fue espantoso. El sol calcinaba las piedras <strong>de</strong>l Sinaí y era como avanzar en una inasibletelaraña espesa <strong>de</strong> calor. A<strong>de</strong>más, aquel samm siempre abrasando, ese vientoemponzoñado. La luz era cegadora. Como las dunas <strong>de</strong>l Sinaí se mueven muyvisiblemente, era como si un animal reptara bajo esa piel. Una <strong>de</strong>solación fantástica.Cuando por fin, muy agotado, llegué a Shatt, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> allí pu<strong>de</strong> hablar por teléfonocon Suez, y el comandante Lyttleton me envió una lancha a recogerme. Des<strong>de</strong> Sueztomé el tren a El Cairo.La noticia <strong>de</strong> la toma <strong>de</strong> Aqaba reavivó el «entusiasmo» <strong>de</strong> nuestros mandos. Semostraron favorables a incrementar, aunque siempre <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> unos límites «nopeligrosos», la ayuda para «mis» árabes. Mucho le <strong>de</strong>bo al almirante Wemyss, queapoyó mis peticiones. Conseguí suministros para Aqaba y dinero. En El Cairo me enteré<strong>de</strong>l cambio habido en jefatura. Ahora era el general Allenby 44 , al que yo admiraba nosólo como militar sino por sus notables conocimientos sobre Grecia y las Cruzadas,quien ostentaba el mando supremo.Allenby era un hombre <strong>de</strong> fascinante aspecto. Irradiaba fortaleza y fe en sus<strong>de</strong>cisiones. Había luchado en Bechuanalandia en la expedición <strong>de</strong> 1881 y en Zululandiaen 1888, y también tomó parte <strong>de</strong>stacada en las operaciones <strong>de</strong> caballería <strong>de</strong> la guerra enSudáfrica, en la batalla <strong>de</strong> Paar<strong>de</strong>berg y en el avance hacia Pretoria. Había estado almando <strong>de</strong>l 5º <strong>de</strong> Lanceros. Era hombre que conocía el viento en la cara. Cuando me loencontré en El Cairo, acababa <strong>de</strong> ser nombrado en sustitución <strong>de</strong> sir Archibald Murray,y venía <strong>de</strong> la jefatura <strong>de</strong>l III Ejército, en Francia, don<strong>de</strong> había tomado parte en loshechos <strong>de</strong> Mons, la <strong>de</strong>fensa <strong>de</strong> la línea sur <strong>de</strong> Ypres y sobre todo en Arras había sido unhéroe. Era hombre, a<strong>de</strong>más, que, como yo, aborrecía las maquinaciones <strong>de</strong> los políticos,y jamás se mezcló en ellas ni para bien ni para mal. Me reuní con Allenby y le expliquéla situación <strong>de</strong> El Higaz y las aspiraciones árabes, y lo puse al corriente <strong>de</strong> mis planes.Le dije que él <strong>de</strong>bería hacerse cargo <strong>de</strong> todo el frente al Oeste <strong>de</strong>l Jordán y el marMuerto, y <strong>de</strong>jar que los árabes, con mi mando, se ocuparan <strong>de</strong> <strong>Arabia</strong>, Siria y el este <strong>de</strong>Palestina. Me presenté a él vestido con ropas árabes, lo que, por su gesto, aunque nohizo comentario alguno (ya lo haría al <strong>de</strong>spedirnos), no me pareció que le agradasemucho.-¿No querrá usted -me dijo sonriendo- hacer como Abu Ubaidah ibn al-Jarrah, quese convirtió en una tormenta <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sierto y <strong>de</strong>rrotó a los bizantinos en Yarmuk? Ustedno es uno <strong>de</strong> los Diez Compañeros <strong>de</strong>l Profeta, como era él.¿Por qué no? -le respondí-. Puedo levantar tal tormenta que la arena ahogue alejército turco.Me miró.-Señor -le dije-. La meta es Damasco.Creo que lo entendió. O pensó que bien podía aprovecharse <strong>de</strong> mi valor y <strong>de</strong>l <strong>de</strong>mis guerreros. Or<strong>de</strong>nó que se me entregaran suministros y oro en monedas y que elEuryalus permaneciera fon<strong>de</strong>ado cerca <strong>de</strong> Aqaba para apoyar, si era preciso, misacciones.-Ah, <strong>Lawrence</strong>... -me dijo al <strong>de</strong>spedimos-. He <strong>de</strong>cidido recomendarle para la CruzVictoria. Supongo... -dijo <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> una pausa, mientras, apartando la vista <strong>de</strong> mí,volvía a los expedientes que tenía sobre su mesa-. Supongo que se cambiará usted <strong>de</strong>ropa si ese honor prospera.Clayton también se entusiasmó con la victoria en Aqaba. Y noté cómo aquello,tan ajeno a sus conductas habituales, galvanizaba a la oficialidad británica. Magnífico.Mi crédito ganaba puntos. Me comunicaron que Allenby había dado ór<strong>de</strong>nes para que se44 Mariscal Edmund Henry Hynman Allenby (1861-1936).55
facilitasen dinero y municiones, aunque la precaución sobre el envío <strong>de</strong> artillería seguíamanteniéndose. Clayton me dijo también que las informaciones recibidas <strong>de</strong> Medina,don<strong>de</strong> estaba <strong>de</strong>stacado Galand, así como las <strong>de</strong> Newcombe, no eran tan optimistascomo las mías, y que no sabía hasta qué punto era bueno un excesivo triunfo <strong>de</strong> Feyssalpor encima <strong>de</strong> lo conseguido por su padre el Jerife.Volví a Aqaba, don<strong>de</strong> fui recibido con entusiasmo. Auda tuvo su oro y me regalóa cambio su gumía.-Ya no eres «el inglés» -me dijo-. Se te cantará por tu nombre. Aurens. Sí, <strong>de</strong>s<strong>de</strong>hoy eres «el Aurens». Uno como yo.Mandé correos para avisar a Feyssal, aunque suponía que ya estaba al corriente <strong>de</strong>todo, pero le pedí que viniera y que entrase victorioso en Aqaba. A los pocos días llegó.Se puso al frente <strong>de</strong>l ejército y <strong>de</strong>sfiló majestuosamente por la ciudad. Aquella noche,<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> cenar, al <strong>de</strong>spedirnos -la Luna bañaba con su luz el palmeral junto al marmedijo:-Tú no preten<strong>de</strong>s darme una victoria. Quieres darme un Mundo. Lo que el <strong>de</strong>stinonos traiga está en las manos <strong>de</strong> Alá. Pero tu nombre ya nunca será olvidado.Y llamó a su esclavo, que trajo un paquete, y me lo ofreció.-Éste <strong>de</strong> quien aquí se habla, también lo arrastraba un viento <strong>de</strong> gloria.Abrí el paquete. Era una edición <strong>de</strong> Virgilio, con la traducción <strong>de</strong> 1512 <strong>de</strong> GawainDouglas. No me impresionó que Feyssal hubiera podido conseguir aquel inapreciabletesoro, sino que precisamente eligiera esa traducción y no la famosa <strong>de</strong> Dry<strong>de</strong>n; quehubiera adivinado que yo prefería ésta, <strong>de</strong> Douglas, mucho mejor, con su alientomedieval y fantástico.Una vez conquistada Aqaba, pensé que nuestro ejército <strong>de</strong>bía abandonar ya Wejhy concentrarse allí. Cada vez se nos hacía más necesario -a Feyssal, a mí- el avancesobre Siria, y Aqaba era el punto <strong>de</strong> partida perfecto, don<strong>de</strong> podía abastecerse alejército. Des<strong>de</strong> Aqaba atacaríamos formando columnas <strong>de</strong> penetración don<strong>de</strong> lucharanjuntos los beduinos y los se<strong>de</strong>ntarios <strong>de</strong> Siria. Pese a las advertencias <strong>de</strong> Clayton, estabaclaro que era Feysasal quien <strong>de</strong>bía encabezar nuestras tropas. Pedí a El Cairo unaumento <strong>de</strong> las provisiones y doscientos mil soberanos <strong>de</strong> oro.Aqaba significó el fin <strong>de</strong> la guerra en El Higaz. Ya podíamos dirigimos haciaSiria. Quweira y Rumm se convirtieron en nuestras bases siguientes. Run era un lugarmuy hermoso, un valle encerrado en montañas que parecían arcos escarzanos, macizos,pétreos. Se alzaban sobre una tierra solitaria y seca en la que apenas brotaba algún árbolperdido. Pero había algo hermoso en la inmovilidad planetaria <strong>de</strong> aquel lugar. El calorera insoportable. Afortunadamente había un diminuto estanque <strong>de</strong> agua fresca don<strong>de</strong>podía refrescarme. En ese estanque me sucedió algo mágico. Estaba yo bañándome. Elagua, qué bendición, me <strong>de</strong>volvía la vida con su frescor. Era muy agradable sentir elcuerpo en aquel líquido mientras el viento tórrido me azotaba la cara. De pronto, vi quese acercaba un anciano. Lucía una barba larga y blanca. Se sentó en la tierra y me miró.-No serás Rey. Ni tronco <strong>de</strong> reyes. Pero oirás crecer la hierba <strong>de</strong> la Historia.Pronunció estas palabras como si recitase unos versos. El sol era plomo <strong>de</strong>rretido.El rostro <strong>de</strong>l anciano se <strong>de</strong>sdibujó como en un espejismo. Cerré los ojos cegados, y alabrirlos, ya no estaba. Salí <strong>de</strong>l estanque y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquella altura contemplé la extensión<strong>de</strong>sértica. Un silencio mineral se pegaba al mundo. Era fantástico. Aquel viejo habíarepetido las palabras que también soñó Shakespeare. Sellaban mi <strong>de</strong>rrota. Sí, pero ese«oirás crecer la hierba <strong>de</strong> la Historia» no podía ser en vano. Todo lo que allí estabapasando, y lo que iba a suce<strong>de</strong>r. Todo eso no podía morir. El rostro <strong>de</strong> Auda, Feyssal enWejh, a la cabeza <strong>de</strong> su ejército, aquel día... el sueño que nos había arrastrado a todoscomo un huracán, el Yunque <strong>de</strong>l Sol... Entonces supe que yo estaba <strong>de</strong>stinado a56
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