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Revista - ipnusac

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Año 2 - Edición 34 - Agosto/ 2013<strong>Revista</strong>Análisis de laRealidad Nacional59de Naciones Unidas). Sociedades donde transcurrieronmonstruosas guerras civiles en la década de los 80 delpasado siglo –guerras contrainsurgentes, expresión calientede la Guerra Fría, y en el caso de Nicaragua, guerra a partirde la contrarrevolución antisandinista– que dieron lugar aprocesos de post guerra donde no hubo ni culpables de lasatrocidades vividas ni medidas de reparación para atenderlas secuelas derivadas de tanto dolor. Sociedades, endefinitiva, estructuradas enteramente en torno a la violenciacomo eje definitorio de todas las relaciones: patriarcales,racistas, machistas, excluyentes; sociedades donde todavíafunciona el derecho de pernada y donde la noción de “finca”(el feudo medieval) es parte de la cultura dominante (cuandoalguien es llamado responde “¡mande!” en vez de “usteddirá”).Las maras empiezan a surgir para la década de los 80del siglo pasado, aún con todas esas guerras en curso.En un primer momento fueron grupos de jóvenes desectores urbanos pobres que se unían ante su estructuraldesprotección. Hoy, ya varias décadas después, son muchomás que grupos juveniles: son “la representación misma delmal, el nuevo demonio violento que asola el orden social, losresponsables del malestar en Centroamérica”…, al menossegún las versiones oficiales.No cabe ninguna duda que las maras son violentas; negarlosería absurdo. Más aún: son llamativamente violentas, aveces con grados de sadismo que sorprende. No hay queperder de vista que la juventud es un momento difícil en lavida de todos los seres humanos, nunca falto de problemas.El paso de la niñez a la adultez, en ninguna cultura y enningún momento histórico, es tarea fácil. Pero en sí mismo,ese momento al que llamamos adolescencia no se liga porfuerza a la violencia. ¿Por qué habría de ligarse? La violenciaes una posibilidad de la especie humana en cualquiercultura, en cualquier posición social, en cualquier edad. Noes, en absoluto, patrimonio de los jóvenes. De todos modos,algo ha ido sucediendo en los imaginarios colectivos enestos últimos años, puesto que hoy, al menos en estos paísesde los que estamos hablando, y por supuesto Guatemala loevidencia de modo inequívoco, ser joven –según el discursooficial dominante– es muy fácilmente sinónimo de serviolento. Y ser joven de barriadas pobres es ya un estigmaque condena: según el difundido prejuicio que circula,provenir de allí es casi automáticamente equivalente deviolencia. La pobreza, en vez de abordarse como problemaque toca a todos, se criminaliza, se estigmatiza.A esta visión apocalíptica de la pobreza comopotencialmente sospechosa se une una violencia real porÍndice

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