yo-Hussein y las tribus que habían jurado lealtad a su ban<strong>de</strong>ra.Volamos con gelatina muchos kilómetros <strong>de</strong> vía férrea y atacamos muchos trenes.Hubo un ataque especialmente trágico. Estábamos cerca <strong>de</strong> Muddouwarah, y mis espíasme informaron <strong>de</strong> que un tren con aprovisionamiento para Ma'an pasaría en laspróximas horas. En realidad se trataba <strong>de</strong> un tren lleno <strong>de</strong> civiles, hombres, mujeres yniños turcos que volvían al Norte precisamente huyendo <strong>de</strong> la guerra <strong>de</strong> El Higaz. Mepareció buena presa. Inmediatamente hicimos los preparativos para su voladura, secolocaron las cargas y dispusimos el cerco, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> unas dunas cercanas, a doscientosmetros, don<strong>de</strong> emplazamos dos ametralladoras y se apostaron mis guerreros.Aguardamos durante más <strong>de</strong> cinco horas; afortunadamente el sol era soportable.Muchos dormían arrebujados en sus jaiqes, otros hablaban en pequeños corros, junto asus rifles, y yo aproveché para leer un rato; recuerdo que llevaba en la mochila losEnsayos <strong>de</strong> Montaigne y que en aquella hora, como en tantas otras <strong>de</strong> mi vida, muchome encantaron. Era como conversar con un amigo íntimo, con el que estás siempre <strong>de</strong>acuerdo, que es la única posibilidad <strong>de</strong> po<strong>de</strong>r discutir.Fue Alí ibn Hussein quien nos puso en guardia -hacía como he leído <strong>de</strong> los indios<strong>de</strong> Norteamérica: pegaba su oreja al raíl- <strong>de</strong> la inmediata llegada <strong>de</strong>l tren. Nospreparamos, cargamos las armas y esperamos excitados. A poco escuchamos en lalejanía el fragor <strong>de</strong> la locomotora y divisamos el humo. Después apareció entre lasdunas. Los techos <strong>de</strong> los vagones iban llenos <strong>de</strong> soldados turcos parapetados tras sacos<strong>de</strong> arena. Cuando la locomotora avanzó hacia el punto don<strong>de</strong> habíamos colocado lascargas, di or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> hacerlas estallar. Un ruido ensor<strong>de</strong>cedor llenó el <strong>de</strong>sierto y una nube<strong>de</strong> polvo y hierros se levantó hacia el cielo. Después hubo un silencio absoluto.Cuando el polvo empezó a disiparse, vimos que dos vagones estabancompletamente <strong>de</strong>strozados y la locomotora, <strong>de</strong>scarrilada, sin las ruedas <strong>de</strong>lanteras,parecía un monstruo bufando en la arena. De pronto empezó el fuego. Los soldadosturcos disparaban como locos y mis hombres hacían lo mismo. En medio <strong>de</strong> aquelInfierno <strong>de</strong> disparos cruzados, vi que muchas personas, que no vestían uniforme, ymujeres, y niños, salían <strong>de</strong>l tren hasta por las ventanillas y corrían gritandohorrorizados. Or<strong>de</strong>né un alto el fuego, pero nadie me obe<strong>de</strong>ció. Los cristales saltabansobre aquella pobre gente. Fue terrible. El fuego <strong>de</strong> las armas, los gritos, el polvo.Muchos <strong>de</strong> los viajeros pedían perdón <strong>de</strong> rodillas instantes antes <strong>de</strong> caer acribillados.Yo no podía hacer nada. Poco a poco, todos murieron, los soldados que los custodiabany ellos. Di entonces or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> avanzar. Mis árabes se lanzaron como enloquecidos enbusca <strong>de</strong> botín; asaltaron los vagones y salían cargados con los más peregrinos objetos,<strong>de</strong>s<strong>de</strong> alfombras a utensilios <strong>de</strong> cocina, ropas, cualquier cosa. Me acerqué a uno <strong>de</strong> losúltimos vagones, <strong>de</strong>l que partían gemidos, y me encontré con que era un vagón <strong>de</strong>heridos; me miraban espantados, algunos <strong>de</strong> ellos sin po<strong>de</strong>r moverse, mutilados; el aireera irrespirable. Salí <strong>de</strong>l vagón y entonces vi que mis guerreros entraban en él, los oíreír, gritar, escuché algún disparo, y <strong>de</strong>spués salieron enarbolando ufanos, como elmejor trofeo, botas, guerreras, pantalones. No pu<strong>de</strong> impedir que prendieran fuego alvagón. Me tapé los oídos para no escuchar los alaridos que salían <strong>de</strong> aquel incendio.Pero peor era el olor a came quemada.Me alejé <strong>de</strong>l tren y <strong>de</strong>jé que mis guerreros diesen fin a aquel ritual <strong>de</strong> sangre yrapiña que era el nervio <strong>de</strong> sus costumbres. Me senté <strong>de</strong> nuevo tras una duna y volví aMontaigne. «Vivo en una época pródiga en ejemplos increíbles <strong>de</strong> crueldad...», leí.Cuando supuse que ya se habían calmado, volví al tren. El sol se ponía haciaAqaba. El <strong>de</strong>sierto estaba lleno <strong>de</strong> cadáveres y objetos y el vagón <strong>de</strong> los heridos era unmontón <strong>de</strong> tablas quemadas. Tropecé con algo, y era una niña, <strong>de</strong> cinco a seis años, conun balazo en el pecho y a la que le faltaba parte <strong>de</strong> un hombro.59
Le or<strong>de</strong>né a Alí ibn Hussein que agrupase a los hombres y mandara el regreso aRumm. Yo los seguí a cierta distancia.Vinieron a verme Hogarth y Clayton para informarme <strong>de</strong> la gran ofensiva que seplaneaba para el Otoño. Allenby pensaba atacar con todas sus fuerzas obligando a losturcos a replegarse y liberando Mesopotamia. Para esa ofensiva era importante que miejército se hiciera con Deraa, que era un nudo ferroviario fundamental. Pensé quenuestro avance –en todo cuanto pudiéramos «ganarle» a Allenby- acaso lograría paraFeyssal unos territorios que, <strong>de</strong>spués, costaría más arrebatarle por parte <strong>de</strong> Francia. Laverdad es que yo no tenía mucha fe en ello, pero también es cierto que es más fácilimpedir el paso <strong>de</strong> alguien a una casa que echarlo <strong>de</strong> la misma si ya está <strong>de</strong>ntro yarmado, o al menos la posesión efectiva <strong>de</strong> Siria podría ser para Feyssal una fuerza quele permitiría mayores contrapartidas en cualquier negociación.Entonces empezó a plantearse un problema que, aunque venía <strong>de</strong> lejos, nuncahabía ocasionado <strong>de</strong>masiadas dificulta<strong>de</strong>s; pero entonces comenzó a afilar sus uñas: lascolonias judías. Feyssal estaba dispuesto a no molestar a los asentados –llevaban árabesy judíos mucho tiempo conviviendo en paz-, pero por una parte el temor judío a que unaumento <strong>de</strong>l po<strong>de</strong>r árabe mudase esa coexistencia a las limitaciones que suelen afectar atodas las minorías, y por otra las pretensiones sionistas a un establecimiento mayor, queabarcase toda Palestina, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Gaza a Haifa, fue llevando a una radicalización <strong>de</strong> las<strong>de</strong>mandas <strong>de</strong> todas las partes. Yo tenía pocas dudas <strong>de</strong>l triunfo <strong>de</strong> las exigencias judías,sobre todo teniendo en cuenta su enorme influencia en los medios financierosinternacionales. Y también estaba seguro <strong>de</strong> que los árabes no aceptarían asentamientosque podían prefigurar una nación, que era lo que estaba en la mente -y quizá más que enla mente- <strong>de</strong> los colonos. Conocí a varios miembros importantes <strong>de</strong> la comunidad judía,y verda<strong>de</strong>ramente había una diferencia profundísima entre los judíos palestinos, queincluso hablaban árabe, y los que habían ido constituyendo colonias <strong>de</strong> asentamiento,los cuales, como signo diferenciador, incluso mantenían el yidish; llegué también amediar con Feyssal para evitar algún ataque ¡combinado! <strong>de</strong> árabes y judíos palestinoscontra los judíos <strong>de</strong> las colonias. Era una situación muy confusa y don<strong>de</strong> estabamadurando un problema <strong>de</strong> gran envergadura.Porque una cosa era absolutamente clara: los árabes no ce<strong>de</strong>rían jamás, y <strong>de</strong>s<strong>de</strong>luego no sin una muy cruenta lucha, sus territorios, para el establecimiento en ellos <strong>de</strong>una «nación» judía; y las pretensiones sionistas -sobre todo <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l PrimerCongreso <strong>de</strong> 1897- <strong>de</strong>jaban no menos claro que su meta no era la coexistencia con losárabes en un mundo árabe, sino precisamente la instauración <strong>de</strong> una nación separada ycomo mínimo –así me lo dijo Aronson en El Cairo- ocupando todo el territorio <strong>de</strong>Palestina. Me comentaría el viaje <strong>de</strong> Balfour a Washington para lograr que EE.UUentrase en la guerra, y que <strong>de</strong>l Tribunal Supremo, Bren<strong>de</strong>is, que era judio y tenía muchoascendien<strong>de</strong> sobre Wilson, le aseguró su apoyo siempre que Inglaterra asintiera a lacracioón <strong>de</strong>l Hogar Nacional Judio en Palestina. Hablé <strong>de</strong> ello con Feyssal y se mostróapesadumbrado.-Hemos vivido juntos mucho tiempo. ¿Será posible que no haya nacido vínculoalguno que nos permita resolver esta situación con cordura?Auda fue mucho más tajante:-Más sangre. El <strong>de</strong>sierto pue<strong>de</strong> empapar mucha.En la Conferencia <strong>de</strong> París -esa caja <strong>de</strong> Pandora- confirmaría <strong>de</strong>sgraciadamentemis impresiones. El po<strong>de</strong>r sionista fue tan pujante, más allá <strong>de</strong>l sueño <strong>de</strong> ChaimWeizmann, que toda duda que aún pudiera alimentar sobre esa «resolución concordura» que <strong>de</strong>cía Feyssal, <strong>de</strong>sapareció ante la certidumbre <strong>de</strong> que, en unos años, lascolonias adquirirían el suficiente po<strong>de</strong>r como para plantear militarmente sus intereses. Y60
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