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Lawrence de Arabia - JOSE MARIA ALVAREZ - José María Álvarez

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sentirse Dios. En aquel mundo <strong>de</strong> sol y <strong>de</strong> arenas, lo que verda<strong>de</strong>ramente somos, «eso»don<strong>de</strong> tocamos la plenitud <strong>de</strong> estar vivos: el valor, la resistencia física, la admiraciónpor las gran<strong>de</strong>s obras artísticas, la limpieza <strong>de</strong> la conducta, la jerarquía <strong>de</strong> cualida<strong>de</strong>s,eran la única medida. Y sobre ella, flotando como aquella ban<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> seda roja, elanhelo <strong>de</strong> fama que incendia el alma, como dice Virgilio, esa fama don<strong>de</strong> no morir.Y ahora per<strong>de</strong>ría esa mi única tierra habitable.¿Qué haría <strong>de</strong>spués? ¿Volver a Oxford? ¿Enrolarme como mercenario... dón<strong>de</strong>?Yo había pisado un temblor terrenal vasto como la Creación. Lo único equivalente erala nada. ¿Por qué no Brasil? Alli, <strong>de</strong>cían, un hombre <strong>de</strong>cidido podía levantar su propioimperio. También sería un mundo limpio. Inmenso. Libre.De todas formas, ¿qué más da?Feyssal <strong>de</strong>cía que había llegado la hora <strong>de</strong> la política. Y acaso llevara razón. Peroyo no servía para eso; ese «cubileteo» me repugnaba. Sobre todo porque no era ellimpio discutir <strong>de</strong> intereses enfrentados y la busca <strong>de</strong> un acuerdo equilibrado entrehombres honorables, sino la rapiña sobre montones <strong>de</strong> cadáveres <strong>de</strong> una riqueza ajena.Imaginar a mi señor Feyssal sentado a la mesa con un montón <strong>de</strong> fulleros que jamáshabían pisado un campo <strong>de</strong> batalla, me revolvía las tripas. Porque yo era cómplice <strong>de</strong>esa vileza.Mi alma era una úlcera. El odio crecía en mi carne, podía sentido como sentía elcalor <strong>de</strong>l sol. Me hice <strong>de</strong> una guardia <strong>de</strong> corps que garantizara mi protección, y algo másque mi protección: que me revistiera <strong>de</strong> ferocidad, que alejara <strong>de</strong> mí incluso a misamigos. Conseguí noventa ageylish <strong>de</strong> la peor catadura, la mayoría <strong>de</strong> ellos conocidosen las tribus por su carácter sanguinario. Puse al frente al peor <strong>de</strong> ellos, Abdullah elRahabi, asesino y salteador; su rostro picado <strong>de</strong> viruela y la frialdad <strong>de</strong> sus ojos eran mimejor ban<strong>de</strong>ra. Abdullah me trajo a otro <strong>de</strong>salmado, un tal Zaagy. El conjunto resultótan vistoso y la ralea tan evi<strong>de</strong>nte, que pronto fueron conocidos como «los<strong>de</strong>golladores». Eran obedientes -me obe<strong>de</strong>cían a mí- mientras les pagara bien, y nohabía problemas <strong>de</strong> dinero. Me servirían hasta la muerte.El abastecimiento <strong>de</strong> nuestro ejército había mejorado. Aqaba se convirtió en uncentro <strong>de</strong> suministros e instrucción. Allenby nos envió varios Rolls blindados y unosTalbot con cañones <strong>de</strong> montaña, y or<strong>de</strong>nó que la base <strong>de</strong> Quweira nos apoyara con susaviones. Las tropas jerifianas se pusieron bajo el mando <strong>de</strong> Nuri Said y se armaronsuficientemente, incluso con ametralladoras. Militarmente todo parecía funcionar y sinduda todos sentíamos que la victoria estaba cerca.Pensé volver a Azraq, pero el tiempo empeoraba y allí nevaba y había borrascascontinuas. Decidí entonces ir a Jefer, con Auda. A punto <strong>de</strong> ponerme en camino, mecomunicaron que Alí, mi joven criado, había muerto en Azraq; aquel muchachomaravilloso había muerto <strong>de</strong> frío.Volvió a mi memoria como aquella noche en Jobba, <strong>de</strong>snudo, magnífico, y sussuspiros <strong>de</strong> placer, sus ojos amorosos cuando volvió la cabeza, esa cabeza preciosa,hacia mí, en el instante que yo me corría <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> él. Pobre muchacho...Ese mismo día llegaron a Aqaba, Lowell Thomas y el fotógrafo Harry Chase.Basta por hoy. Es mi hora <strong>de</strong> subir a cubierta.Esta noche es un poco más fresca. Se pue<strong>de</strong> respirar. Las luces <strong>de</strong> Bombayparecen en la lluvia como luciérnagas. No tengo sueño. Voy a seguir escribiendo.Me había quedado en que llegaron a Aqaba Lowell Thomas y su fotógrafo.Lowell habría <strong>de</strong> tener una consi<strong>de</strong>rable influencia, negativa, en mi vida. Pero aquel díaabrasador en el puerto, cuando se acercó y me hizo la primera fotografía, yo no lo sabía.66

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