12.07.2015 Views

Lawrence de Arabia - JOSE MARIA ALVAREZ - José María Álvarez

Lawrence de Arabia - JOSE MARIA ALVAREZ - José María Álvarez

Lawrence de Arabia - JOSE MARIA ALVAREZ - José María Álvarez

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

Y subí al Rolls y nos pusimos en marcha. A mitad <strong>de</strong> camino, un jinete se nosacercó volando en su montura. De su mano colgaba un racimo <strong>de</strong> uvas como el oro.-Para ti, Aurens -me las ofreció riendo-. Recién cortadas en las puertas <strong>de</strong>Damasco.Me invadió la tristeza. Sabía qué poco era lo que íbamos a conseguir en realidad.Me sentí como el que está a punto <strong>de</strong> ser <strong>de</strong>senmascarado. La gran mentira, «mi» granmentira, estaba a punto <strong>de</strong> saltar por los aires. Ni siquiera iba a po<strong>de</strong>r darles a misárabes la virginidad <strong>de</strong> Damasco. Yo ya había imaginado que Allenby intentaría loimposible para conseguir que no fuésemos los primeros en entrar en la ciudad; y lohabía logrado. Estábamos a menos <strong>de</strong> tres kilómetros cuando Auda, <strong>de</strong>sfigurado por lafuria, vino cabalgando hasta el coche y me dijo que el Décimo <strong>de</strong> Caballería LigeraAustraliana, a las ór<strong>de</strong>nes <strong>de</strong>l comandante Ol<strong>de</strong>n, había ocupado el ayuntamiento yhabía recibido la rendición <strong>de</strong> Mohammed Said, que era un lacayo <strong>de</strong> los turcos a quienJemal Bajá había nombrado gobernador la tar<strong>de</strong> antes; y junto a Said, el inescrutable ytraicionero Abd el-Ka<strong>de</strong>r. Nos habían ganado la mano por unas horas.-No importa -le dije a Auda, aunque también a mí me <strong>de</strong>voraba la rabia y laimpotencia-. Ocupad otros edificios. Y la central eléctrica. Los <strong>de</strong>pósitos <strong>de</strong> agua.Ocupad cuando podáis. Y constituíos en gobierno.En ese instante estuvo a punto <strong>de</strong> tener lugar una formidable broma <strong>de</strong> la Historia-casi justicia poética-: una patrulla <strong>de</strong> lanceros <strong>de</strong> Bengala nos <strong>de</strong>tuvo y, a causa <strong>de</strong> misropas árabes, estuvo a punto <strong>de</strong> ejecutarme al tomarme por un espía. No hubiera sidomal final tampoco, caer allí fusilado por los nuestros, por error, casi tocando ya laspuertas <strong>de</strong> Damasco.Por fin -era el 1 <strong>de</strong> Octubre- crucé esas puertas. Amanecía. Por el Este el solsurgía rasgando los jirones <strong>de</strong> bruma <strong>de</strong> la madrugada. Todo parecía fundirse en unespejo <strong>de</strong> púrpura y oro. Los palmerales y los huertos ver<strong>de</strong> esmeralda se llenaban <strong>de</strong>luz. Miré a los cielos, y vi un buitre, un cuervo y un cernícalo, peleando entre sí; eracomo una premonición. También los árabes se pelearían. Vi un urogallo sobre untejado. Me volví hacia Nasir y Nuri Shalaam, los abracé y los besé.-Es lo que veíamos ya en Medina, Aurens –me dijo Nasir.-Sí, Aurens -añadió Nuri-. Des<strong>de</strong> Medina. Des<strong>de</strong> siempre.Y entramos en Damasco. Las calles reventaban <strong>de</strong> gente. Las mujeres arrojabanflores sobre nosotros. Me vi a mí mismo como Ibn Suhayd <strong>de</strong>cía <strong>de</strong> Mutanabbi:«Enhiesto como una palmera sobre la duna. Cubría su cabeza un turbante rojo <strong>de</strong>l quependía flotando un cabo amarillo. Llevaba la lanza apoyada en el hombro. Iba montadosobre una yegua blanca.» ¡Qué farsante! Pero me gustaba. Algo en mí necesitabaaquello. No sé si <strong>de</strong> verdad aquella multitud entusiasmada nos anhelaba, o nos temía; osi era sencillamente la expresión <strong>de</strong> su alegría por el fin <strong>de</strong> la guerra. Pero nosabrazaban, sus ojos brillaban. Casi llevados por ellos llegamos al ayuntamiento. Allí meencontré, ya «sentado», al venal Said, <strong>de</strong>fendido por la guardia marroquí <strong>de</strong> Abd el-Ka<strong>de</strong>r. Yo odiaba a Abd el-Ka<strong>de</strong>r. Me había traicionado cuando los ataques en elYarmuk. Y allí estaba ahora, frente a mí, retador, en medio <strong>de</strong> aquella confusióninenarrable. Intenté poner or<strong>de</strong>n. Pero la sala <strong>de</strong> sesiones bullía como un hormiguerofurioso: quienes pretendían agarrar la última tajada <strong>de</strong> los provechos <strong>de</strong> la guerra, losadvenedizos, los traidores, los corros <strong>de</strong> drusos, muchos <strong>de</strong> ellos gente que había sidofiel a Turquía. Y los héroes. Auda alzaba su noble figura frente a los grupos quechillaban. Auda odiaba a los drusos, y <strong>de</strong> pronto en medio <strong>de</strong>l griterío, lo vi sacar suespada y empuñar con la otra su pistola. Me costó apartar a Auda y llevarlo a otra sala.Recuerdo su rostro, <strong>de</strong>scompuesto, cubierto <strong>de</strong> sudor, sus gritos: «¿Lo ves? ¿Lo ves?Era para esto. Todo ha sido para esto. No hay oro. No hay gloria. Nos has mentido,74

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!