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Lawrence de Arabia - JOSE MARIA ALVAREZ - José María Álvarez

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Guy era una imagen amorosa que me excitaba. Pero a la que jamás llegué a rozar.Eso me producía un <strong>de</strong>sasosiego continuo. Por otra parte, el viejo y cruel fantasma <strong>de</strong>Deraa se apo<strong>de</strong>ró <strong>de</strong> mi alma. Revivía continuamente aquel momento terrible, sí,terrible, pero don<strong>de</strong> había tocado el fondo <strong>de</strong> algo monstruoso y bello, la bestialidad <strong>de</strong>l<strong>de</strong>seo, su beso a la muerte. Me enloquecía la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> volver a sentir <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> mí eldolor y la voluptuosidad <strong>de</strong> una polla. Pero lo que se constituía en objeto <strong>de</strong> mi <strong>de</strong>seo noera una relación tierna, dulce, artística, como hubiera podido tenerIa con Guy, sino algomucho más primitivo, tosco, brutal, salvaje. No era una relación con un hombre lo que<strong>de</strong>seaba; me repugna siquiera pensar en ello: era eso sólo, como si la polla no tuviera uncuerpo, sólo ese pedazo <strong>de</strong> carne tiesa y caliente hundiéndose en mi culo, haciéndomedaño, cuanto más dolor, mejor.Eso me llevó -nunca antes hubiera podido ni imaginarlo, ni <strong>de</strong>spués he vuelto apo<strong>de</strong>r soportar el contacto <strong>de</strong> nadie- durante algunas semanas a buscar los abismos <strong>de</strong> laperversión sexual. Aproveché algunos permisos y medio disfrazado, con una horrendapeluca y bigote pegado, busqué por las tabernas <strong>de</strong>l puerto <strong>de</strong> Londres gentuza que mesirviera, marineros, cargadores, maleantes. Por menos que costaba una mala comidalograba <strong>de</strong> ellos lo que quería; eran malas bestias dispuestas a lo que fuera. Aquellos<strong>de</strong>spojos <strong>de</strong> urinarios me envolvían con su peste a sudor rancio y en cuartuchosinmundos reproducíamos una y otra vez la tortura <strong>de</strong> Deraa. Eran experiencias horriblespero embriagadoras, fantásticas; el animal que emergía <strong>de</strong>l fondo <strong>de</strong>l yo como unmonstruo misterioso, la voluptuosidad <strong>de</strong>l horror. Al menos en la <strong>de</strong>gradación toqué unacertidumbre.Pero esos <strong>de</strong>scensos a los infiernos, más Guy, fueron complicando mucho mi vidaen la RAF. Y el teniente coronel Guilfoyle, que llegó a Famborough, no tardó enreconocerme. Me vi obligado a abandonar el servicio, y tuve que pedir una vez más aTrenchard que me ayudase y me proporcionara otro <strong>de</strong>stino. En Marzo <strong>de</strong> 1923consiguió que pudiera alistarme en el Cuerpo <strong>de</strong> Tanques; lo hice como T. S. Shaw yme <strong>de</strong>stinaron a Bovington, cerca <strong>de</strong> Wool-in-Dorset. Esa nueva vida cortó <strong>de</strong> raíz missórdidas aventuras sexuales londinenses. Tampoco quería continuar con ellas, me habíadado cuenta <strong>de</strong> que era caminar por un espacio que no tenía más salida que la locura o lamuerte, y no era una muerte digna. En Bovington me <strong>de</strong>diqué a leer, a traducir, a seguircorrigiendo Las siete columnas, que, incluso publicado, le encontraba cada día máspáginas que me <strong>de</strong>sagradaban. Y, sobre todo, volví a correr con mi Broug: ahí sí podíaencontrar un final digno. Descubrí a otro poeta, amigo <strong>de</strong> Eliot, un americanoasombroso, Ezra Pound. Trabajé mucho sobre Las mil y una noches <strong>de</strong> Mardrus, porqueJonathan Cape me encargó su traducción, pero <strong>de</strong>scubrimos que estaba a punto <strong>de</strong>publicarse otra versión, <strong>de</strong> un tal Powys Mathers, y cancelamos el contrato.En esa época pensé mucho -y leí sobre él- en una figura a la que cada vezencontraba más parecido con lo que había sido mi vida. Sería fantástico que <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>todo yo no haya sido más que un dandy. Brummell, sí, el extraordinario George BryanBrummell. ¿Acaso la vida, para él como para mí, no había sido sino representación? Losdos somos hijos <strong>de</strong> Oxford; los dos hemos hecho un culto <strong>de</strong> la soledad, <strong>de</strong> laindiferencia; y ni para él ni para mí hay mujeres en nuestra memoria. Si en la cimahelada <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sprecio, él había presidido la Inglaterra elegante <strong>de</strong> los primeros quinceaños <strong>de</strong>l siglo pasado, yo he hecho soñar el orgullo novelesco <strong>de</strong> mi tiempo. Mi príncipe<strong>de</strong> Gales ha sido la realidad no menos grotesca <strong>de</strong> este tiempo, y como Brummell, hepreferido el exilio a estrechar esa mano. Hasta su <strong>de</strong>spedida: aquella noche en la Óperael 16 <strong>de</strong> Mayo <strong>de</strong> 1816 ¿no es como mi aparición vestido <strong>de</strong> árabe junto a Feyssal en laConferencia <strong>de</strong> París? Falta el último capítulo, Brummell se volvió loco. Algo sí sé: no86

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