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Lawrence de Arabia - JOSE MARIA ALVAREZ - José María Álvarez

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Aqaba. Pero lo único que verda<strong>de</strong>ramente hubiera sido una <strong>de</strong>fensa infranqueable -losgran<strong>de</strong>s cañones <strong>de</strong> sus fortificaciones- no podía variarse <strong>de</strong> emplazamiento, y así sólopodían establecer unas líneas <strong>de</strong> resistencia con infantería y algunas ametralladoras. Seatrincheraron en Abu el Lissan y aguardaron como reses <strong>de</strong>l mata<strong>de</strong>ro.Dividí mi ejército en dos columnas, con Auda al mando <strong>de</strong> la otra, y avanzamosdurante la noche. Al amanecer nos encontramos, en Ghadir El Haj, con un <strong>de</strong>stacamentoavanzado; eran muy pocos, acabamos con ellos y aprovechamos para volar unos puentesy cortar las comunicaciones. Cuando llegamos ante Abu el Lissan, nuestros espías nosdijeron que la <strong>de</strong>fensa se había incrementado con tropas <strong>de</strong> Ma'an (luego comprobamosque eran inservibles, porque acababan <strong>de</strong> llegar <strong>de</strong>l alto Cáucaso y no estabanaclimatadas). Establecimos nuestra línea en las colinas entre Abu el Lissan y Petra, antelas que se extendían, como un milagro, las ver<strong>de</strong>s y doradas llanuras <strong>de</strong> Quweira. Allí senos unió Gaasin Abu Dumeik, con sus dhummanaiyeh, gente muy brava una <strong>de</strong> cuyasdistinciones era no lavar jamás sus ropas para que la sangre seca <strong>de</strong> los enemigosprobara su valor. Gaasin nos informó <strong>de</strong> que los turcos habían <strong>de</strong>scuartizado entrecuatro mulas al jeque Belgawiya, <strong>de</strong> Kerak, y que también habían asesinado a muchasmujeres árabes.-Eso dará más filo a nuestros cuchillos –dijo Auda.La mañana que atacamos Abu el Lissan, el sol -cómo lo recuerdo- fueespecialmente mortífero acaso como no lo había sentido ni en el Yunque; tanto quemuchos guerreros y hasta el mismo Auda me aconsejaron retrasar el ataque. Los riflesnos quemaban en las manos y era casi imposible disparar; el suelo ardía como sipasáramos sobre brasas. No <strong>de</strong>shidratábamos. Incluso llegué a per<strong>de</strong>r el conocimientodurante un rato. Pero todo eso <strong>de</strong>bía ser aún peor para los turcos. De cualquier forma,era preciso acabar cuanto antes con aquella situación, salir <strong>de</strong> aquel horno.Vi que Auda se levantó <strong>de</strong> pronto y, llamando a los suyos, montó en su camella,or<strong>de</strong>nó enarbolar la enseña negra y oro <strong>de</strong> los Abu Tayi y profiriendo un gritoespeluznante, se lanzó <strong>de</strong> cabeza en una carga a todo galope contra las posicionesenemigas. Fue algo magnífico. Bellísimo. En una nube <strong>de</strong> polvo y arena que <strong>de</strong>stellabaal sol, Auda y los suyos, como un solo cuerpo <strong>de</strong> un animal inconcebible, se movíancomo un alud colinas abajo, entre disparos, cuerpos que caían, las ban<strong>de</strong>ras que parecíanflotar solas en el aire.-¡Auda abu Tayi! ¡Auda abu Tayi! ¡Auda ab Tayi! -se oía retumbar sobre aquelespectáculo asombroso.Los <strong>de</strong>más, arrastrados por su ejemplo, nos 1anzamos también a la carrera. No seveía nada; el polvo impedía saber dón<strong>de</strong> estábamos, a qué distancia <strong>de</strong> los turcos. Elsilbido <strong>de</strong> las balas nos rozaba. Tropezazábamos con los heridos o los muertos. Dabaigual lo que fuese. Algo me arrastraba como poseído, hacia a<strong>de</strong>lante. Oí entrechocar <strong>de</strong>aceros. Debía <strong>de</strong> estar en la primera línea. El polvo se levantó y me vi <strong>de</strong> cara a un turcoque me atacaba con la bayoneta calada. Le <strong>de</strong>scerrajé un tiro entre los ojos. Una manocortada vino como volando y me dio en el pecho. Vi a Auda, cerca <strong>de</strong> mí; había<strong>de</strong>scabalgado -luego me enteré <strong>de</strong> que un disparo había matado a su camella- y con unrevólver en una mano y la espada en la otra era una máquina <strong>de</strong> matar. Abu el Lissanfue una carnicería. Pero aquella guerra era en carne viva, una guerra <strong>de</strong> hombres, con elfragor <strong>de</strong> la Ilíada. Fue mi primera batalla «gran<strong>de</strong>», y olí la sangre. Al terminar, unagran extensión <strong>de</strong> terreno estaba llena <strong>de</strong> cadáveres mutilados y sin botas. Los pequeñosedificios ardían y el olor a quemado se mezclaba con el <strong>de</strong> la sangre y la putrefacción.Or<strong>de</strong>né que se dispusiera a los muertos en fila, como un ejército en parada. Recuerdoesa imagen, el brillo <strong>de</strong> los muertos bajo la Luna. Lo hice pensando en aquella página <strong>de</strong>Chateaubriand que tanto me había emocionado, cuando <strong>de</strong>scribe en sus Memorias <strong>de</strong>53

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