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Julio-Diciembre 2010 - Universidad Tecnológica de Panamá

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sus pensamientos sobre las escenas que estabapresenciando se echaron a trotar con ciertaparsimonia, pero no tardaron en transformarseen <strong>de</strong>sbocado galope.Impulsivamente, Don Macario interrumpióla juerga <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> los lugareños con el propósito<strong>de</strong> <strong>de</strong>spejar algunas <strong>de</strong> las interrogantesque lo asediaban y mantenían en un estado <strong>de</strong>soberana confusión:—Dígame, buena señora, ¿qué fiesta es éstaque con tanto entusiasmo y pompa se está celebrando?—Usted, por lo visto, es afuerino, caballero.Se le nota por la vestimenta y, en particular,porque es el único que anda con caites – respondió,<strong>de</strong>jando escapar una sonrisita estrangulada.—Lo que usted dice es la merísima verdad.Aquí sólo yo llevo sandalias y ropa hecha <strong>de</strong> sacos<strong>de</strong> harina, como es la costumbre en todaslas otras localida<strong>de</strong>s rurales <strong>de</strong>l país.—Mire, le voy a <strong>de</strong>cir la verdad, señor forastero.Hace ya casi cuatro años que nosotrosnos vestimos así, con galas hechas en la capitalo en el extranjero. Por estos lados, los caitesya pasaron a la historia. Nosotros, como ha podidover, calzamos botas, botines, mocasines yzapatos <strong>de</strong> tacón alto <strong>de</strong> los mejores cueros ylos más lindos estilos.—Sí -dijo lacónicamente el cronista-, ya lohabía notado. Y agregó: ¿Y <strong>de</strong> dón<strong>de</strong> han sacadoel dinero para mercar todas esas cosas, siaquí, por lo que he podido apreciar, nadie trabaja?Y la señora, con gran <strong>de</strong>rroche <strong>de</strong> cinismo, lerespondió claro y pelado:—Perdone usted, buen señor, pero hoy endía, como usted <strong>de</strong>bería <strong>de</strong> saber, gran parte<strong>de</strong> los pobladores <strong>de</strong> nuestro villorrio viveen Estados Unidos y en otros lugares, y todosellos son tan generosos que nunca se olvidan<strong>de</strong> mandarnos dinero religiosamente. Ahora,seamos francos, y dígame usted, ¿para qué<strong>de</strong>monios tendríamos nosotros que laborarcomo antes si la plata nos llega puntualmenteen esas abundantes remesas? ¿No le parece austed que sería una tontería ponernos ahora alabrar la tierra y hacer tantos esfuerzos físicosque, por lo <strong>de</strong>másaseguran los entendidos queson tan malos para la salud? Cuando necesitamosmano <strong>de</strong> obra, la traemos <strong>de</strong> afuera; pero,eso sí, ninguno <strong>de</strong> los que somos <strong>de</strong> por aquíse rebaja a hacer esas labores. En esta villa <strong>de</strong>Dios, el único idiota oriundo <strong>de</strong> este lugar quetrabaja es Fulgencio Aguirre....Mírelo, ahí va. Esel limpiabotas <strong>de</strong>l pueblo... Dicen que está trastornado....No había terminado <strong>de</strong> cerrar la boca la señorainterpelada cuando Don Macario la <strong>de</strong>jóplantada ahí mismo y a paso acelerado salió adarle cacería al tal Fulgencio. Y tan pronto loalcanzó, entabló con él el siguiente diálogo:—Buenas tar<strong>de</strong>s, amigo. Disculpe, no soy<strong>de</strong> por aquí...Me llamo Macario Cárcamo.—¿Dijo usted que se llamaba Macario Cárcamo?¿El famoso Don Macario, cronista <strong>de</strong> Cojontepeque?—El mismo; pero lo <strong>de</strong> famoso, no sé. Esosí, yo soy Macario Cárcamo, cronista oficial <strong>de</strong>Cojontepeque, para servirle.Fulgencio, hombre <strong>de</strong> rostro endurecidopor los obstinados reveses <strong>de</strong> la vida, resultóser una persona <strong>de</strong> fácil conversación y <strong>de</strong> palabradirecta.—Yo he oído hablar muy bien <strong>de</strong> usted. Séque no quiere que le limpie los zapatos, porquelos caites, como los que usted lleva puestos,nadie los lustra... Dicen que usted, con sussabios cuenteretes, sabe arreglar cualquierenredo...¿En qué puedo servirle?—Según me acaba <strong>de</strong> contar una señora,fuera <strong>de</strong> usted, aquí todos son enemigos <strong>de</strong>ltrabajo porque con las remesas que vienen <strong>de</strong>lextranjero tal cosa se vuelve innecesaria.—No le han mentido, Don Macario. Es la purísimaverdad.75

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