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Lawrence de Arabia - JOSE MARIA ALVAREZ - José María Álvarez

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Aurens.»Era imposible poner <strong>de</strong> acuerdo a todos aquellos partidos enfrentados. Hice uso <strong>de</strong>la autoridad que me confería mi nombre, y el <strong>de</strong> Feyssal, para intentar organizar elgobierno <strong>de</strong> la ciudad. Nombré gobernador militar a Shukri el Ayubi, que nos era muyfavorable, y salí a recorrer las calles. La multitud seguía enloquecida, on<strong>de</strong>andoban<strong>de</strong>ras rojas y gritando con <strong>de</strong>lirio el nombre <strong>de</strong> Feyssal. Y a ese nombre amado,unían el mío: «¡Aurens! ¡Aurens! ¡Aurens! ¡Aurens!..»Las horas que siguieron, qué extraño, permanecen casi borradas en mi memoria.Sé que estaba muy cansado, y ni aquella excitación <strong>de</strong>l momento me prestaba aliento.Tuve que ir a un hospital, don<strong>de</strong> cientos <strong>de</strong> turcos heridos se pudrían sin agua, sinauxilio médico, comidos por las moscas, los piojos y las ratas. Algo sucedió, pues unoficial inglés me abofeteó, supongo que tomándome por un árabe y culpando a éstos <strong>de</strong>la miseria <strong>de</strong> aquel hospital. No pu<strong>de</strong> sino reírme. Me propinó otra bofetada mientrasgritaba «¡Maldito seas!», pero yo seguí riendo. Luego casi me <strong>de</strong>svanecí. Tuve queretirarme a <strong>de</strong>scansar, encontré un camastro viejo y me dormí.Me sacó <strong>de</strong> ese sueño la mano <strong>de</strong> Nasir.-Ven -me dijo-. Hay problemas.Le acompañé y me encontré con un grupo <strong>de</strong> rualias que me comunicaron que lossoldados <strong>de</strong> Abd el-Ka<strong>de</strong>r no aceptaban los nombramientos que yo había or<strong>de</strong>nado. Fuia hablar con él. Vino conmigo Auda, dispuesto a <strong>de</strong>gollar al cabecilla argelino. Y <strong>de</strong>nuevo la reunión en el ayuntamiento se convirtió en una vorágine <strong>de</strong> resentimientos.Para completar el cuadro, el general Chauvel me hizo llegar un mensaje con susintenciones <strong>de</strong> ocupar la ciudad con tropas inglesas, en nombre <strong>de</strong> Allenby. Le dije queel propio Allenby me había prometido que los árabes mantendrían el <strong>de</strong>recho <strong>de</strong>permitir o no esa ocupación, innecesaria en todo caso si ellos conseguían un gobiemosólido. Chauvel se mostró terco y tuve que amenazarlo con la respuesta violenta <strong>de</strong> losárabes en el caso <strong>de</strong> que sus tropas atravesaran las puertas <strong>de</strong> la ciudad y que, en todocaso, <strong>de</strong> entrar, <strong>de</strong>berían rendir honores a la ban<strong>de</strong>ra <strong>de</strong>l Jerife. Esto pareció convencer aChauvel <strong>de</strong> la conveniencia <strong>de</strong> mantener sus posiciones por el momento fuera <strong>de</strong>Damasco.El nombramiento <strong>de</strong> un gobierno árabe fue lo peor <strong>de</strong> todo. El mejorrazonamiento se perdía en aquel pan<strong>de</strong>mónium <strong>de</strong> insultos, gritos, amenazas, alianzas ytraiciones... Como si el puño que había unido a las tribus y a los clanes, como si eljuramento sobre el Corán <strong>de</strong> aquella lejana noche, como si el sueño <strong>de</strong> conquista quehabía borrado toda aversión entre ellos, <strong>de</strong> pronto se hubiera abierto <strong>de</strong>rramando laferocidad y el egoísmo <strong>de</strong> cada ban<strong>de</strong>ra; los viejos odios renacían, los enfrentamientosse aceraban. Habían <strong>de</strong>jado <strong>de</strong> ser «árabes»; ahora volvían a ser Ateibash y Rualia yHaritz y Hoveitah y Jujeina y burgueses <strong>de</strong> Siria que casi se lamentaban por el turcovencido, y ninguno pensaba sino en su propio botín <strong>de</strong> guerra. Hubo incluso disparos yvi brillar alguna gumía. Yo mismo tuve que disparar en pie sobre una mesa parahacerme oír. Pero mis promesas <strong>de</strong> soluciones justas y equilibradas en una unidad bajoel nombre <strong>de</strong> Feyssal, les hacía reír. Los beduinos, a<strong>de</strong>más, no entendían la gravedad <strong>de</strong>los problemas con que nos enfrentábamos -no entendían ni siquiera el problema mismo-.El suministro <strong>de</strong> agua había <strong>de</strong>jado <strong>de</strong> funcionar, y los cadáveres <strong>de</strong> hombres yanimales se pudrían en las conducciones y <strong>de</strong>satarían las más espantosas epi<strong>de</strong>mias. Laluz era otro problema. No disponíamos <strong>de</strong> nadie en el servicio <strong>de</strong> bomberos, en unaciudad amenazada con ar<strong>de</strong>r entera. Y había que restablecer telégrafos, teléfonos,radios, policía. Y el alucinante e irresoluble caos <strong>de</strong> los hospitales, don<strong>de</strong> montones <strong>de</strong>heridos agonizaban -turcos casi todos- en las peores condiciones. Y todo era como unhaz que convergiera en mí.75

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