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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez «Marino» Cuando agradecemos lo que hemos obtenido, le damos un gran valor ysentimos gratitud por haberlo obtenido, cada cual es libre de elegir a quiénagradecerlo, bien a tu familia, a Dios, a tu jefe, a tu mujer, a tus hijos.¿Tiene sentido agradecernos a nosotros mismos el esfuerzo por el cualhemos logrado ver nuestros objetivos cumplidos?, opino que sí, pues esprobable que favorezca a la autoestima tan positiva en nuestra vida.¿Y si no logramos nuestros objetivos?, entonces alejaremos cualquierpensamiento de culpa, tanto hacia nosotros mismos como hacia los que nosrodean, la culpa es asunto de necios y de cobardes, y no nos favorece enabsoluto ese sentimiento absurdo.Es el esfuerzo y la estrategia, nuestro cuerpo y alma los que debemosincentivar para lograr los objetivos que el año anterior no conseguimos,apartando el miedo de nuestros pensamientos.¿Y lo que perdemos?, en el transcurso de nuestra vida perdemos algo que esdifícil de comprender, posiblemente nunca lleguemos a entender por qué,pero es ley de vida, perdemos a quien queremos y al final de nuestra vida,perdemos la totalidad de nuestros seres queridos de una vez, pues perdemosla vida.Tal vez la mente humana esté concebida para permanecer más tiempo vivaque lo que aguanta el cuerpo, nuestra mente estaría capacitada para aceptarla inmortalidad de buen grado, pero no es así, es posiblemente lo que másnos cueste aceptar, que un día nuestro corazón dejará de latir.Lo que perdemos es algo que tuvimos, por tanto también es digno denuestra gratitud, hacía tiempo que no hablaba de quien me incentivóindirectamente a escribir este libro, mi padre, desde que se marchó hace unaño y tres meses, nuestras vidas transcurren con relativa normalidad.¿Cómo no iba a agradecer haber tenido el padre que he tenido?, ese sentidodel humor suyo, el modo particular de ver la vida, su bondad, la cantidad devidas que ha podido salvar a lo largo de su vida sin colgarse ni una solamedalla, porque las llevaba por dentro.Hoy día miro atrás y veo mi vida, mientras escribo estas letras, a los cuarentaaños, dividida en un antes y un después, casi cuarenta años de gratitud porhaber tenido un padre como Dios manda con la inmensa suerte de haberletenido siempre cerca.Hace escasos días estuve con mis dos pilares en la tierra, con mi madre y mimujer en la feria del libro de Madrid, tomaba un refresco sentado frente aellas y daba gracias por estar viviendo aquel momento de paz.Mis dos pilares en el cielo, dos hombres, mi padre Santiago y mi abueloTomás, qué afortunado fui de que las dos personas más justas y cabales quehe conocido fueran familiares tan directos, viajarán sus almas conmigo parasiempre y cuando mi alma flaquea, echo mano la herencia que dejaron.- 62 -

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