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Julio-Diciembre 2010 - Universidad Tecnológica de Panamá

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El impostor que noquiso serloPo r Lu p i ta Qu i r ó s At h a n a s i a d i sDoña Florence Fogarty, una encantadoradama inglesa, poseedora <strong>de</strong> una inmensafortuna, era una anciana que se sentía muysolitaria a pesar <strong>de</strong> vivir ro<strong>de</strong>ada <strong>de</strong> una grancantidad <strong>de</strong> sirvientes en su lujosísima mansión.Sus pensamientos más felices los teníacuando imaginaba el regreso <strong>de</strong> su único pariente:un nieto <strong>de</strong>saparecido en combate,<strong>de</strong>l cual solamente guardaba una foto, conservando,in<strong>de</strong>leble, el recuerdo <strong>de</strong> la últimavez que lo vio cuando éste tendría unos cuatroaños.Ella estaba ahora en el inverna<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> suhermoso jardín don<strong>de</strong> pasaba algunas horasdiarias cuidando <strong>de</strong> orquí<strong>de</strong>as y tulipanes.Este entretenimiento le producía alivio a susoledad y, a<strong>de</strong>más el cultivo <strong>de</strong> las flores lehabía merecido reconocimientos internacionales.A su lado estaba su querida mascota:un avispado perrito fal<strong>de</strong>ro.Sus viejas manos acomodaban una plantamientras recordaba a Emilie, la hija, quienantes <strong>de</strong> embarcarse con aquél “bueno paranada” <strong>de</strong> su marido americano, y llena <strong>de</strong> furiale gritó:—Tú siempre has querido mandar en mivida, mamá, y piensas que tus <strong>de</strong>cisiones sonlas únicas correctas. Pues me voy con mi esposoy mi hijo y te prometo que ya nunca másnos verás.Emilie había continuado hablando, peroFlorence ya no la escuchaba, sólo veía losojos llorosos <strong>de</strong> Ernest, su nieto adorado, elcual en un último arrebato infantil se zafó <strong>de</strong>la mano <strong>de</strong> su madre y corrió a abrazar a laabuela, quien lo apretó contra su pecho. Todavíallevaba ese recuerdo prensado, adherido-pensaba Florence con tristeza-, porque seaferraba a la ilusión <strong>de</strong> volverlo a ver, aunque<strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquél momento habían pasado veinticuatroaños.Durante ese tiempo, Emilie cortó toda comunicaciónentre ellas hasta que, dos añosatrás y <strong>de</strong>sahuciada por los médicos que lediagnosticaron una enfermedad terminal, escribióuna carta a su madre y le pidió que tratara<strong>de</strong> encontrar a su hijo Ernest. A pesar <strong>de</strong>que el ejército le informó que había <strong>de</strong>saparecidoen combate, nunca se había encontradosu cuerpo. Emilie le adjuntaba una foto <strong>de</strong>lnieto vestido con uniforme militar.Florence escribió numerosas cartas e hizoincontables llamadas trasatlánticas al Ejército<strong>de</strong> los Estados Unidos, pero sólo recibía negativas:nadie sabía nada sobre su para<strong>de</strong>ro. Sinembargo, ella no se resignó: su nieto <strong>de</strong>bía estaren alguna parte. Finalmente, <strong>de</strong>sesperadaen su intento <strong>de</strong> dar con él contrató los servicios<strong>de</strong> un <strong>de</strong>tective a quien prometió unaconsi<strong>de</strong>rable suma <strong>de</strong> dinero si se <strong>de</strong>dicaba,<strong>de</strong> manera exclusiva, a encontrar al nieto ausente.El primer informe que éste obtuvo fuemuy triste: efectivamente, su hija Emilie habíamuerto poco <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> enviar la misiva.De ese suceso hacía siete meses. En estemomento Florence Fogarty estaba en el inverna<strong>de</strong>rodon<strong>de</strong> aguardaba a Stevens, el investigador,el cual arribaría en cualquier momento.Des<strong>de</strong> allí vería la llegada <strong>de</strong>l automóvil.Estaba tratando <strong>de</strong> dominar, estoicamente,el revoloteo que sentía en su viejo corazón, apartir <strong>de</strong> cuando éste le informó que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> ellugar en don<strong>de</strong> se encontraba no podía darlemuchos <strong>de</strong>talles, pero que había dado con él.Mientras conducía hacia la casa <strong>de</strong> suclienta Stevens sonreía, consi<strong>de</strong>raba que habíasido una investigación muy ardua la en-91

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