Aqaba. Pero lo único que verda<strong>de</strong>ramente hubiera sido una <strong>de</strong>fensa infranqueable -losgran<strong>de</strong>s cañones <strong>de</strong> sus fortificaciones- no podía variarse <strong>de</strong> emplazamiento, y así sólopodían establecer unas líneas <strong>de</strong> resistencia con infantería y algunas ametralladoras. Seatrincheraron en Abu el Lissan y aguardaron como reses <strong>de</strong>l mata<strong>de</strong>ro.Dividí mi ejército en dos columnas, con Auda al mando <strong>de</strong> la otra, y avanzamosdurante la noche. Al amanecer nos encontramos, en Ghadir El Haj, con un <strong>de</strong>stacamentoavanzado; eran muy pocos, acabamos con ellos y aprovechamos para volar unos puentesy cortar las comunicaciones. Cuando llegamos ante Abu el Lissan, nuestros espías nosdijeron que la <strong>de</strong>fensa se había incrementado con tropas <strong>de</strong> Ma'an (luego comprobamosque eran inservibles, porque acababan <strong>de</strong> llegar <strong>de</strong>l alto Cáucaso y no estabanaclimatadas). Establecimos nuestra línea en las colinas entre Abu el Lissan y Petra, antelas que se extendían, como un milagro, las ver<strong>de</strong>s y doradas llanuras <strong>de</strong> Quweira. Allí senos unió Gaasin Abu Dumeik, con sus dhummanaiyeh, gente muy brava una <strong>de</strong> cuyasdistinciones era no lavar jamás sus ropas para que la sangre seca <strong>de</strong> los enemigosprobara su valor. Gaasin nos informó <strong>de</strong> que los turcos habían <strong>de</strong>scuartizado entrecuatro mulas al jeque Belgawiya, <strong>de</strong> Kerak, y que también habían asesinado a muchasmujeres árabes.-Eso dará más filo a nuestros cuchillos –dijo Auda.La mañana que atacamos Abu el Lissan, el sol -cómo lo recuerdo- fueespecialmente mortífero acaso como no lo había sentido ni en el Yunque; tanto quemuchos guerreros y hasta el mismo Auda me aconsejaron retrasar el ataque. Los riflesnos quemaban en las manos y era casi imposible disparar; el suelo ardía como sipasáramos sobre brasas. No <strong>de</strong>shidratábamos. Incluso llegué a per<strong>de</strong>r el conocimientodurante un rato. Pero todo eso <strong>de</strong>bía ser aún peor para los turcos. De cualquier forma,era preciso acabar cuanto antes con aquella situación, salir <strong>de</strong> aquel horno.Vi que Auda se levantó <strong>de</strong> pronto y, llamando a los suyos, montó en su camella,or<strong>de</strong>nó enarbolar la enseña negra y oro <strong>de</strong> los Abu Tayi y profiriendo un gritoespeluznante, se lanzó <strong>de</strong> cabeza en una carga a todo galope contra las posicionesenemigas. Fue algo magnífico. Bellísimo. En una nube <strong>de</strong> polvo y arena que <strong>de</strong>stellabaal sol, Auda y los suyos, como un solo cuerpo <strong>de</strong> un animal inconcebible, se movíancomo un alud colinas abajo, entre disparos, cuerpos que caían, las ban<strong>de</strong>ras que parecíanflotar solas en el aire.-¡Auda abu Tayi! ¡Auda abu Tayi! ¡Auda ab Tayi! -se oía retumbar sobre aquelespectáculo asombroso.Los <strong>de</strong>más, arrastrados por su ejemplo, nos 1anzamos también a la carrera. No seveía nada; el polvo impedía saber dón<strong>de</strong> estábamos, a qué distancia <strong>de</strong> los turcos. Elsilbido <strong>de</strong> las balas nos rozaba. Tropezazábamos con los heridos o los muertos. Dabaigual lo que fuese. Algo me arrastraba como poseído, hacia a<strong>de</strong>lante. Oí entrechocar <strong>de</strong>aceros. Debía <strong>de</strong> estar en la primera línea. El polvo se levantó y me vi <strong>de</strong> cara a un turcoque me atacaba con la bayoneta calada. Le <strong>de</strong>scerrajé un tiro entre los ojos. Una manocortada vino como volando y me dio en el pecho. Vi a Auda, cerca <strong>de</strong> mí; había<strong>de</strong>scabalgado -luego me enteré <strong>de</strong> que un disparo había matado a su camella- y con unrevólver en una mano y la espada en la otra era una máquina <strong>de</strong> matar. Abu el Lissanfue una carnicería. Pero aquella guerra era en carne viva, una guerra <strong>de</strong> hombres, con elfragor <strong>de</strong> la Ilíada. Fue mi primera batalla «gran<strong>de</strong>», y olí la sangre. Al terminar, unagran extensión <strong>de</strong> terreno estaba llena <strong>de</strong> cadáveres mutilados y sin botas. Los pequeñosedificios ardían y el olor a quemado se mezclaba con el <strong>de</strong> la sangre y la putrefacción.Or<strong>de</strong>né que se dispusiera a los muertos en fila, como un ejército en parada. Recuerdoesa imagen, el brillo <strong>de</strong> los muertos bajo la Luna. Lo hice pensando en aquella página <strong>de</strong>Chateaubriand que tanto me había emocionado, cuando <strong>de</strong>scribe en sus Memorias <strong>de</strong>53
ultratumba la formación <strong>de</strong> muertos sobre la estepa helada.Después <strong>de</strong> Abu el Lissan, liquidamos también una pequeña resistencia en lasfuentes <strong>de</strong> Kethira y las <strong>de</strong>fensas <strong>de</strong> las cañadas <strong>de</strong> Ithm. Y por fin, a primeros <strong>de</strong> Julio,nos dispusimos frente a Aqaba.¿Por qué estoy escribiendo todo esto? ¿Para quién? ¿Qué es lo que quiero contar,o justificar quizá? No, justificar no. Detesto a la gente que intenta <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>r sus actos.He hecho lo que he querido, y sin duda fui gran<strong>de</strong>. Sé que muchos ojos en el futuro memirarán con envidia. Acabe como acabe. Es igual.El relato <strong>de</strong> la matanza <strong>de</strong> Abu el Lissan había atemorizado a los <strong>de</strong>fensores <strong>de</strong>Aqaba, casi todos, a<strong>de</strong>más, soldados muy jóvenes y recién llegados. El comandanteturco, pensando que quizá, si evitaba una resistencia, por otra parte inútil, conseguiría<strong>de</strong>spertar nuestra piedad y salvar a su tropa <strong>de</strong> ser pasadas a cuchillo, nos envió unparlamentario. Acordamos que tras un simulacro <strong>de</strong> escaramuza, para «salvar el honor»,se rendiría. Así entramos en Aqaba, sin combate -era el 6 <strong>de</strong> Julio, una tar<strong>de</strong> <strong>de</strong> unabelleza extraordinaria-, y tocamos el mar. Me bañé en esas aguas y or<strong>de</strong>né que selevantara el campamento junto a sus orillas. Mientras tanto, los árabes se habíanentregado a su acostumbrada rapiña. Pero en Aqaba -y yo fui el primer sorprendido- nohabía nada. Lo único que teníamos, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> la gloria <strong>de</strong> su conquista y <strong>de</strong>l inmensovalor estratégico <strong>de</strong> la misma, eran setecientos prisioneros y entre ellos un barbilampiñoy angelical oficial alemán <strong>de</strong> Ingenieros, que no entendía nada <strong>de</strong> lo que estabasucediendo. Pero el valor estratégico y la gloria -si la gloria no era acompañada <strong>de</strong>riquezas- era algo que Auda no terminaba <strong>de</strong> compren<strong>de</strong>r.Me sacó <strong>de</strong> mi plácido baño y me increpó:-¿Para qué nos has traído hasta aquí, inglés? No hay oro.La mirada <strong>de</strong> Auda no era nada tranquilizadora.-Hay algo más importante que el oro -repliqué-. Es vuestro <strong>de</strong>stino.-Mi <strong>de</strong>stino está en manos <strong>de</strong> Alá -me contestó-. En las mías <strong>de</strong>be haber oro. Oropara mi pueblo.-No luchamos sólo por oro. Luchamos para ser libres.-Yo ya soy libre -me dijo.Yo me encontraba como aquellos americanos, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l fracaso <strong>de</strong> laexpedición contra Quebec. No se me ocurrió otra cosa que sustituir ese oro por pagarés.-Te firmaré un pagaré por or<strong>de</strong>n <strong>de</strong>l Rey <strong>de</strong> Inglaterra y te traeré oro <strong>de</strong> Egipto.-Un papel no vale nada, inglés. El viento se lo lleva. El oro pesa. Y es comida, ycamellos, y regalos para nuestras mujeres, y armas.-No creas en ese papel. Cree en mí.-Feyssal tiene oro. Nuri Shalaam ha cobrado en oro. Auda abu Tayi no volverá aUadi Rumm con las manos vacias.-Te doy mi palabra -le dije- <strong>de</strong> que tendrás el doble que Nuri Shalaam.Eso pareció calmarlo.-Bien -dijo-. Pero si tu palabra es como las huellas en la arena, te cortaré la lenguacon mi gumía.Volvimos al campamento. Los soldados habían sacrificado unos camellos y sedisponían a celebrar la victoria con una gran comida. Después <strong>de</strong> cenar los recitadorescelebraron con hermosos versos el combate <strong>de</strong> aquel día. Se recordó la carga <strong>de</strong> Aud enAbu el Lissan y eso pareció complacerle mucho y <strong>de</strong>volverle el buen humor. Despuésnos fuimos dormir.No había forma <strong>de</strong> avisar a El Cairo. No teníamos radio ni existía un tendidotelefónico. Decidí ir yo -pues sabía que nadie en el Alto Mando creería aquella noticia amenos que «un inglés» diera cuenta <strong>de</strong> ella personalmente-. Me dirigí a Shatt. El viaje54
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LAWRENCE DE ARABIALA CORONA DE AREN
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