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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez «Marino» Al comienzo todo estaba en calma tal y como ocurría en la obra magistralprotagonizada por Peter Sellers titulada The Party (La Fiesta), todostratábamos de entablar conversación, pero de un modo discreto.Según entraba la noche, con la inestimable ayuda de alguna cervezaalemana, ya podía decir que conocía a casi toda la colonia de españoles enBerlín.Afortunadamente no llegué a tomar tantas copas como aquel camareroborracho de la película de Peter Sellers y eso me hizo disfrutar de aquellanoche y poder desahogarme del viaje, hasta aquel momento, desastroso queme habían hecho pasar mis acompañantes.Alguien propuso ir a otro sitio, yo les pregunté por un pub berlinés que vi enun documental por televisión, al que se accedía desde una alcantarilla. Medijeron conocerlo, aunque pensaron que para aquel momento de la noche talvez sería más adecuado ir a una discoteca.Aquella discoteca berlinesa era curiosa, la decoración era como de otraépoca, tal vez de la época del Charleston y tenían sillas, algo que podríanimitar en las discotecas de aquí. La música sin embargo era la misma que seescucha ahora en cualquier parte de Europa.Pasé el resto de la noche riendo y bailando. Incluso recuerdo que cerca delgrupo había una japonesa a la que por confusión agarré como si fuera una demis amigas y nos pusimos a bailar.Pensé que era una de las sevillanas que veían con nosotros, le pedí disculpas,pero me dijo que no importaba, resultó ser muy simpática y estuvimosbailando toda la noche. Acabó la fiesta y por fortuna aquel viaje.Encontramos de regreso un camionero español que nos explicó como pasarFrancia sin pagar apenas peajes y llegamos a España. Tenía tantas ganas dellegar, que la noche Bilbaína me pareció una delicia.De hecho, debo agradecer la intervención de una camarera de allí para que elsalvaje de uno de los «amigos» no me machacara a golpes.Llegamos a la estación de Atocha donde entregamos el coche de alquiler yallí me despedí de los «amigos» que a veces se pagan las cañas, dije adiós aRocinante y Don Quijote. Fueron muchos los años que compartí con ellos,años que no recuerdo con agrado.Si hubo muchas fiestas y viajes como el que he relatado, viajes en los que eramás importante la velocidad que el simple hecho de llegar sanos y salvos aldestino. Apenas recuerdo dos o tres situaciones divertidas, cuando apenashabía un momento gracioso era estropeado por una falta de respeto.Me gustaría poder decir que he tenido amigos verdaderos, pero realmenteme sobran dedos en las manos para contarlos. Al igual que en la música labase es el ritmo, en la vida, a mi parecer la base es el respeto al prójimo.- 229 -

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