estia carnicera.¿Pero por qué en el alarido <strong>de</strong> esa bestia hay gran<strong>de</strong>za? Acaso porque en larepetición <strong>de</strong> ese ceremonial <strong>de</strong> sangre y violencia se toca el cometa <strong>de</strong> la fuerza vital,ésa que sólo avanza ciega y sin otra meta que sobrevivir. La hemos sofocado con laCivilización, pero también a ésta la sustenta, aunque más o menos sometida. Es brutal,pero es hermosa, como lo es la explosión <strong>de</strong> un volcán. Y en ciertos momentos en quese le abren las puertas, contemplamos ese lado nuestro, y nos satisface. Por eso en elfondo <strong>de</strong>l horror <strong>de</strong> la matanza, <strong>de</strong> la carga como un alarido <strong>de</strong> la sensación <strong>de</strong> existir enestado puro, junto al miedo que nos ha hecho concebir la Civilización, y más allá <strong>de</strong> lapiedad con que las religiones nos han templado, galopa por un instante, libre,centelleante, la bestia <strong>de</strong> la libertad, el animal <strong>de</strong>l instinto. Y locos en esa furiacontemplamos el hermosísimo amanecer <strong>de</strong>l mundo, somos felices como lo es rayo, o elterremoto o la marea. En ese segundo el que sólo somos la furia <strong>de</strong> la especie. Quizá poreso <strong>de</strong>cía Cleómenes que el daño que en la guerra se inflige al enemigo está más allá <strong>de</strong>la justicia.(Somos seres extraños, muy extraños. De pronto, el recuerdo <strong>de</strong> Tafas se ha<strong>de</strong>svanecido en mi memoria, y la ha ocupado por entero una imagen: el Cherubino <strong>de</strong>Amelita Galli-Curci aquella noche en Londres. «Non so piu...», ah... Qué... Qué... Esehilo <strong>de</strong> cristal que jamás se rompe, entre la dicha y la melancolía.)Después <strong>de</strong> Tafas, atacamos Deraa. La resistencia alemana, como su retirada, fueun ejemplo dignidad y honor militar. Nasir ocupó la ciudad y yo entré en ella -esaciudad <strong>de</strong> mi herida- bajo la luz <strong>de</strong>l amanecer.E14º. Ejército turco -cuya última resistencia había sido arrasada por la Caballería<strong>de</strong> Allenby en llanura <strong>de</strong> Esdrelón- estaba <strong>de</strong>struido. Teníamos más <strong>de</strong> diez milprisioneros e incontables muerto Ya nada impedía el avance sobre Damasco.Feyssal vino hasta nuestras posiciones. Había cambiado su camella por un lujosoVauxhall. Le dije que preparara su entrada triunfal en la ciudad. Al día siguiente,acompañado por mi guardia, fui a Kiswe, don<strong>de</strong> me aguardaban Auda, Nasir, NuriShalaam y el general Chauvel 48 .. Nuri me dijo que acababan <strong>de</strong> <strong>de</strong>rrotar a una columnaturca <strong>de</strong> más <strong>de</strong> seis mil hombres, pero que aún quedaban fuerzas interpuestas entrenosotros y Damasco. Les aconsejé -cuando pu<strong>de</strong> zafarme <strong>de</strong> Chauvel- que no perdierantiempo, que los regimientos <strong>de</strong> Barrow nos pisaban los talones y que <strong>de</strong>bíamosa<strong>de</strong>lantarnos. Para entretener un poco más a Barrow envié mensajeros a su vanguardiadiciéndole que acabasen ellos con la resistencia turca.Habíamos llegado al final <strong>de</strong> nuestro camino. El sueño <strong>de</strong> aquel día ya lejano, sehabía hecho realidad. No sabía lo que podía suce<strong>de</strong>r, aunque lo presentía. Era mileyenda y mi fracaso. Pero allí estaba Damasco. La Damasco <strong>de</strong> oro <strong>de</strong> Ibn Jubair,brillando como el halo que envuelve la Luna. Íbamos a conquistarla y a intentar queresultara muy difícil arrebatárnosla. Eso al menos se lo <strong>de</strong>bía a Feyssal, a Auda, a tantosvalientes que habían empezado conmigo esa guerra y que ahora eran arena <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sierto.Ah, aquel último amanecer antes <strong>de</strong> Damasco. Como si en la blancura <strong>de</strong> lamañana las vetas rojizas fueran un homenaje a toda la sangre vertida en el combate, alvalor <strong>de</strong> mis guerreros. Mis guerreros. Sí, eran míos, yo los había encauzado haciaaquella ciudad como un huracán. En esa luz que se levantaba, al ponerse restallaría laseda roja <strong>de</strong> Feyssal. Subí a la cima <strong>de</strong> una colina <strong>de</strong>s<strong>de</strong> don<strong>de</strong> se veía, entre el polvoque el viento levantaba en la llanura, polvo como cristal triturado por su brillo, la ciudad<strong>de</strong>seada. El campo era un espacio <strong>de</strong> piedras negras volcánicas que resplan<strong>de</strong>cían.-¡Vamos! -les dije.48 General Henry Chauvel.. Comandante en jefe <strong>de</strong>l Cuerpo Montado <strong>de</strong>l Desierto, tropas australianas.73
Y subí al Rolls y nos pusimos en marcha. A mitad <strong>de</strong> camino, un jinete se nosacercó volando en su montura. De su mano colgaba un racimo <strong>de</strong> uvas como el oro.-Para ti, Aurens -me las ofreció riendo-. Recién cortadas en las puertas <strong>de</strong>Damasco.Me invadió la tristeza. Sabía qué poco era lo que íbamos a conseguir en realidad.Me sentí como el que está a punto <strong>de</strong> ser <strong>de</strong>senmascarado. La gran mentira, «mi» granmentira, estaba a punto <strong>de</strong> saltar por los aires. Ni siquiera iba a po<strong>de</strong>r darles a misárabes la virginidad <strong>de</strong> Damasco. Yo ya había imaginado que Allenby intentaría loimposible para conseguir que no fuésemos los primeros en entrar en la ciudad; y lohabía logrado. Estábamos a menos <strong>de</strong> tres kilómetros cuando Auda, <strong>de</strong>sfigurado por lafuria, vino cabalgando hasta el coche y me dijo que el Décimo <strong>de</strong> Caballería LigeraAustraliana, a las ór<strong>de</strong>nes <strong>de</strong>l comandante Ol<strong>de</strong>n, había ocupado el ayuntamiento yhabía recibido la rendición <strong>de</strong> Mohammed Said, que era un lacayo <strong>de</strong> los turcos a quienJemal Bajá había nombrado gobernador la tar<strong>de</strong> antes; y junto a Said, el inescrutable ytraicionero Abd el-Ka<strong>de</strong>r. Nos habían ganado la mano por unas horas.-No importa -le dije a Auda, aunque también a mí me <strong>de</strong>voraba la rabia y laimpotencia-. Ocupad otros edificios. Y la central eléctrica. Los <strong>de</strong>pósitos <strong>de</strong> agua.Ocupad cuando podáis. Y constituíos en gobierno.En ese instante estuvo a punto <strong>de</strong> tener lugar una formidable broma <strong>de</strong> la Historia-casi justicia poética-: una patrulla <strong>de</strong> lanceros <strong>de</strong> Bengala nos <strong>de</strong>tuvo y, a causa <strong>de</strong> misropas árabes, estuvo a punto <strong>de</strong> ejecutarme al tomarme por un espía. No hubiera sidomal final tampoco, caer allí fusilado por los nuestros, por error, casi tocando ya laspuertas <strong>de</strong> Damasco.Por fin -era el 1 <strong>de</strong> Octubre- crucé esas puertas. Amanecía. Por el Este el solsurgía rasgando los jirones <strong>de</strong> bruma <strong>de</strong> la madrugada. Todo parecía fundirse en unespejo <strong>de</strong> púrpura y oro. Los palmerales y los huertos ver<strong>de</strong> esmeralda se llenaban <strong>de</strong>luz. Miré a los cielos, y vi un buitre, un cuervo y un cernícalo, peleando entre sí; eracomo una premonición. También los árabes se pelearían. Vi un urogallo sobre untejado. Me volví hacia Nasir y Nuri Shalaam, los abracé y los besé.-Es lo que veíamos ya en Medina, Aurens –me dijo Nasir.-Sí, Aurens -añadió Nuri-. Des<strong>de</strong> Medina. Des<strong>de</strong> siempre.Y entramos en Damasco. Las calles reventaban <strong>de</strong> gente. Las mujeres arrojabanflores sobre nosotros. Me vi a mí mismo como Ibn Suhayd <strong>de</strong>cía <strong>de</strong> Mutanabbi:«Enhiesto como una palmera sobre la duna. Cubría su cabeza un turbante rojo <strong>de</strong>l quependía flotando un cabo amarillo. Llevaba la lanza apoyada en el hombro. Iba montadosobre una yegua blanca.» ¡Qué farsante! Pero me gustaba. Algo en mí necesitabaaquello. No sé si <strong>de</strong> verdad aquella multitud entusiasmada nos anhelaba, o nos temía; osi era sencillamente la expresión <strong>de</strong> su alegría por el fin <strong>de</strong> la guerra. Pero nosabrazaban, sus ojos brillaban. Casi llevados por ellos llegamos al ayuntamiento. Allí meencontré, ya «sentado», al venal Said, <strong>de</strong>fendido por la guardia marroquí <strong>de</strong> Abd el-Ka<strong>de</strong>r. Yo odiaba a Abd el-Ka<strong>de</strong>r. Me había traicionado cuando los ataques en elYarmuk. Y allí estaba ahora, frente a mí, retador, en medio <strong>de</strong> aquella confusióninenarrable. Intenté poner or<strong>de</strong>n. Pero la sala <strong>de</strong> sesiones bullía como un hormiguerofurioso: quienes pretendían agarrar la última tajada <strong>de</strong> los provechos <strong>de</strong> la guerra, losadvenedizos, los traidores, los corros <strong>de</strong> drusos, muchos <strong>de</strong> ellos gente que había sidofiel a Turquía. Y los héroes. Auda alzaba su noble figura frente a los grupos quechillaban. Auda odiaba a los drusos, y <strong>de</strong> pronto en medio <strong>de</strong>l griterío, lo vi sacar suespada y empuñar con la otra su pistola. Me costó apartar a Auda y llevarlo a otra sala.Recuerdo su rostro, <strong>de</strong>scompuesto, cubierto <strong>de</strong> sudor, sus gritos: «¿Lo ves? ¿Lo ves?Era para esto. Todo ha sido para esto. No hay oro. No hay gloria. Nos has mentido,74
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