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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez «Marino» Desde luego, yo no sé quien me manda ponerme a revivir este aterradorsuceso de mi vida a las tres y media de la madrugada, a ver quién me acuestaahora. Lo que me resultó curioso de aquel momento es que a pesar que casime caigo tras el agarrón de la misteriosa mano, en lugar de aterrorizarme,me dio la risa.Estábamos visitando Comillas en nuestras vacaciones del dos mil siete, noshospedamos en un hotel de San Vicente de la Barquera, pueblo muy bonito yel lugar en el que estaba ubicado el hotel era ideal para descansar por siubicación estratégica frente a la bahía.Al llegar a Comillas, vimos un cementerio decorado de una manera algopeculiar, como si fuera muy antiguo, fue esto lo que nos llevó a fisgoneardentro del cementerio.Al entrar pudimos comprobar que las tumbas no eran tan antiguas como laapariencia que pudiera dar el aspecto exterior, vimos a unos visitantesextranjeros que debieron entrar por el mismo motivo que nosotros, pordespiste. Si nos llamó la atención y nos causó tristeza ver que alguna tumbase trataba de algún niño de corta edad.El sentimiento de paz era el mismo que me produce la visita de cualquiercementerio, puede deberse esto a la ausencia de ruido o a cualquier causaque desconozco, aunque esa paz no era tan grata como para permanecerdemasiado tiempo es aquel lugar.Decidimos irnos pues era como cualquier otro cementerio, y no resultabaagradable permanecer allí. Al salir fue cuando sentí una mano que mesujetaba la punta del pié, justo en el momento en que iba a apoyar el piecontra el suelo mientras bajaba las escaleras.En ese momento en que estaba comenzando a perder el equilibrio, hubo otrafuerza que se interpuso entre su mano y mi pie. Sentí un gran alivio al notarcomo mi pié había quedado libre de nuevo y de este modo evitar pegarme elcastañazo del siglo.Cuando miré hacia atrás y pude ver la escultura de un ángel espada en mano,me pregunté si tal vez no se tratara de un ángel custodio que posiblemente alpresenciar la fechoría del diablillo que me sujetaba la pierna con su mano, deun sablazo se la sesgara evitando así que me estrellara de bruces contra elsuelo.Cuando abandonamos el lugar, desde el coche miré a aquel ángel quecoronaba el cementerio y le dediqué una sonrisa de agradecimiento por loque acababa de ocurrir, la única explicación lógica aunque surrealista quepude encontrar en aquel hecho, es que gracias a su intervención estaba sanoy salvo.No quise alarmar con mis divagaciones a mi mujer, que simplemente pensóque me había tropezado sin más, no le di mayor importancia a lo sucedido ycontinué disfrutando de la visita por Comillas.- 242 -

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