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Miguel Ángel Sáez Gutiérrez «Marino» Estando en Castellón, tierra en la que se habla la lengua valenciana, tuveoportunidad de cantar en un karaoke a uno de mis cantautores preferidos,cantautor que aunque canta muchas canciones en castellano, su lengua natales diferente al castellano y al valenciano, aunque más parecido a esta última,el catalán, hablo de Joan Manuel Serrat.Quiero expresar a Joan Manuel la admiración que siempre me ha producido,que con apenas seis años escuchaba sus canciones y luego me retiraba a mihabitación a tocarlas con mi guitarra.Cómo pudiera explicar a Joan Manuel que nací en el interior pero creí haberpasado mi infancia jugando en una playa del mediterráneo sintiendo habernacido allí, realmente pude jugar en sus playas, pero años después dehaberlo hecho en mi imaginación.Quisiera decirle a Joan Manuel que aunque tan solo tenía ocho años, sentícorrer la sangre rebelde por mis venas diciendo con una mirada a la madrede Maite, mi amor de niñez, que yo fui ese por quien soñó su hija, ese ladrónque os desvalijaba de su amor era yo, Miguel, quien demostró una madurezsin par para su corta edad guardando un secreto por amor.Ahora cantaba yo una de mis preferidas en una pueblo costero de Castellón,la canción era Penélope, se la dediqué a esa ladrona que me desvalijó, queme dejó seco como la mojama, a Soledad, ante un público que sabía queamaba a Serrat era una enorme responsabilidad.No tuve en esta ocasión problemas de sonido, tal y como me había ocurridola primera vez que me vi en público siendo un niño, pero de la que a pesar dela mala fortuna salí airoso sacando todo el aire que pude de mis pequeñospulmones.Pero si caí en la cuenta de un terrible olvido por mi parte cuando apareció laprimera estrofa en la pantalla del televisor del karaoke, había olvidadoponerme las gafas y no veía ni torta.He de agradecer a Joan Manuel, que a pesar de los años pasados desde quecantaba esas canciones de niñez rebelde, no había olvidado la letra de lacanción, al menos recordaba lo más importante como para defender lacanción con dignidad.Y así fue, como sin haber sido capaz de leer una sola palabra del karaoke,terminé de cantar Penélope y el estimado público me obsequió con calurososaplausos, vi los ojos de Soledad brillar de la emoción, yo, su chico habíacantado una canción de Serrat para ella, en ese preciso instante hubierajurado que Soledad fue feliz.Las vacaciones pasaron con anécdotas divertidas como la caída de la silla delmarido de una hermana de Soledad columpiándose mientras jugábamos alas cartas, recuerdo una anécdota de la que prefiero no entrar en detalles enal que nos pilló una hermana de Soledad en una situación aún másembarazosa que la acaecida con la benemérita.- 162 -

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