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Lawrence de Arabia - JOSE MARIA ALVAREZ - José María Álvarez

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Antología <strong>de</strong> Spoon River, <strong>de</strong> un norteamericano llamado Lee Masters, porque habíai<strong>de</strong>ado una estructura que era igual a la que yo llevaba tiempo madurando: una serie <strong>de</strong>muertos que cuentan su historia -yo pensaba hacerlo con mis árabes, los caídos en lacampaña- y entremezclando esas memorias. Después <strong>de</strong> Spoon River no tenía yasentido. Trabajé mucho, malcomía, salía a pasear durante la noche, cuando ya nadiepisaba las calles, <strong>de</strong> forma mecánica. El <strong>de</strong>sierto -pero <strong>de</strong> hielo- <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sasimiento ibaapo<strong>de</strong>rándose, o ya había dominado, mi voluntad. Me costaba <strong>de</strong>masiado concentrarme.Perdí el apetito por completo y a<strong>de</strong>lgacé brutalmente. Ni siquiera correr con mimotocicleta me producía placer. A veces dormía don<strong>de</strong> me pillaban mis caminatas, o encualquier hotelucho infame. Llegué a quedarme sin dinero, como por cierto tambiénestaban tantos miles <strong>de</strong> ex combatientes que como yo llenaban las aceras, algunosmostrando sus muñones; se emborrachaban intentando olvidar que habían vuelto a unmundo don<strong>de</strong> nadie los esperaba ya. Sentía asco <strong>de</strong> mí mismo por estar vivo.Me instalé por unas semanas en Cambrig<strong>de</strong>, una ciudad que siempre he amado.Fueron días apacibles, y a<strong>de</strong>más conocí a dos hombres apasionantes, uno <strong>de</strong> ellos, elgeneral Fuller, con quien pasé muchas horas discutiendo sobre estrategia –él preparabapor entonces un libro sobre batallas-, y otro un ruso exilado, feroz anticomunista y <strong>de</strong>una inteligencia tan luminosa como su trato, un tal Navonov 51 , <strong>de</strong>l que he perdido elrastro; quería ser escritor y me parece que se ha publicado algún libro en Alemania.Hablamos muchas veces sobre lo que estaba sucediendo en Italia. Sentíamos ciertasimpatía por la actuación <strong>de</strong> Mussolini, por otra parte tan engarzada con el sentir <strong>de</strong>aquél pueblo; había evitado la guerra civil, y estábamos convencidos <strong>de</strong> que lograría –loque nos parecía un avance en la civilización- liquidar los sindicatos y los partidospolíticos. Había algo en él, excesivo, ridículo, pero era listo y acaso ese “exceso” que anosotros nos repuganba fuera la fachada conveniente para los italianos. A mí meinteresaba más Italo Balbo –y ni <strong>de</strong>cir que D´Annunzio, éste por otros motivos-, peroMussolini era el más capacitado para las tareas <strong>de</strong> gobierno. Unos meses <strong>de</strong>spués,cuando yo acababa <strong>de</strong> ingresar en la RAF, tuvo lugar la “famosa” –y muy teatral-Marcha sobre Roma.Durante aquella estancia en Cambridge reflexioné mucho sobre mi futuro. Habíaalgo muy claro para mí: no <strong>de</strong>seaba seguir viviendo así. El mundo me repugnaba en lasformas que había ido adquiriendo su vida social. Consagrarme -una momificación comootra- a cualquier estudio <strong>de</strong> los que me han interesado siempre, y olvidar en esa urnainsonorizada los estragos <strong>de</strong> la época, no era algo que funcionara en un temperamentocome el mío. Siempre vería en los ojos <strong>de</strong> los oyentes clavados sobre mí al grotescopersonaje <strong>de</strong> Lowell Thomas, claro <strong>de</strong> Luna incluido. Las siete columnas <strong>de</strong> lasabiduría estaba en imprenta, para una edición especial con ilustraciones, lujosa; seríaun éxito precisamente porque lo firmaba ese árabe <strong>de</strong> opereta que yo había sido. No.Nada don<strong>de</strong> aún quedasen hilos, por muy remotos que fuesen, que me uniesen al sentir<strong>de</strong> la inmensa mayoría <strong>de</strong> mis contemporáneos me producía sino angustia, sopor,aborrecimiento, asco. No. Sólo vi un camino posible: salir <strong>de</strong> ese mundo. Y nada mejorpara escapar <strong>de</strong> esa tela <strong>de</strong> araña, que ser otro. Otro, sin pasado, en un ambiente don<strong>de</strong>difícilmente pudiera ser reconocido, y sir responsabilida<strong>de</strong>s, <strong>de</strong>pendiendo en todo <strong>de</strong>otros, y cuanto más tonto, mejor. Enrolarme como soldado raso, manteniendo miincógnito. La vida cuartelera me mantendría en un or<strong>de</strong>n. No tener que tomar nunca másuna <strong>de</strong>cisión. Como <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacía mucho me interesaban los aviones, pensé que lo mejorsería ingresar en la RAF.51 Debe referirse a Vladimir Navokov, quien por entonces estaba en Cambridge.84

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