Era corresponsal <strong>de</strong> prensa y había venido para «contar» la rebelión árabe. Lo que porcierto hizo, con tonos lo suficientemente comerciales. Thomas me siguió en algunasexpediciones y se inventó otras. Pero tuve que sufrir su presencia durante algún tiempo.El problema <strong>de</strong> Lowell Thomas era el mismo <strong>de</strong> nuestra sociedad actual, lamediocridad <strong>de</strong> sus gustos, la mezquindad <strong>de</strong> sus metas y la ramplonería <strong>de</strong> su forma <strong>de</strong>enten<strong>de</strong>r el mundo y la vida; incapacidad para un pensamiento profundo y una facilidad<strong>de</strong> <strong>de</strong>slumbramiento por los aspectos más triviales <strong>de</strong> los acontecimientos, que a<strong>de</strong>más<strong>de</strong> impedir una comprensión más honda, aplebeya el sentido <strong>de</strong> cuanto toca.No entendió nada <strong>de</strong> la Rebelión y escribió páginas y páginas <strong>de</strong> una consistentevulgaridad; no entendió jamás qué estaba sucediendo allí. Los árabes eran para él unmundo impenetrable, <strong>de</strong>l que le sorprendía su suciedad y a veces su crueldad, y al quemedía con criterios <strong>de</strong>mocráticos norteamericanos. Tampoco sus lectores hubieranadmitido otra versión <strong>de</strong> los hechos que la romántica <strong>de</strong>scripción <strong>de</strong> paisajes y tribusexóticas, y en mí vió un filón para crear un personaje más romántico, si cabe, quesatisfaciera los sueños baratos <strong>de</strong>l lector medio <strong>de</strong> periódicos. En Hussein y Feyssal veíaunos libertadores que, según él, se sacudían siglos <strong>de</strong> la dominación tiránica <strong>de</strong> losturcos. No comprendía el profundo respeto que latía por Constantinopla en el alma <strong>de</strong>los árabes.-Luchan por la libertad -me dijo en una ocasión-. Por salir <strong>de</strong> una vida primitivabajo el yugo turco y alcanzar sus <strong>de</strong>rechos, como todo hombre-Luchan por una libertad que usted no enten<strong>de</strong>ría -repliqué-. Por un mundo propioque nada tiene que ver con lo que usted consi<strong>de</strong>ra «<strong>de</strong>rechos políticos». Creen en el<strong>de</strong>recho <strong>de</strong> la inteligencia, <strong>de</strong> la astucia, <strong>de</strong>l valor personal; la religión es la columnavertebral <strong>de</strong> su existencia, tanto individual como tribal; creen en leyes sancionadas porsiglos <strong>de</strong> uso.-No hay hombre que no quiera ser libre, me dijo, malhumorado.-Sin duda -le contesté-. Pero le aseguro que el sentido <strong>de</strong> esa libertad varía muchosegún los pueblos.Lowell Thomas no es que fuese tonto, es que era un convencido <strong>de</strong>mócrata <strong>de</strong> lamás firme raíz norteamericana. Y le resultaba muy difícil compren<strong>de</strong>r que pudieranexistir en el mundo formas <strong>de</strong> vida diferentes <strong>de</strong> esa ramplona igualdad que su naciónhabía consagrado como mo<strong>de</strong>lo <strong>de</strong> vida para todos. Ha sido el único occi<strong>de</strong>ntal invitadopor Feyssal a una cena <strong>de</strong> jefes <strong>de</strong> tribus al que he visto ¡pedir una cuchara, ya que leresultaba repulsivo utiliza sus <strong>de</strong>dos!Lowell Thomas, aunque obviamente no se 1o propusiera, me ha hecho muchodaño. Sus artículos <strong>de</strong> prensa y, sobre todo, las conferencias con que acompañaba laproyección <strong>de</strong> películas sobre la guera <strong>de</strong> Palestina, me llevaron a ocupar un papel en laiconografía popular que me resultaba muy incómodo. No solamente porque mimomento <strong>de</strong> mayor exaltación en ese <strong>de</strong>lirio -«el romántico caudillo <strong>de</strong> la rebelión»-coincidió con el <strong>de</strong> mayor <strong>de</strong>presión personal por mi conciencia <strong>de</strong> haber sido cómplice<strong>de</strong> la canallesca estafa <strong>de</strong>l tratado Sykes-Picot, sino porque me convirtió. <strong>de</strong> ese «serlegendario» que yo amaba en un «superhombre» populachero y me robó la intimidad, elanonimato, que era ya el último paraíso en este mundo don<strong>de</strong> ocultarme y rumiar, almenos en paz, mi ruina y mi soledad. Y lo peor <strong>de</strong> todo es que sirvió para tergiversar elsentido <strong>de</strong> mi obra, lo que yo quería contar en Las siete columnas.Lowell Thomas me elevó a una fama que yo nunca he <strong>de</strong>seado, que siempreaborrecí. Me convirtió en la criatura <strong>de</strong> un culto que me ha impedido vivir; un cultoinsano, barato, fácil <strong>de</strong> consumir.Recuerdo un día que estábamos <strong>de</strong>scansando en Petra, don<strong>de</strong> yo había luchadomeses antes. Estábamos recostados en las gradas <strong>de</strong>l anfiteatro, Lowell Thomas, Nuri,67
Auda y yo. Thomas, henchido <strong>de</strong> <strong>de</strong>mocráticas fraternida<strong>de</strong>s, me dijo:-Dígale a Auda que todos los esfuerzos y el sufrimiento <strong>de</strong> esta guerra se veránrecompensados. Que vamos a darles un gobierno legítimo y su libertad.Se lo transmití a Auda. Auda ni lo miró, y me dijo:-Que Alá le conserve su bondad. Dile que en lo que a mí respecta, con que no lovea haciéndome una fotografía me conformo.-Lo que acaba <strong>de</strong> <strong>de</strong>cirme Auda resume mejor que yo pueda hacerlo, lo que aquísignifican esas buenas intenciones políticas que usted proclama, Lowell -le dije-. Y siintentase compren<strong>de</strong>rlo, a lo mejor lo consigue. El recetario político que usted lepropone, ni lo roza. La fotografía que no quiere, y que si usted le hace sin suconsentimiento, sin duda le costará el cuello, choca <strong>de</strong> frente con sus creencias. Con loque él es.-Una forma tan primitiva <strong>de</strong> vida no pue<strong>de</strong> sobrevivir a los avances <strong>de</strong> nuestraépoca.-¿ Y qué razones le dan a usted <strong>de</strong>recho -le dije- a consi<strong>de</strong>rar primitiva la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong>que una fotografía roba el alma, y no lo contrario, que lo tosco es consi<strong>de</strong>rar que lasconsecuencias <strong>de</strong> esa fotografía no modifiquen nuestra suerte?Diez años <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> esa conversación, puedo asegurar que si yo me hubieranegado, como Auda, a ser fotografiado y a <strong>de</strong>jar que Lowell Thomas propagase supintoresca visión <strong>de</strong> mi actuación en <strong>Arabia</strong>, muy otro hubiera sido mi futuro. Fui yoquien <strong>de</strong>bió cortarle el cuello.De todas formas, Thomas no era sino uno más -y no personalmente perverso- <strong>de</strong>los servidores <strong>de</strong> esa nefasta concepción <strong>de</strong> la sociedad que ha ido extendiéndose comouna enfermedad <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hace poco más <strong>de</strong> cien años. El final, no es preciso ser muy listopara suponerlo.-¿Sabe usted lo más hermoso <strong>de</strong> esta guerra? -intenté explicarle un día-. Que notiene metas materiales. La ban<strong>de</strong>ra jerifiana sobre Damasco no será la consagración <strong>de</strong>ningún <strong>de</strong>recho ni ninguna constitución occi<strong>de</strong>ntales. Será, simplemente, eso: la ban<strong>de</strong>raroja al viento <strong>de</strong> Damasco. Un sueño.La primera batalla <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la toma <strong>de</strong> Jerusalem don<strong>de</strong> tuve que intervenir fueen Tafileh, una al<strong>de</strong>a al sur <strong>de</strong>l mar Muerto cuya posesión interesaba mucho a Allenby.Instalé un campamento <strong>de</strong> agrupamiento al amparo <strong>de</strong> las sagradas cimas <strong>de</strong> Edom,cerca <strong>de</strong>l Uadi Mussa, don<strong>de</strong> Moisés había hecho brotar el agua <strong>de</strong> una roca.Empezamos el ataque por la estación <strong>de</strong> Jurff, y le asigné el mando a Nasir. Nasirconsiguió una victoria rápida y avanzamos hacia Tafileh. Pero empezó a nevar y elviento <strong>de</strong>l Cáucaso que azotaba aquella meseta fue especialmente frío; no habíainten<strong>de</strong>ncia ni el Estado Mayor <strong>de</strong> Allenby nos había provisto <strong>de</strong> ropa a<strong>de</strong>cuada, nibotas para la nieve. Las abayaas <strong>de</strong> oveja con que nos envolvíamos no eran suficientes.O tomábamos Tafileh o corríamos el riesgo <strong>de</strong> perecer. Cercamos el pueblo -lo quepudimos lograr porque <strong>de</strong> pronto apareció Auda con sus guerreros- y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>pedirles la rendición, que no aceptaron, atacamos. La lucha fue dura, porque el fríocongelaba a los heridos antes <strong>de</strong> que pudiéramos hacer nada por ellos, peroconquistamos Tafileh y la fortificamos. Pronto hubo un contraataque turco con fuerzassuperiores -era la 48ª División <strong>de</strong> Hammid Bajá- y faltó muy poco para que nos<strong>de</strong>sbordasen. Se salvó la situación gracias al avance <strong>de</strong> las fuerzas <strong>de</strong>l Emir Zaid y lallegada <strong>de</strong> refuerzos con el Emir Abdullah, que incluía dos viejos Hotchkiss. Fue uncombate muy sangriento y <strong>de</strong>sesperado. Pero conseguimos cercar a los turcos yMohamad el Ghasib, un ageylish muy valeroso, acabó rompiendo su línea con una cargacasi suicida. Tafileh era el cierre <strong>de</strong> la tenaza <strong>de</strong> las divisiones <strong>de</strong> Allenby y el ejércitoárabe. Ya podíamos tocar las puertas <strong>de</strong> Damasco.68
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enormes pórticos cavernosos sobre
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