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Lawrence de Arabia - JOSE MARIA ALVAREZ - José María Álvarez

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sustituyeron a las Brough; me fascinaba volar, aunque no pilotase yo. Siempre me habíagustado la aviación: es el futuro. Es curioso que nadie en Inglaterra se dé cuenta <strong>de</strong> esto.Y no digo ya solamente lo que correspon<strong>de</strong>ría al arte, sino a la potencia militar; merefiero al aspecto puramente ofensivo y <strong>de</strong>fensivo. Nadie quiere darse cuenta <strong>de</strong> laimportancia <strong>de</strong> la aviación. Des<strong>de</strong> el fin <strong>de</strong> la guerra, no ha pasado un día sin que sepretenda disolver a la RAF, o <strong>de</strong>splazarla convirtiéndola en “auxiliar” <strong>de</strong> la Armada <strong>de</strong>lEjército. Si no hubiera sido por Trenchard y por Churchill, ya lo habrían conseguido. Yes el “escudo” <strong>de</strong>l futuro.Pero lo que a mí me fascina no eran las consi<strong>de</strong>raciones militares: era lo que volartenía <strong>de</strong> aventura magnífica, y solitaria. Cuando uno cruzaba los cielos en aquellosBristol, el aire silbando sobre la ma<strong>de</strong>ra <strong>de</strong>l fuselaje, siendo parte <strong>de</strong>l aire... Era como enel <strong>de</strong>sierto, solo, sentir tan intensamente la soledad, pero una soledad limpia, don<strong>de</strong> elpropio cuerpo se disuelve y sólo queda el estremecimiento <strong>de</strong> la intuición, más rápidaque el pensamiento, que guía nuestras acciones. Yo miraba a los pilotos y me dabacuenta <strong>de</strong> que habían <strong>de</strong>jado <strong>de</strong> ser un cuerpo humano, para convertirse en una masa <strong>de</strong>instinto con unas conexiones con los mandos <strong>de</strong>l avión, casi fundidos a éstos. La mismasensación que yo he tenido siempre al correr en motocicleta: un solo cuerpoinvulnerable lanzado por un agujero <strong>de</strong> velocidad, fuera <strong>de</strong>l mundo y <strong>de</strong> lo que somos.Pero en los aviones esa sensación era superior. Abríamos el cielo, nos <strong>de</strong>jábamos<strong>de</strong>vorar por esa luz.Acabo <strong>de</strong> recordar algo magnífico que <strong>de</strong>cía William Hazlitt: que la fama no essino lo mismo que el amor por lo excelente.Pu<strong>de</strong> trabajar sin problemas en la corrección <strong>de</strong> pruebas <strong>de</strong> Las siete columnas,que conseguí terminar, y a<strong>de</strong>más preparé -fue una i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> Jonathan Cape- en unos díasuna versión abreviada, que con el título Rebelión en el <strong>de</strong>sierto, Cape pensabacomercializar a gran escala en Inglaterra y Estados Unidos. Me aseguró que losbeneficios serían enormes, por lo que sin pensarlo más legué todos los <strong>de</strong>rechos alfondo benéfico <strong>de</strong> la RAF, para pagar estudios <strong>de</strong> hijos <strong>de</strong> oficiales caídos en la guerra.Me trasladaron -ahora hace exactamente dos años- a Karachi. Me alegróabandonar Europa; con suerte, para siempre. En la India sí iba a ser muy difícil quenadie me reconociese. Me traje mis libros más queridos -mi Virgilio, mi Tácito, miStevenson, mi Montaigne, mi Shakespeare, mi Stendhal, mi Plutarco, mi Melville-. Iba<strong>de</strong>stinado a talleres, pero ya conseguiría formar parte <strong>de</strong> las tripulaciones. ¡Y volar!Estando en Karachi salió en Inglaterra Rebelión en el <strong>de</strong>sierto. El éxito fue <strong>de</strong>scomunal;se vendieron más <strong>de</strong> cuarenta mil ejemplares en menos <strong>de</strong> tres semanas. Qué dicha estarlejos. Mis únicos contactos con Londres eran la mujer <strong>de</strong> Shaw, Charlotte, Hart yHogarth. Durante dos años no he hecho sino volar <strong>de</strong> vez en cuando -menos <strong>de</strong> lo queme hubiera gustado-, algún trabajo que no me interesaba nada pero que tampoco medaba problema alguno, y leer, leer. Todos mis viejos libros, una y otra vez, y los que mehice enviar, y los que me han ido regalando los Shaw. Recibí -por mediación <strong>de</strong> Hartunacarta <strong>de</strong> un italiano, Malaparte, con unos escritos suyos inéditos, que me interesaronmucho: un escritor <strong>de</strong> raza. Volví a leer todos los libros <strong>de</strong> Conrad -ah, El corazón <strong>de</strong>las tinieblas, Victoria, La línea <strong>de</strong> sombra, Lord Jim, ah-, Virginia Woolf me mandó suespléndido Orlando. Me había hecho con un gramófono y algunas placas. Creo que heescuchado más <strong>de</strong> doscientas veces el O patria mia <strong>de</strong> Rosa Ponselle. Insuperable.Recibí también una carta «muy educada» <strong>de</strong> Allenby, felicitándome por Rebelión en el<strong>de</strong>sierto y sobre todo por Las siete columnas <strong>de</strong> la sabiduría, que yo había sugerido quese le enviase. Me alegró; yo respetaba a Allenby, aunque hubiésemos tenido diferencias,pero siempre fue un verda<strong>de</strong>ro militar alejado <strong>de</strong> los trapicheos <strong>de</strong> la política. Churchillme escribió -también lo dijo públicamente en Inglaterra- contándome que le había89

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