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Julio-Diciembre 2010 - Universidad Tecnológica de Panamá

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Le dio un buenos días cordial aunque precipitadoe hizo como que corría para esquivarla.Una vez a salvo, alentó los pasos y lanzó unsuspiro <strong>de</strong> alivio. Esta vez no tomaría la calleprincipal, no quería ver las mismas casas y lasmismas caras <strong>de</strong> todos los días. Se iría por unatajo, la callecita solitaria <strong>de</strong> Dolores que <strong>de</strong>sembocabatambién en el jardín central. Eranecesario un cambio <strong>de</strong> vez en cuando; verotras miradas, escuchar voces distintas en el“buenos días, señorita Aurelia”. Aunque esacalle tenía muchas historias. “Puros chismes”,<strong>de</strong>cía doña Roque, “pero mejor no caminespor allí”. A Aurelia le tenía sin cuidado lo que<strong>de</strong>cía la gente.Ocupada en sus pensamientos no habíanotado que ya había llegado a la mitad<strong>de</strong> la calle. Tuvo que <strong>de</strong>tenerse para <strong>de</strong>jarle elpaso a un joven que salía <strong>de</strong> una casa cargandouna cazuela con algo caliente. Entró en lapuerta contigua. Aurelia se quedó frente alportón abierto. Era extraño, no sabía que habíavuelto a ocuparse esa casa. Una muchachacon un <strong>de</strong>lantal blanco ponía unos mantelesa cuadros, platos y cubiertos en las mesas dispuestasen la pequeña estancia. En una <strong>de</strong>ellas, una anciana <strong>de</strong> ojos cansados, limpiabacon paciencia un puño <strong>de</strong> frijoles negros. Lessoplaba y sacaba las piedras y basurilla paraapartarlas en un montoncito a un lado. Sin salir<strong>de</strong> su asombro, Aurelia levantó la mirada:Posada El Porvenir, <strong>de</strong>cía un letrero. No habíaoído que nadie la mencionara en el pueblo,seguramente la acababan <strong>de</strong> abrir. Al fin tendríaun nuevo lugar en don<strong>de</strong> comer con unsazón diferente al <strong>de</strong> doña Roque, pensó conemoción; podría conversar con alguien quetal vez viniera <strong>de</strong> otra parte y le contara loque sucedía fuera <strong>de</strong>l pueblo. La plática conlos huéspe<strong>de</strong>s se había vuelto tan aburrida,era ya un hábito más en su vida . Con una miradasonriente, la anciana la invitó a pasar y lehizo una señal con la mano para que entrara.“Gracias”, balbuceó Aurelia asintiendo con unmovimiento <strong>de</strong> cabeza y antes <strong>de</strong> reanudarel camino vio que la casa tenía el número 40.Ese mismo día vendría a comer, se dijo con elentusiasmo <strong>de</strong> quien espera un cambio en suvida, antes <strong>de</strong> que la vejez le sorprenda en latan temida inmovilidad.No pudo escuchar la misa con atención.Sería que la voz monótona <strong>de</strong>l padre Lucianoy el sermón que había oído una y otra vez yano le <strong>de</strong>cían nada. El acólito sonó la campanatres veces, “Señor, yo no soy digna <strong>de</strong> quevengas a mí” y repentinamente volvía a asaltarlala imagen <strong>de</strong> esa casa, número 40, ¿quéno era don<strong>de</strong> había vivido doña Daría?, y lataquicardia que no la <strong>de</strong>jaba estar, “pero unapalabra tuya”…No, hoy no comulgaría, teníados semanas <strong>de</strong> no confesarse, para qué siel padre Luciano siempre le <strong>de</strong>jaba la mismapenitencia, hasta parecía que mientras ella le<strong>de</strong>cía sus pecados, él se quedaba medio dormido,pues es que ya se los sabía <strong>de</strong> memoriay qué pecados iba a tener en ese pueblo miserableen don<strong>de</strong> nunca pasaba nada. “Podéisir en paz”… Salió <strong>de</strong> prisa para ahorrarse lossaludos obligados. Tenía que ir a darles <strong>de</strong> comera los canarios y al cenzontle y a terminar<strong>de</strong> tejer las carpetas para doña Serafina, necesitabaesos centavitos para comprar más estambrey cumplir con los pedidos que tenía.Ah, y avisarle a doña Roque que esa tar<strong>de</strong> nocomería en casa. Se encaminó nuevamentepor la calle <strong>de</strong> Dolores, pasaría otra vez porel mismo lugar para mirar bien esa posada.Cuando llegó al número 40 se <strong>de</strong>tuvo en seco.Un sudor frío le bañó la frente y la estremecióhasta los pies. ¿Estaría volviéndose loca? Laspalpitaciones le apretaron la garganta. Pero siacababa <strong>de</strong> estar allí hacía apenas una hora.No había ninguna señal <strong>de</strong> vida, era sólo unacasa abandonada, sí, ésa había sido la casa<strong>de</strong> doña Daría, pero seguramente alguien lahabía comprado para poner la posada… Le-79

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