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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez «Marino» Ya tenía la causa, ahora necesitaba una medicina, ya me lo había contadomuchas veces mi padre, el médico de la casa, una vez establecido eldiagnóstico, había que aplicar el tratamiento adecuado.Parece adecuado tener paciencia y afrontar las dificultades, harto difícilcuando se tiene tanto dolor, tratar de poner una sonrisa a mi mal, alegría,afrontar la desgracia con humor, jamás recurrir al pensamiento, y si hubierasido de otro modo.El dolor está ahí, no se puede remediar, hay que dejar que pase y la mejormanera de que esto ocurra es quitándole importancia, hay cosas mejores ymás importantes en tu vida que ese dolor.Si hay posibilidades de mejorar tu dolor, hazlo, aunque ya no tienes elteléfono de Lucía y no puedes solucionar lo ocurrido, entonces no pienses enlo que no tiene solución, pero tu dolor si se puede curar, hazlo.En el mundo siempre encontraremos situaciones difíciles, es la paciencia lamadre del cordero, la que va a ayudarnos a afrontarlas del mejor modo y elsufrimiento no vale para nada bueno, solo hace daño, hay que eliminarlo.Ayuda el hecho de aceptar las cosas como son practicando la paciencia,acepta lo ocurrido sin tratar de cambiar ni a Lucía, ni a los que la esclavizana tener un novio y futuro marido no deseado, ni a su novio que acepta unamujer que le aborrece, acepta a cada uno de ellos, son así.Dejemos los juicios para los jueces, cada uno es como es y hay que aceptarque piensen de un modo diferente al tuyo, tratar de cambiarlo es por un ladoinútil y por otro lado te convierte en un ser rígido y autoritario, hay queaprender a respetar la libertad de pensamientos aunque no los compartamos.Mientras reflexionaba en el preparado a base de paciencia para misufrimiento en la botica de mi mente, me iba encontrando algo mejor, esimportante el desahogo, estoy convencido que mis gritos, no solo espantó ala pareja que hacía manitas en su coche y salieron horrorizados, sino quealiviaron mi alma.Me había enfadado con el ser al que más respetaba hasta el momento, aquelcon el que cada noche hablaba, al que contaba mis inquietudes, misilusiones, al que antes de acostarme le pedía por un mundo más justo, habíallegado a enfadarme con Dios, y le había juzgado tal vez de un modoprecipitado.Parece que cuando hablamos de Dios sentimos miedo, no hay que temer anombrarle, es aquel a quien queremos como a una más de nuestra familia,incluso me atrevería a decir que incluso podría llegar a considerarse algonatural el llegar a enfadarse en ocasiones con él.Pero a Dios el enfado no le afecta, él se las sabe todas, debemos aprender ano juzgarle, ya lo hicimos una vez y le crucificamos, debemos aceptarle tal ycomo es, si lo logramos, también nos aceptamos a nosotros mismos.- 47 -

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