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Lawrence de Arabia - JOSE MARIA ALVAREZ - José María Álvarez

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No logré poner or<strong>de</strong>n. Recuerdo mi segundo día en Damasco. Había caído rendidoy dormí un par <strong>de</strong> horas. Me <strong>de</strong>spertaron unos disparos. Salí y Auda me dijo que losdrusos se habían sublevado comandados por Abd el-Ka<strong>de</strong>r. Or<strong>de</strong>né inmediatamente aNuri Said que acordonase a los drusos y que emplazara las ametralladoras en lasbocacalles. Por fin logramos acabar con ellos y apresar a Mohammed Said, pero se nosescapó Abd el-Ka<strong>de</strong>r; me hubiera gustado pillado y ejecutado. Tuve que matar a otros.Poco <strong>de</strong>spués, el ejército <strong>de</strong> Allenby -aquel río inmenso y abigarrado don<strong>de</strong> tantasnacionalida<strong>de</strong>s se mixturaban, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Australia hasta la India, todos con sus enseñas ysus uniformes- entró en la ciudad y la ocuparon. Fue una ocupación total, a cuyo lado, laentrada <strong>de</strong> mis guerreros parecía disolverse como una huella en el <strong>de</strong>sierto. Sí. Pero esahuella había dado a luz ese caudal.Pero ahora llegaba la hora <strong>de</strong>l reparto. Las potencias adjudicándose su botín. Y enese botín, poco íbamos a contar nosotros. El mundo que por un instante yo había vistorestallar, se hundía ahora en la componenda política. Todo el coraje, la limpieza viril <strong>de</strong>nuestra lucha iba a pudrirse como aquellos moribundos <strong>de</strong>l hospital turco, en aquelhedor. Sobre nuestras heridas <strong>de</strong> hombre, se extendían las vendas sucias <strong>de</strong> la política.Todas las ilusiones se pudrirían, <strong>de</strong>stilando qué líquidos atroces.Mi última or<strong>de</strong>n en Damasco fue la <strong>de</strong> cavar enormes zanjas para enterrar sinnombre a todos los cadáveres. Después entregué el po<strong>de</strong>r a Allenby. Le aconsejé quenombrase gobernador militar a Alí Riza, que bien merecido se lo tenía por su larga tarea,tantas veces al filo <strong>de</strong>l patíbulo, como agente <strong>de</strong> Fyssal.Se anunció la llegada <strong>de</strong> Feyssal, que venía en tren <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Deraa. Fue hermosa suentrada en Damasco. Siempre tras él su viejo servidor abisinio, aquel negro gigantesco.Feyssal entró en Damasco montado en un caballo y seguido <strong>de</strong> su guardia. Fue laprimera vez que Feyssal y Allenby se encontraron frente a frente. Feyssal agra<strong>de</strong>ció aAllenby la victoria. Allenby le respondió -qué terrible momento -que Siria quedabasegún el Tratado Sykes-Pic, como protectorado francés y que todos los territorios alOeste <strong>de</strong>l Jordán y la costa quedarían fuera <strong>de</strong>l po<strong>de</strong>r árabe. Feyssal protestó y dijo quesus tropas habían tomado el día anterior Beirut, pero se le conminó a que arriase suban<strong>de</strong>ra pues el Líbano pasaba a estar totalmente bajo el po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> Francia. Después <strong>de</strong>una protesta inútil, Feyssal abandonó el ayuntamiento. Allenby me dijo entonces que yo<strong>de</strong>bería permanecer junto a Feyssal como representante <strong>de</strong> Gran Bretaña. Me negué aaceptar ese cargo.-Es usted un soldado. Debe obe<strong>de</strong>cer -me dijo-Ya no soy nadie, señor -le contesté-. Estoy agotado y no tengo condiciones parael mando. Le ruego que me trasla<strong>de</strong>.76

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