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Lawrence de Arabia - JOSE MARIA ALVAREZ - José María Álvarez

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estia carnicera.¿Pero por qué en el alarido <strong>de</strong> esa bestia hay gran<strong>de</strong>za? Acaso porque en larepetición <strong>de</strong> ese ceremonial <strong>de</strong> sangre y violencia se toca el cometa <strong>de</strong> la fuerza vital,ésa que sólo avanza ciega y sin otra meta que sobrevivir. La hemos sofocado con laCivilización, pero también a ésta la sustenta, aunque más o menos sometida. Es brutal,pero es hermosa, como lo es la explosión <strong>de</strong> un volcán. Y en ciertos momentos en quese le abren las puertas, contemplamos ese lado nuestro, y nos satisface. Por eso en elfondo <strong>de</strong>l horror <strong>de</strong> la matanza, <strong>de</strong> la carga como un alarido <strong>de</strong> la sensación <strong>de</strong> existir enestado puro, junto al miedo que nos ha hecho concebir la Civilización, y más allá <strong>de</strong> lapiedad con que las religiones nos han templado, galopa por un instante, libre,centelleante, la bestia <strong>de</strong> la libertad, el animal <strong>de</strong>l instinto. Y locos en esa furiacontemplamos el hermosísimo amanecer <strong>de</strong>l mundo, somos felices como lo es rayo, o elterremoto o la marea. En ese segundo el que sólo somos la furia <strong>de</strong> la especie. Quizá poreso <strong>de</strong>cía Cleómenes que el daño que en la guerra se inflige al enemigo está más allá <strong>de</strong>la justicia.(Somos seres extraños, muy extraños. De pronto, el recuerdo <strong>de</strong> Tafas se ha<strong>de</strong>svanecido en mi memoria, y la ha ocupado por entero una imagen: el Cherubino <strong>de</strong>Amelita Galli-Curci aquella noche en Londres. «Non so piu...», ah... Qué... Qué... Esehilo <strong>de</strong> cristal que jamás se rompe, entre la dicha y la melancolía.)Después <strong>de</strong> Tafas, atacamos Deraa. La resistencia alemana, como su retirada, fueun ejemplo dignidad y honor militar. Nasir ocupó la ciudad y yo entré en ella -esaciudad <strong>de</strong> mi herida- bajo la luz <strong>de</strong>l amanecer.E14º. Ejército turco -cuya última resistencia había sido arrasada por la Caballería<strong>de</strong> Allenby en llanura <strong>de</strong> Esdrelón- estaba <strong>de</strong>struido. Teníamos más <strong>de</strong> diez milprisioneros e incontables muerto Ya nada impedía el avance sobre Damasco.Feyssal vino hasta nuestras posiciones. Había cambiado su camella por un lujosoVauxhall. Le dije que preparara su entrada triunfal en la ciudad. Al día siguiente,acompañado por mi guardia, fui a Kiswe, don<strong>de</strong> me aguardaban Auda, Nasir, NuriShalaam y el general Chauvel 48 .. Nuri me dijo que acababan <strong>de</strong> <strong>de</strong>rrotar a una columnaturca <strong>de</strong> más <strong>de</strong> seis mil hombres, pero que aún quedaban fuerzas interpuestas entrenosotros y Damasco. Les aconsejé -cuando pu<strong>de</strong> zafarme <strong>de</strong> Chauvel- que no perdierantiempo, que los regimientos <strong>de</strong> Barrow nos pisaban los talones y que <strong>de</strong>bíamosa<strong>de</strong>lantarnos. Para entretener un poco más a Barrow envié mensajeros a su vanguardiadiciéndole que acabasen ellos con la resistencia turca.Habíamos llegado al final <strong>de</strong> nuestro camino. El sueño <strong>de</strong> aquel día ya lejano, sehabía hecho realidad. No sabía lo que podía suce<strong>de</strong>r, aunque lo presentía. Era mileyenda y mi fracaso. Pero allí estaba Damasco. La Damasco <strong>de</strong> oro <strong>de</strong> Ibn Jubair,brillando como el halo que envuelve la Luna. Íbamos a conquistarla y a intentar queresultara muy difícil arrebatárnosla. Eso al menos se lo <strong>de</strong>bía a Feyssal, a Auda, a tantosvalientes que habían empezado conmigo esa guerra y que ahora eran arena <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sierto.Ah, aquel último amanecer antes <strong>de</strong> Damasco. Como si en la blancura <strong>de</strong> lamañana las vetas rojizas fueran un homenaje a toda la sangre vertida en el combate, alvalor <strong>de</strong> mis guerreros. Mis guerreros. Sí, eran míos, yo los había encauzado haciaaquella ciudad como un huracán. En esa luz que se levantaba, al ponerse restallaría laseda roja <strong>de</strong> Feyssal. Subí a la cima <strong>de</strong> una colina <strong>de</strong>s<strong>de</strong> don<strong>de</strong> se veía, entre el polvoque el viento levantaba en la llanura, polvo como cristal triturado por su brillo, la ciudad<strong>de</strong>seada. El campo era un espacio <strong>de</strong> piedras negras volcánicas que resplan<strong>de</strong>cían.-¡Vamos! -les dije.48 General Henry Chauvel.. Comandante en jefe <strong>de</strong>l Cuerpo Montado <strong>de</strong>l Desierto, tropas australianas.73

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