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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez «Marino» Ojalá llegue el día en que el médico y el barrendero se den la mano, aunqueuno la tenga sucia de basura y el otro manchada de sangre, que se miren a lacara y se den las gracias por lo bien que han hecho su labor, el día que esoocurra, la evolución humana habrá dado un paso de gigante.Y si ese mismo día, por pedir que no quede, un hombre y una mujer sefelicitan mutuamente por su labor en la sociedad, si el hombre reconoce suerror por haberla discriminado desde el cromañón y promete no volver a caeren ese error y la mujer consigue perdonarle, ese día los humanos seremosalgo mejores, aunque aún nos quedara aún mucho por caminar.Poco de mucho es igual a mucho (Me conformaría con el hecho de queleyera mi libro únicamente un 0,2 por ciento de la población mundial, muypoquito del total, que es mucho), si tan siquiera ese poco comprendiera laimportancia que tiene la humildad.En aquellos días, algo aburridos de la rutina del fin de semana, buscábamosalternativas, como hacer excursiones por los alrededores de Madrid,pudimos comprobar que a pesar de salir fuera, gastábamos mucho menosdinero que los fines de semana que permanecíamos en la ciudad, salir decopas por Madrid puede llegar a ser muy caro.Por lo general no planificábamos estas excursiones, y era a las cinco de lamadrugada de un viernes cuando decidíamos que era ese un buen momentopara salir de excursión, íbamos a casa con los zapatos quitados para no hacerruido, cogíamos lo necesario y nos íbamos a nuestro destino de fin desemana.Descubrimos la gastronomía de otras ciudades, como la de Segovia y uno delos primeros lugares que visitábamos era la carnicería del lugar, fue así comoen Sepúlveda nos armamos de provisiones, entre las que no podían faltar lasdeliciosas chuletas de cordero.Visitamos las Hoces del Duratón y al llegar al borde del río, comprobamosque nuestras voces se multiplicaban por el efecto del eco de nuestras voces alllegar al cañón que había enfrente.Entonces di un silbido que se multiplicó y probablemente fue escuchado avarios kilómetros a la redonda, como resultado salieron de las rocas delcañón miles de buitres imitando con sus gritos mi silbido.Al principio nos asustamos porque no sabíamos que hubiera buitres en lazona, pero el espectáculo que contemplamos nos encandiló por su belleza,cada grito que emitía un buitre se multiplicaba por cinco por el efecto deleco y sorprendentemente hubo un momento en que todos aquellos gritos setornaron en armónicos, como si de una coral se tratara.Nos advirtió un guarda forestal que no podíamos hacer fuego, lepreguntamos si podíamos hacer uso del camping gas, afortunadamente paranosotros y para los buitres, no opuso objeción y pudimos freír nuestraschuletas resguardados del viento por una ermita.- 56 -

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