yo tampoco, la <strong>de</strong>bemos haber vomitadosin darnos cuenta.–Podríamos habernos muerto –abrió Lauragran<strong>de</strong>s los ojos –, juro que no vuelvo a metermeal mar.–Después <strong>de</strong> semejante susto –hizo JuanCarlos una mueca y se estremeció –, lo quemás necesito en este mundo es un trago fuertepara brindar a la vida. ¿Qué te parece si volvemosal bar?Se incorporaron con dificultad y caminando<strong>de</strong>spacio se dirigieron hacia allí. Las bebidaslos estaban esperando en la mesita.–Qué rico sabe este ron –dijo Juan Carlos –,más rico que hace unos minutos.–Tenés razón –, tiene como un sabor másintenso.–En cambio la música –torció Juan Carlosel rostro –, me golpea los oídos. Le diré al camareroque la ponga más baja.Se levantó, fue hasta el mostrador y pidióque la bajaran. No hubo caso. <strong>Julio</strong> Iglesias seguíacantando a voz en cuello.–Estaba mirando esta rodajita <strong>de</strong> limón–dijo Laura cuando volvió Juan Carlos –, nuncame había dado cuenta <strong>de</strong> este ver<strong>de</strong> iridiscenteque tiene el limón. Parece mentira quesólo hasta ahora lo haya <strong>de</strong>scubierto.–Es como si <strong>de</strong> pronto todo se hubiera intensificado–dijo Juan Carlos –, mirale la caraal mesero. ¿Te habías dado cuenta <strong>de</strong> la enormetristeza y <strong>de</strong> la rabia que ese rostro encierra?Laura levantó la vista <strong>de</strong> la rodaja <strong>de</strong> limón yla fijó en el rostro <strong>de</strong>l mesero que les servía a losotros dos parroquianos en la mesa <strong>de</strong> al lado.95

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