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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez «Marino» Ahora estás en paz, con todos los que tanto quieres, es difícil de olvidar laexpresión de tu cara el día que perdiste a tu hermana y cuando se marchó tumadre. Cuando mamá estaba en el hospital después del infarto, ella te dijoque se iba a morir antes de cumplir las bodas de oro, en ese momento pudever en tu cara la expresión de tristeza de un niño cuando va a comenzar allorar.Al final resultó que tú te adelantaste, lo que cada día recuerdo con alegría eratu expresión de felicidad, tu sentido del humor y tus consejos sabios. Estosúltimos años pude conversar más a menudo contigo gracias a la empresaque me despidió de una manera cruel.Aquella empresa creía que me hacía daño, todo lo contrario, me concedieronel privilegio de estar cerca de mi padre en estos últimos años, en los queestaba jubilado. La vida de quita cosas, pero te da otras, las que te da suelentener un valor incalculable, como lo tiene haber convivido con mis padrescuando necesitaba alguien a mi lado que me escuchara.Al comienzo del libro dije que no había comenzado a escribir el libro porestar implicado emocionalmente en lo que estaba pasando. Pero además herecordado que le comenté a un «amigo» de los que a veces se pagan lascañas, que si no lo escribía entonces es porque aún no tenía el final. Así es,buscaba un buen final para mi libro, y por fortuna lo encontré.Llega el final del libro, el final feliz, mi última dedicatoria, a la persona a laque amo y me ama día a día, a mi amiga, mi compañera, a la mujer querompe con los estereotipos artificiales que hablan de «la mujer de mi vida»,¿qué la mujer de mi vida?, la mujer de hoy, que no mira al futuro y no lepreocupa si alberga el título nobiliario de mujer de mi vida, a mi mujer,Marga.Acababa de regresar de un viaje por Europa visitando París, Ámsterdam,Copenhague, Bergen y Berlín. Fue un viaje de una belleza inolvidable, sibien a cada ciudad que llegaba pensaba en tomar el primer avión de regresoa Madrid por la pésima compañía que llevaba, los «amigos» que a veces sepagan las cañas.De hecho, ellos también debieron acabar hartos de mí, porque desdeentonces, gracias a Dios, hemos perdido el contacto. No merece la penagastar mucho los dedos hablando de estos «amigos», pero si hago estaanotación porque justo después de este horroroso viaje conocí a mi mujerMarga.Había perdido la cuenta de las veces que había pensado por qué no habíatenido la suerte de mis padres, de encontrar una persona con la que se poderconvivir, con alguien con quien el día a día fuera el respeto mutuo, el amor,que estuviera dispuesta a compartir.Yo conocía bien el lado opuesto, los «amigos» como Rocinante y DonQuijote, vampiros, amigos a los que tardé tal vez demasiado en descubrir suscartas, ¿cómo pude tardar tanto en hacerlo sabiendo que iban de farol?- 276 -

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