Tuve que cortar. El calor es espeso esta noche, insoportable. Pedí permiso parasalir a cubierta. Pero ha sido igual. Un aire pegajoso, pestilente. Ojalá zarpemos pronto.En alta mar será mejor.Estaba tumbado mirando el cielo cuando un marinero <strong>de</strong> los que me vigilan se meha acercado y como quien le habla a Dios, balbuciente, me ha dicho:-Usted es <strong>Lawrence</strong> <strong>de</strong> <strong>Arabia</strong>. Quiero que sepa señor, que usted ha sido <strong>de</strong>cisivoen mi vida. Cuando yo tenía diez años usted se convirtió en mi ídolo.No he hecho en mivida sino tratar <strong>de</strong> imitarlo. Todas sus aventuras... Y po<strong>de</strong>r estar ahora, aquí, esta noche,estar viéndolo, y po<strong>de</strong>r hablar con usted... ¿Puedo estrechar su mano?Le he dado la mano y he notado cómo se estremecía.Otro contaminado con la gran mentira. No puedo soportarlo.Bien... Me había quedado en la noche <strong>de</strong> Jobba, fantástica noche... Etc., etc. Lacambio por un poco <strong>de</strong> aire fresco.Sigo con los memorables, imperece<strong>de</strong>ras, gloriosos acontecimientos que nos hanhecho a todos tan conocidos y tan históricamente respetables.La vida en el campamento seguía su ritmo monótono. Era un centro <strong>de</strong>agrupamiento y -en teoría- instrucción, y aquellos que ni precisaban ni estiraban losegundo y cuya vida, en cuanto se tornaba se<strong>de</strong>ntaria, empezaba a molestarles, dabansíntomas <strong>de</strong> nerviosismo. Auda se quejaba <strong>de</strong> aquella <strong>de</strong>tención.-No necesitamos tantos preparativos -me <strong>de</strong>cía-. Esto no sirve más que paraengordar y para que los hombres se ablan<strong>de</strong>n. Cuántas veces he atacado yo caravanascon mi hijo pequeño y diez guerreros. El día que ataqué la <strong>de</strong>l propio Feyssal, que veníacargado <strong>de</strong> oro, cada uno <strong>de</strong> nosotros tocaba a veinte <strong>de</strong> ellos. Y me hice con las bolsas.Alá está con los valientes.Y acaso llevaba razón. Porque si bien, conforme pasaban los días, se nos uníanmuchos soldados, no eran menos los que <strong>de</strong>sertaban. Algunos venían con sus familiares;el campamento empezó a llenarse <strong>de</strong> mujeres <strong>de</strong> rostro tatuado. Se las veía en laspuertas <strong>de</strong> las tiendas, estrujando con las manos el requesón <strong>de</strong> las cabras que luego,secado sobre los techos, daba ese queso durísimo que tanto les gustaba. Vovimos a tenerotra invasión <strong>de</strong> serpientes (sobre todo, por las noches, huyendo <strong>de</strong>l frío, venían acalentarse metiéndose bajo nuestras mantas) y los piojos eran una plaga.-No. Es un error retrasar el ataque –repetía la y otra vez Auda-. Se llevarán el oro.Los turcos se llevarán el oro <strong>de</strong> Aqaba.Y le daba vueltas en su cuello a un collar que llevaba <strong>de</strong>l que colgaba unaminiatura <strong>de</strong>l Corán en una especie <strong>de</strong> cofrecillo <strong>de</strong> oro. Lo más curioso <strong>de</strong> esaminiatura es que un día que me la <strong>de</strong>jó ver, comprobé que estaba editada ¡en Glasgow!¿Dón<strong>de</strong> se haría con ella? Nunca quiso <strong>de</strong>círmelo.En Jobba se unió <strong>de</strong> nuevo a nosotros un gran guerrero, Alí ibn Hussein, <strong>de</strong> losharitz; tenía diecinueve años y su fama ya se extendía por <strong>Arabia</strong>. Siempre cargaba enprimera línea, gritando el nombre <strong>de</strong> su tribu, y <strong>de</strong>snudo, cubierto sólo con un diminutotaparrabo.Estoy <strong>de</strong>masiado cansado para continuar. Este calor insoportable me estáproduciendo dolor <strong>de</strong> cabeza, náuseas. Ya no lo resisto como entonces. A<strong>de</strong>más, no esigual; éste es un calor insano, pestilente.Hace un rato, al volverme, he visto <strong>de</strong> nuevo a la rata. Está muerta <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> micoy. Habrá comido veneno. Me hacía compañía.51
12 <strong>de</strong> Enero. Mar Arabigo.Lo que cada vez me resultaba más insoportable era la sensación <strong>de</strong> mentira en que veíadisolverse mi vida. Llevar a buen fin aquella expedición, me obligaba a silenciar lo queyo ya sabía <strong>de</strong> las intenciones inglesas y francesas, los planes <strong>de</strong> reparto <strong>de</strong>l acuerdoSykes-Picot, y sobre todo lo que bien suponía que preten<strong>de</strong>rían -y conseguirían- :undominio mucho más totalitario que el <strong>de</strong> Turquía. Mentirle a un hombre como Auda, alque tanto respetaba, me hizo a veces consi<strong>de</strong>rar la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> abandonar mi mando. Cuandotodo se hubiera consumado, ni Auda ni ningún guerrero culparían a esas lejanísimasInglaterra y Francia, sino al que les había prometido su libertad y su in<strong>de</strong>pen<strong>de</strong>ncia, aese Aurens que yo era y al que ellos seguían seguros <strong>de</strong> su verdad. Ese pensamiento meatormentaba. Pero no podía hacer nada. Nada, salvo todo lo posible para que eseacuerdo resultara difícil <strong>de</strong> cumplir, todo lo posible para, al menos, no entregarnosatados <strong>de</strong> pies y manos. Mi conciencia me llevaba a traicionar a Inglaterra. Pero no teníaotro camino. Mi cabeza era el Infierno; tanto, que no pu<strong>de</strong> resistir más aquellainactividad que me daba mucho más tiempo para reconcomerme la conciencia, y <strong>de</strong>cidíhacer una salida «<strong>de</strong> inspección», como le dije a Auda. Estaba en ascuas, necesitabasentir ese frío <strong>de</strong> la muerte que hace vivir. Durante dos semanas recorrí el territorio, enocasiones «exhibiéndome» ante las mismas narices <strong>de</strong> los turcos. Era un coqueteo con lamuerte. Ya lo había hecho otras veces, como cuando en Mesopotamia, en 1916, nuestrastropas eran batidas sin cesar. Pero entonces era sólo una manera <strong>de</strong> tonificarme. Ahoraexistía un <strong>de</strong>safío. Supongo que esperaba, que <strong>de</strong>seaba que una bala o un lancero turcome librara <strong>de</strong> mi tormento.Fui hasta Nebk y Tadmor; llegué a contemplar en la lejanía los alminares <strong>de</strong>Damasco; me entrevisté con Alí Riza, un alto funcionario sirio <strong>de</strong> la administraciónturca que trabajaba en secreto para Feyssal. Llegué hasta muy cerca <strong>de</strong> Aqaba. Ya habíaestado allí antes, con Dahum, ah, mi querido Dahum -¿dón<strong>de</strong> estaría entonces?, ¿viviríao habría muerto en aquella guerra?-, <strong>de</strong> paso hacia los <strong>de</strong>sfila<strong>de</strong>ros <strong>de</strong>l Norte. Elconocimiento <strong>de</strong> esa región venía ahora bien para nuestros planes, como también podíaaprovechar mis recuerdos <strong>de</strong> los <strong>de</strong>siertos <strong>de</strong>l Zin, que ocupaban <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Aqaba al marMuerto -la tierra que Israel había recorrido en su éxodo, el Darb el Shur- y que yo habíaestudiado junto a Newcombe y Woolley.Cuando regresé a Jobba, el reclutamiento, afortunadamente, casi había acabado.El Jerife Hussein nos proporcionó a su vez algunas secciones <strong>de</strong>l Cuerpo <strong>de</strong> Camelleros,El Cairo incrementó -muy poco, pues su ayuda siempre fue con cuentagotas- elabastecimiento, pero al menos <strong>de</strong>stinó a nuestra campaña algunos expertos en minas,como el teniente Hornby, que serían <strong>de</strong> mucha utilidad, y también se nos unió unespañol extravagante, un anarquista huido <strong>de</strong> las represiones <strong>de</strong> Barcelona, llamadoJavier Roca, que Dios sabe cómo habría llegado por aquellas tierras; pero era muy hábilcon los explosivos y en seguida se hizo cargo <strong>de</strong> un grupo <strong>de</strong> <strong>de</strong>molición. Nuestroejército había crecido tanto que Jobba resultaba pequeño, por lo que nos trasladamos aBair, pero tampoco reunía condiciones, y Nasir <strong>de</strong>cidió que nos estableciésemos enJefer.Los turcos eran conscientes ya a esas alturas <strong>de</strong> que se preparaba un ataque a52
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BIBLIOGRAFÍASobre la rebelión ár