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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez «Marino» Nos invitó a tomar unas cañas a la salida del trabajo, fue en un bar de la calleAlbasanz en el que volví a estar no hace demasiado tiempo, observé el lugarque permanecía igual que hace quince años y recordé una escena que seprodujo en ese cumpleaños que me dejó atónito.Antes quiero presentaros a Ricardo, compañero de trabajo gran aficionado alflamenco, arte que yo apenas conocía por aquel entonces, Ricardo podíadarme lecciones de flamenco pero sin embargo daba muestras de sabiduríahablando con humildad, como debe ser un buen aficionado.Ricardo es uno entre un millón, alguien al que se puede poner el cartel decompañero y amigo con letras grandes, una excelente persona, algo que noes muy corriente encontrarse por desgracia en el mundo empresarial.Recientemente me encontré con él en el kilómetro cero, me contó que elmayor de sus hijos se había ido a vivir a Inglaterra y que el pequeño estabahecho un bicho, cada día más travieso.Me encontraba en aquel cumpleaños gesticulando, haciendo movimientosenérgicos con los brazos relatando una de mis aventuras a Ricardo, cuandopasa por mi lado en ese momento una camarera que se lleva un bofetóntotalmente involuntario en uno de mis aspavientos.Me apresuré a pedirle disculpas y a preguntar si le había causado algúndaño, la respuesta fue tan impredecible que me dejó perplejo, me dijo, ¡Noes nada, no te preocupes, si me ha gustado!Me pregunté cómo le puede llegar a gustar a alguien que le den un tortazo,otra vez pude ver como a otro camarero alguien le quemó con un cigarrillosin querer, y cuando se disculparon, le respondió, que no tenía importancia,que ya estaba acostumbrado.¿Cómo diablos se puede estar acostumbrado a que le quemen a uno, o aquién puede gustarle que le propinen un tortazo en toda la cara?, todo tienesu explicación, aunque en estos casos resulte difícil comprender.Puede encontrarse la explicación en el uso del lenguaje, cuando se pideperdón por un agravio, se tiende a decir por educación que no tieneimportancia aunque realmente la tiene.En un intento excesivo de restar importancia al agravio del que hemos sidovíctimas, dado que el causante manifiesta su preocupación, podemos caer enla exageración, llegando a hacer un mal uso del lenguaje.Si alguien nos ha propinado un tortazo involuntariamente y se hadisculpado, es lógico que restemos importancia al hecho, aunque si con ellonos ha producido dolor, que menos que manifestarlo, pero lo que carece detoda lógica es que llegue a gustarnos que nos hayan dado un tortazo.Bromeando con Ricardo sobre esto, me dijo, pues ya que le ha gustado quele hayas dado un bofetón, dile que si quiere le puedes dar una paliza.- 74 -

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