12.07.2015 Views

Lawrence de Arabia - JOSE MARIA ALVAREZ - José María Álvarez

Lawrence de Arabia - JOSE MARIA ALVAREZ - José María Álvarez

Lawrence de Arabia - JOSE MARIA ALVAREZ - José María Álvarez

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

moverse una cabra o un perro. Algunas casas ardían. Aguardamos durante un rato. Yomiraba las manos <strong>de</strong> Talhal que se aferraban a las riendas <strong>de</strong> su yegua, crispadas; teníalos ojos muy abiertos, sin parpa<strong>de</strong>ar, fijos en Tafas. De pronto vi acercarse al galope, aAuda. Su rostro estaba <strong>de</strong>sencajado. Llegó hasta don<strong>de</strong> yo estaba.-¡Cerdos! -dijo-. Los han matado a todos.Talhal se estremeció en su montura. Sentí cómo se apretaban las filas <strong>de</strong> misguerreros, impacientes, tensos.Or<strong>de</strong>né avanzar lentamente. Conforme íbamos acercándonos a la al<strong>de</strong>a, un hedorterrible fue envolviéndonos. Nos acercamos a las murallas <strong>de</strong> arcilla y empezamos a vercadáveres y cadáveres, medio <strong>de</strong>snudos, cubiertos <strong>de</strong> sangre. Vi un perro clavado contrauna puerta. La matanza que habían perpetrado allí los turcos era escalofriante. Nunca hevisto nada igual. Habían asesinado a bayonetazos, a lanzadas, a cuchillo, a toda lapoblación, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> violar -las posturas y las <strong>de</strong>snu<strong>de</strong>ces lo manifestaban- a mujeres,niñas, niños, hombres... Por todas partes había cadáveres. Un anciano tenía su vientreabierto como un baúl y todos los intestinos sobre los muslos. Vi a una mujer, <strong>de</strong>espaldas, <strong>de</strong>snuda, con una bayoneta clavada en su ano. Todas las criaturas -niñas <strong>de</strong>siete, <strong>de</strong> ocho años- tenían señales <strong>de</strong> violencia sexual. Hay una imagen que no hepodido apartar jamás <strong>de</strong> mis pensamientos, y que aún, a veces, me <strong>de</strong>spierta en la nochehelándome <strong>de</strong> horror. De aquel silencio que hedía a sangre corrompida, a cenizas y acadaverina, avanzó hacia nosotros una niña, <strong>de</strong>snuda, bañada en sangre, con los brazosextendidos. Nos pedía perdón.Todos estábamos paralizados. Vi los ojos <strong>de</strong> Auda -¡<strong>de</strong> Auda!- brillantes <strong>de</strong>lágrimas. Ni un movimiento. Como si todo el ejército se hubiera petrificado. De pronto,Talhal avanzó unos metros, sin miramos. Me di cuenta <strong>de</strong> que estaba asistiendo a unhecho mítico, como haber contemplado a Aquiles, a Milcía<strong>de</strong>s en Maratón, a Alejandro.Durante unos segundos -como horas- todo se <strong>de</strong>tuvo. También los turcos <strong>de</strong>tuvieron suretirada. El paisaje estaba muerto. Hasta pareció cesar el viento. Talhal clavó sus ojos enlos turcos. Se cubrió <strong>de</strong>spacio su rostro con la quffiyah, se afianzó en su silla, sacó suespada, y con un alarido que aún resuena en mis oídos, clavó espuelas y se lanzó <strong>de</strong>cabeza contra los turcos.El galope <strong>de</strong>sesperado <strong>de</strong> Talhal suce<strong>de</strong> en el silencio <strong>de</strong>l mundo. Talhal cargabacomo un rayo, con su espada por <strong>de</strong>lante y gritando su nombre: «¡Talhal! ¡Talhal!¡Talhal! ¡Talhal! ¡Talhal!» Esos gritos, como rugidos, estallan en mi cabeza. Cuando yase hallaba a poca distancia <strong>de</strong> las filas turcas, una <strong>de</strong>scarga lo abatió y su cuerpo cayósobre las lanzas <strong>de</strong> la primera formación.Entonces todos nos lanzamos a una carga salvaje.-¡Ni un prisionero! ¡Ni un prisionero! -me di cuenta que gritaba yo, arrastradopor aquella locura.-iNi un prisionero! -gritaba Auda, que cabalgaba a mi lado-. ¡Oro al que mate másturcos! ¡Matad! ¡Matad!Luchamos durante horas, como nunca he visto luchar ni veré jamás. Matábamos ymatábamos, como poseídos <strong>de</strong> una furia incontenible, más allá <strong>de</strong> la <strong>de</strong>mencia misma,<strong>de</strong>strozando los cuerpos, <strong>de</strong>scuartizándolos, asesinando hasta a los heridos. El sudor noscubría mezclado a la sangre. Nuestras ropas pesaban por la sangre que las empapaba.No sé cuántos hombres maté en Tafas. Heridos que me imploraban perdón. Vi a Audasegar con su espada las manos <strong>de</strong> un soldado moribundo que las alzaba suplicándole.Maté y maté. Con mi pistola, con mi rifle, con mi gumía. Matamos hasta a los animales.Me sacié <strong>de</strong> horror. Cuando cayó el sol, la llanura estaba cubierta <strong>de</strong> cuerposensangrentados y <strong>de</strong>stazados y el olor a muerte lo impregnaba todo.Era la materialización <strong>de</strong> aquel pensamiento <strong>de</strong> Schopenhauer: El hombre, esa72

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!