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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez «Marino» GnocchisAl regreso de nuestras vacaciones a Madrid, el azar hizo que conociera a unaescritora búlgara que nacida el mismo año que yo, no podía imaginar queaños más tarde me contagiaría su pasión por el apasionante mundo de laescritura.A mi amiga circunstancial la conocí un día veintiocho, el veintinueve salimosa cenar y no nos hemos vuelto a ver desde entonces. También por azar, hoyescribo estas líneas un día veintinueve de diciembre en el que voy a cenarGnocchis.Sin embargo, al contrario de lo que se pudiera pensar, fue una velada muyagradable en la que primó la educación y el respeto, fue una corta relación deamistad que finalizó del mismo modo que dio comienzo, de un modocordial.Cuando la conocí, comencé hablando con ella porque la había confundidocon otra persona, estuvimos hablando de varios temas y en particular lerelaté mi experiencia con una compatriota suya hacia dos años.Creo que dicho relato, corazón y pieza fundamental de este libro, el cualrelataré con todo detalle en el capítulo seis Zori, debió conmoverle tanto quesintió el deseo de conocer a la persona que había sido capaz de realizarsemejante hazaña.Notaba en cada una de sus palabras que su deseo cuando hablaba conmigovía web, era que yo tuviera muchísima suerte, pues alguien que podía tenertan gran corazón merecía que la vida le brindara algo mejor que lo queestaba viviendo en ese momento.Me propuso ir a cenar el día siguiente, me dijo que tuvo una amiga argentinaque los días veintinueve de cada mes cenaba Gnocchis y bajo el plato poníaalgo de dinero, lo que fuera. Con esta cena, se aseguraba que durante el mesvenidero iba a tener que llevarse a la boca a diario.Me pareció un reto muy interesante, desconocía esa costumbre, de hecho, nosabía que eran los Gnocchis esos. Además en aquellos días en los que mieconomía no era muy buena, salir a cenar con una chica que ademásaceptara que fuera en un restaurante italiano normalito me parecíaestupendo.Al día siguiente quedamos en la puerta de restaurant pero estaba cerrado,entonces me propuso ir a otro que ella conocía. Era una mujer atractiva, poraquel entonces teníamos los dos treinta y seis años. Esto le daba un toque demadurez que le hacía si cabe aún más atractiva.Estuvimos cenando en el restaurante italiano los Gnocchis, hablando muycordialmente, quizá pueda parecer extraño pero he de confesar que creo queera la mujer más elegante y culta con la que había ido a cenar hasta elmomento, no acostumbraba a frecuentar gente tan respetuosa.- 216 -

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