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Lawrence de Arabia - JOSE MARIA ALVAREZ - José María Álvarez

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servían, los había contemplado con arrobo. Los cuerpos esbeltos y morenos, las piernaslargas, sus miradas mórbidas. Pero como antes <strong>de</strong>cía, era una forma vaga y extraña <strong>de</strong><strong>de</strong>seo, no exactamente sexual. Pero aquella noche en Jobba, viéndolos <strong>de</strong>snudos yacariciándose sus cuerpos, noté que una fuerte sensación ansiosa iba apo<strong>de</strong>rándose <strong>de</strong>mí. La notaba en el vientre, en mi piel una intensidad caliente y avasalladora. Ellos sebesaban, ajenos a mí, y se masturbaban uno al otro. Sentí una ereción tan potente quecasi me dolía. Me di cuenta <strong>de</strong> que mientras los miraba estaba yo acaiciándome a mímismo. Debieron darse cuenta <strong>de</strong> que alguien los espiaba, y miraron hacia don<strong>de</strong> yoestaba. Al verme, se echaron a reír y, nada cohibidos, extendieron sus manos hacia mí,como llamándome a compartir con ellos el gozo <strong>de</strong> aquella hora Lunar y <strong>de</strong> plenitud.Como atraído por una fuerza irresistible, avancé hacia ellos, que seguían riendo yllamándome, y me tumbé entre los dos. Othman y Alí empezaron a <strong>de</strong>snudarmemientras seguían con sus juegos. Sentí el calor <strong>de</strong> sus cuerpos contra el mío, la humedad<strong>de</strong> sus bocas, la dureza <strong>de</strong> su virilidad contra mi carne. Olían intensamente, una mezcla<strong>de</strong> sudor y esperma y suciedad. Uno me besaba en la boca mientras el otro me lamíatodo el cuerpo, mis muslos, mi vientre, mi sexo, mi pecho.-¿Te gusta así, mi señor? -<strong>de</strong>cía Alí entre suspiros-. ¿Qué quieres que te hagamos?Yo no podía hablar. El corazón me latía con furia, como si fuera a reventarme elpecho. Un ansia lujuriosa que al mismo tiempo era luz y plenitud y perdida <strong>de</strong> todarazón, un éxtasis que anulaba el mundo, que abolía cuanto no fuese la fiebre <strong>de</strong> micarne, esa embriaguez para mí <strong>de</strong>sconocida hasta aquella noche, y que era como unamano <strong>de</strong> fuego que me arrancase el vientre, que me <strong>de</strong>spellejase y lanzara esos <strong>de</strong>spojosmás allá <strong>de</strong> la vida. Ah, ¿era eso? ¿Era eso lo que pasaba? Si en aquel instante mehubieran dicho: mata. Comete la mayor infamia, o esto cesará. Todo cuanto eres, ocinco segundos <strong>de</strong> este placer; no, más que placer, es otra cosa, salvaje, sublime, animal,<strong>de</strong>spiadada... Todo era menos que aquel <strong>de</strong>lirio que atravesaba la <strong>de</strong>solación <strong>de</strong> lamuerte y hacía comulgar a lo que yo fuese con la carne y la sangre <strong>de</strong>l Universo.Cerré los ojos y los <strong>de</strong>jé que me acariciaran a su gusto. Notaba los labios húmedos<strong>de</strong> aquellos dos muchachos restregarse por mi cuello, por mis brazos; sentí que mebesaban la polla mientras unos <strong>de</strong>dos ávidos pasaban entre mis muslos y se hundíanentre mis nalgas, acariciando mi ano. El calor <strong>de</strong> la boca y la suavidad <strong>de</strong> la lengua <strong>de</strong>Othman tensaron mi erección hasta casi lo insoportable. No podía resistir más. Abrí losojos y contemplé su belleza rendida entre mis piernas, chupando cada vez másglotonamente. Me corrí en su boca. Alí se dio cuenta y me abrazó con temura. Othmansuccionó hasta la última gota <strong>de</strong> mis jugos, y permaneció unos momentos reclinadosobre mis muslos, sin sacarme <strong>de</strong> su boca. Mi esperma se le salía por las comisuras <strong>de</strong>los labios. Fue un placer tan intenso, que aún hoy, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> tantos años, me enerva ysólo con recordar aquel momento vuelvo a sentir una erección brutal. Estoy escribiendoy con la otra mano me estoy masturbando.Pero aquel orgasmo no me aplacó. Era como si la furia <strong>de</strong>satada en mis entrañasfuera fósforo. Continuaba excitado, aún más que antes. Quería más, más, más. Alí yOthman se recostaron contra mí. Despedían un calor pringoso. Siguieron acariciándome-«¿Te ha gustado, mi señor?», susurraban-. Yo los acariciaba. Tomé en mi mano elmiembro <strong>de</strong> Alí y lo masturbé, notaba aquella virilidad extraordinaria y caliente dura enla palma <strong>de</strong> mi mano, y luego el chorro caliente <strong>de</strong> su orgasmo sobre mis piernas. Nohablábamos. Sólo nos acariciábamos entre suspiros apasionados, nos mordíamos. Sinque yo se lo pidiera, noté que Alí, suavemente, iba girándose hasta poner sus nalgascontra mi sexo. Mientras tanto, Othman besaba las axilas <strong>de</strong> Alí, su pubis, su vientre...Poco a poco Alí fue apretándose contra mí, y sus nalgas parecían abrirse suaves yhúmedas a la dureza <strong>de</strong> mi polla. Sentí un <strong>de</strong>seo inexorable, avasallador, fabuloso, <strong>de</strong>49

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