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Lawrence de Arabia - JOSE MARIA ALVAREZ - José María Álvarez

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estaban dispuestos a aceptar mi criterio. Es curioso que el único que sí entendió misadvertencias fue un miembro <strong>de</strong> la <strong>de</strong>legación británica en la conferencia, un ex alumno<strong>de</strong>l King's College <strong>de</strong> Cambridge muy interesado por la economía, John MaynardKeynes. Hablamos varias veces durante aquellos meses. También él consi<strong>de</strong>raba unerror -«Peor que un error: un crimen», me dijo invirtiendo la célebre frase <strong>de</strong>Talleyrand- las cláusulas <strong>de</strong> reparaciones que se impondrían a Alemania. Coincidíaconmigo en consi<strong>de</strong>rar nefasto a Woodrow Wilson, <strong>de</strong>l que nos burlábamos dudando sisería más sordo que ciego, y veía el futuro con el mismo pesimismo. Estaba casado conuna dama encantadora, bailarina, Lydia Lopokova, y una noche que estábamos cenandolos tres juntos, me dijo:-No le dé más vueltas, amigo <strong>Lawrence</strong>. De una paz cartaginesa no ha salidojamás sino el horror. El huevo <strong>de</strong> la serpiente.En aquella conferencia, aparte <strong>de</strong> la lectura <strong>de</strong> la Antología griega o <strong>de</strong> Burton, loúnico fascinante fueron las intervenciones <strong>de</strong> Feyssal. Era el Rey, el ser más noble <strong>de</strong>aquel Consejo <strong>de</strong> los Diez. Cómo resplan<strong>de</strong>cía. Hermoso, físicamente hermoso,orgulloso, sabio, refinado, con la autoridad <strong>de</strong> la cultura y <strong>de</strong>l valor probados.Cuando tuve que intervenir yo -y en contra <strong>de</strong> las muy po<strong>de</strong>rosas presiones queestaba recibiendo <strong>de</strong> la <strong>de</strong>legación inglesa-, <strong>de</strong>fendí sin ambages la in<strong>de</strong>pen<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> losterritorios al Sur <strong>de</strong> la línea Alejandría-Diarbekir, y afirmé que aun tratándose <strong>de</strong> tribusdiferenciadas y Estados en ocasiones enemigos, constituían tanto geográfica comoeconómica, religiosa y culturalmente, una unidad. Esa unidad se había probado en laRebelión, y <strong>de</strong> ella era natural que emergiese un mundo in<strong>de</strong>pendiente. El presi<strong>de</strong>nteWilson me preguntó qué tenían en común el Yemen y Siria. Le contesté que el habermuerto sus hijos juntos por una ban<strong>de</strong>ra. Se echó a reír. Clemenceau afirmó que Franciano renunciaría a sus <strong>de</strong>rechos. Feyssal replicó preguntando qué <strong>de</strong>rechos eran ésos, yClemenceau respondió: « ¡las Cruzadas!» Entonces nos echamos a reír nosotros yFeyssal le cortó:-Señor presi<strong>de</strong>nte, creo que olvida quién ganó cuando las Cruzadas.Pero todo era inútil. Francia se negó a reconocer a Feyssal como rey <strong>de</strong> Siria.Informes que nos llegaban secretamente nos confirmaron que todo estaba ya <strong>de</strong>cidido.Feyssal regresó a Damasco en Primavera. Yo continué durante algún tiempo en París,pero, como gesto <strong>de</strong> repulsa ante aquella componenda política, me negué a aceptar laOr<strong>de</strong>n <strong>de</strong>l Baño que Su Majestad me había concedido por la toma <strong>de</strong> Aqaba y que ahora<strong>de</strong>seaba imponerme en un acto con notoriedad.-No pue<strong>de</strong> usted negarse -me dijo Lloyd George-. Es una cuestión <strong>de</strong> honor.Fue la gota que colmó el vaso <strong>de</strong> mi paciencia.-¿El honor, señor Primer Ministro? Mientras nuestros hombres y los alemanescaían como moscas en Francia, los franceses les vendían carne a los alemanes y losalemanes nos vendían a nosotros obuses que matarían a sus propios soldados. Nuestroalgodón y nuestro cacao terminaba en Berlín, <strong>de</strong> lo que se sacaba buen rendimientoeconómico. Cuando a Inglaterra le faltaba aceite y cemento, se lo estaban vendiendo aAlemania, para sus blocaos, y la gasolina. ¿De dón<strong>de</strong> sacó Alemania la glicerina paralos explosivos sino <strong>de</strong> las ventas inglesas? Le diré dón<strong>de</strong> he visto el honor, señor PrimerMinistro. He visto el honor en los hombres que caían en el campo <strong>de</strong> batalla. Y he vistomorir en ese campo a muchos árabes, árabes que creían en la palabra <strong>de</strong> Inglaterra. SiSu Majestad <strong>de</strong>sea imponer la Or<strong>de</strong>n <strong>de</strong>l Baño, que la imponga en las arenas <strong>de</strong>lYunque <strong>de</strong>l Sol.Estaba tan asqueado <strong>de</strong> la Conferencia, que llegué a pensar por un instante -¡ah, siaún pudiera sentir en mi alma ese latigazo!- en abandonarlo todo, regresar a <strong>Arabia</strong> yponerme a la cabeza <strong>de</strong> una nueva insurrección, esta vez contra Inglaterra y Francia.79

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