gobierno árabe in<strong>de</strong>pendiente sobre toda Siria.-Siempre has puesto mi honor por encima <strong>de</strong>l tuyo -me contestó-. Te loagra<strong>de</strong>zco. Pero hay un problema que no <strong>de</strong>bes olvidar. Siria no ama a los beduinos.Podrán acaso respetarme a mí, pero, salvo los que ya me pertenecen, la mayoría <strong>de</strong> loshombres relevantes <strong>de</strong> Damasco preferirían antes a los turcos que a nuestros hombres.-Pues gobernaréis con sirios.-Todo está en las manos <strong>de</strong> Alá -me dijo-. Y <strong>de</strong> lo que el juego <strong>de</strong> fuerzas realesme permita -añadió con una sonrisa.-Sin contar a Abd el-Ka<strong>de</strong>r -dijo Nuri Shalaam, y muy acertadamente, como losacontecimientos posteriores evi<strong>de</strong>nciarían.Pasé aquellas semanas volando trenes, intentando aislar al máximo Ma'an, frente acuya resistencia se estrellaban una y otra vez todas nuestras tentativas. Jaafar luchó conun heroísmo inigualable y Auda multiplicó su legendaria bravura. Pero no pudimostomarla. No se podía hacer otra cosa que ir cercándola, impedir sus abastecimientos,aislarla <strong>de</strong>l resto <strong>de</strong>l ejército turco. Chase pudo hacer montones <strong>de</strong> fotografías y LowellThomas siguió escribiendo sus inflamados artículos sobre mí. Conseguí que Allenbynos cediera un resto <strong>de</strong> camellos <strong>de</strong> la Brigada Imperial, tres Rolls blindados y algunos<strong>de</strong>sechos <strong>de</strong> su artillería. Aun siendo tan importante la artillería, fueron esos dos milcamellos los que constituyeron la columna vertebral <strong>de</strong> nuestra victoria. También nosreforzó con un <strong>de</strong>stacamento francés. Y con ese ejército multicolor continuamos elcerco <strong>de</strong> Ma'an y nos dispusimos a integrarnos en la gran ofensiva prometida porAllenby.Como preparación <strong>de</strong> la ofensiva <strong>de</strong> Otoño, nuestras tropas árabes <strong>de</strong>bíanpresionar hacia el Norte. A nuestro ejército jerifiano, mandado por Nuri Said se unieronlos gukhas y los regulares británicos con los zapadores <strong>de</strong>l capitán Peakey. Tambiénvinieron Auda y Nasir, y algunos blindados. En Azra nos concentramos para atacarDeraa. En Deraa había ahora, junto a los turcos, tropas alemanas, y éstas eran másduras. Decidimos cercar la ciuda cortando el ferrocarril y situando nuestras tropasárabes al Norte, en Shiekh Saad, la infantería al Sur la 4a Brigada <strong>de</strong> Caballería quemandaba Barrow al Oeste. Pedimos apoyo <strong>de</strong> aviación, pero no podían auxiliarnos.Entonces empezamos el ataque por estación <strong>de</strong> Nezerib. Los combates eranencarnizados, sin cuartel. Como si un rosario <strong>de</strong> sangre y <strong>de</strong>golladuras señalara elcamino <strong>de</strong> Damasco. El 4° Ejército turco empezó a ce<strong>de</strong>r en la línea Ma'an-Dera; peroMa'an continuaba imbatible, aunque ya no podían ni evacuar los heridos. Logramosromper su frente por encima <strong>de</strong> Deraa, y se replegaron atrincherándose en Tafas.Lo que sucedió en Tafas es la historia más trágica que recuerdo <strong>de</strong> aquella guerra.Allí toqué el fondo <strong>de</strong> la abyección humana, <strong>de</strong>l horror, pero también en Tafascontemplé la más hermosa estampa <strong>de</strong> gloria <strong>de</strong> que tengo memoria.Los turcos iban arrasándolo todo en su retirada matando y violando y sometiendolas al<strong>de</strong>as al pillaje más atroz. Tafas, a cuatro kilómetros, era la puerta <strong>de</strong> Deraa. ElRegimiento <strong>de</strong> Lanceros <strong>de</strong> Yem Bajá nos esperaba allí. Or<strong>de</strong>né que los rualia, al mando<strong>de</strong> Khalid, y Auda y sus hoveitah, se <strong>de</strong>splegasen por los flancos; yo avancé por elcentro con el resto <strong>de</strong> las tropas. Los turcos <strong>de</strong>cidieron no presentar batalla -supongoque atemorizados por los relatos <strong>de</strong> nuestra ferocidad-, y empezaron a retirarse. A milado cabalgaba Talhal, uno <strong>de</strong> mis capitanes más valerosos; era hijo <strong>de</strong> esa al<strong>de</strong>a yestaba ansioso por liberarla.A partir <strong>de</strong> ese momento, todo transcurre en mi memoria a un ritmo muy lento,como si fuesen pasando fotografías. Cuando los lanceros rebasaron las últimas casas <strong>de</strong>Tafas, (y también esa retirada está envuelta en un silencio sobrecogedor silencio y unaespesa nube <strong>de</strong> polvo) no apreciamos ningún movimiento en la al<strong>de</strong>a. Ni siquiera vimos71
moverse una cabra o un perro. Algunas casas ardían. Aguardamos durante un rato. Yomiraba las manos <strong>de</strong> Talhal que se aferraban a las riendas <strong>de</strong> su yegua, crispadas; teníalos ojos muy abiertos, sin parpa<strong>de</strong>ar, fijos en Tafas. De pronto vi acercarse al galope, aAuda. Su rostro estaba <strong>de</strong>sencajado. Llegó hasta don<strong>de</strong> yo estaba.-¡Cerdos! -dijo-. Los han matado a todos.Talhal se estremeció en su montura. Sentí cómo se apretaban las filas <strong>de</strong> misguerreros, impacientes, tensos.Or<strong>de</strong>né avanzar lentamente. Conforme íbamos acercándonos a la al<strong>de</strong>a, un hedorterrible fue envolviéndonos. Nos acercamos a las murallas <strong>de</strong> arcilla y empezamos a vercadáveres y cadáveres, medio <strong>de</strong>snudos, cubiertos <strong>de</strong> sangre. Vi un perro clavado contrauna puerta. La matanza que habían perpetrado allí los turcos era escalofriante. Nunca hevisto nada igual. Habían asesinado a bayonetazos, a lanzadas, a cuchillo, a toda lapoblación, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> violar -las posturas y las <strong>de</strong>snu<strong>de</strong>ces lo manifestaban- a mujeres,niñas, niños, hombres... Por todas partes había cadáveres. Un anciano tenía su vientreabierto como un baúl y todos los intestinos sobre los muslos. Vi a una mujer, <strong>de</strong>espaldas, <strong>de</strong>snuda, con una bayoneta clavada en su ano. Todas las criaturas -niñas <strong>de</strong>siete, <strong>de</strong> ocho años- tenían señales <strong>de</strong> violencia sexual. Hay una imagen que no hepodido apartar jamás <strong>de</strong> mis pensamientos, y que aún, a veces, me <strong>de</strong>spierta en la nochehelándome <strong>de</strong> horror. De aquel silencio que hedía a sangre corrompida, a cenizas y acadaverina, avanzó hacia nosotros una niña, <strong>de</strong>snuda, bañada en sangre, con los brazosextendidos. Nos pedía perdón.Todos estábamos paralizados. Vi los ojos <strong>de</strong> Auda -¡<strong>de</strong> Auda!- brillantes <strong>de</strong>lágrimas. Ni un movimiento. Como si todo el ejército se hubiera petrificado. De pronto,Talhal avanzó unos metros, sin miramos. Me di cuenta <strong>de</strong> que estaba asistiendo a unhecho mítico, como haber contemplado a Aquiles, a Milcía<strong>de</strong>s en Maratón, a Alejandro.Durante unos segundos -como horas- todo se <strong>de</strong>tuvo. También los turcos <strong>de</strong>tuvieron suretirada. El paisaje estaba muerto. Hasta pareció cesar el viento. Talhal clavó sus ojos enlos turcos. Se cubrió <strong>de</strong>spacio su rostro con la quffiyah, se afianzó en su silla, sacó suespada, y con un alarido que aún resuena en mis oídos, clavó espuelas y se lanzó <strong>de</strong>cabeza contra los turcos.El galope <strong>de</strong>sesperado <strong>de</strong> Talhal suce<strong>de</strong> en el silencio <strong>de</strong>l mundo. Talhal cargabacomo un rayo, con su espada por <strong>de</strong>lante y gritando su nombre: «¡Talhal! ¡Talhal!¡Talhal! ¡Talhal! ¡Talhal!» Esos gritos, como rugidos, estallan en mi cabeza. Cuando yase hallaba a poca distancia <strong>de</strong> las filas turcas, una <strong>de</strong>scarga lo abatió y su cuerpo cayósobre las lanzas <strong>de</strong> la primera formación.Entonces todos nos lanzamos a una carga salvaje.-¡Ni un prisionero! ¡Ni un prisionero! -me di cuenta que gritaba yo, arrastradopor aquella locura.-iNi un prisionero! -gritaba Auda, que cabalgaba a mi lado-. ¡Oro al que mate másturcos! ¡Matad! ¡Matad!Luchamos durante horas, como nunca he visto luchar ni veré jamás. Matábamos ymatábamos, como poseídos <strong>de</strong> una furia incontenible, más allá <strong>de</strong> la <strong>de</strong>mencia misma,<strong>de</strong>strozando los cuerpos, <strong>de</strong>scuartizándolos, asesinando hasta a los heridos. El sudor noscubría mezclado a la sangre. Nuestras ropas pesaban por la sangre que las empapaba.No sé cuántos hombres maté en Tafas. Heridos que me imploraban perdón. Vi a Audasegar con su espada las manos <strong>de</strong> un soldado moribundo que las alzaba suplicándole.Maté y maté. Con mi pistola, con mi rifle, con mi gumía. Matamos hasta a los animales.Me sacié <strong>de</strong> horror. Cuando cayó el sol, la llanura estaba cubierta <strong>de</strong> cuerposensangrentados y <strong>de</strong>stazados y el olor a muerte lo impregnaba todo.Era la materialización <strong>de</strong> aquel pensamiento <strong>de</strong> Schopenhauer: El hombre, esa72
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