ojiza <strong>de</strong>stellaba inmensamente bello. Me acordé <strong>de</strong> Gertrudis Bell, que lo había<strong>de</strong>safiado casi en solitario.A lo largo <strong>de</strong> interminables jornadas, cabalgando lentamente, mientras amasabacon mis <strong>de</strong>dos mendrugos y manteca -luego los espolvoreaba con un poco <strong>de</strong> azúcar, yasí podía alimentarme sin <strong>de</strong>tenernos- medité mucho sobre táctica y estrategia.Analizaba las i<strong>de</strong>as <strong>de</strong> Gustavo Adolfo <strong>de</strong> Suecia y su obsesión, como la mía, por lamovilidad. Esa movilidad precisa una disciplina absoluta. Yo había estudiado bien suforma <strong>de</strong> conducir las retiradas, y envidiaba su facultad, como la <strong>de</strong> Wellington, paraadivinar las intenciones <strong>de</strong>l enemigo y «eso» que pue<strong>de</strong> haber <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la colina. Era loque ya había dicho Filipo <strong>de</strong> Macedonia: la movilidad, que hasta para la falange eradifícil; atacar, evadir el ataque <strong>de</strong>l enemigo, <strong>de</strong>struirlo y acabarlo en su huida. Tambiénadmiraba -y admiro- mucho a Jeb Stuart, aquel gran caballero <strong>de</strong>l Sur, y lo imaginaba alfrente <strong>de</strong> esas cargas <strong>de</strong> caballería que lo han hecho inmortal. Moltke también pensabaque el movimiento es el alma <strong>de</strong> la guerra. No estaba <strong>de</strong> acuerdo en cambio con Foch,para quien la ofensiva era el caballo <strong>de</strong> batalla, y sigo creyendo que su fe era excesivaen ese movimiento, sobre todo teniendo en cuenta la potencia <strong>de</strong> fuego <strong>de</strong> las armas <strong>de</strong>hoy. El mo<strong>de</strong>lo <strong>de</strong> mis movimientos con mis beduinos era la acción <strong>de</strong> guerrillas <strong>de</strong> losespañoles cuando la guerra contra Napoleón y la <strong>de</strong> los bóers <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> Paar<strong>de</strong>berg.Era básico que las unida<strong>de</strong>s fueran lo más autónomas y móviles y autosuficientes, yhabía que reforzarlas en lo posible con carros <strong>de</strong> combate. Me dio mucha alegría cuandoaños <strong>de</strong>spués leí el trabajo <strong>de</strong> Lid<strong>de</strong>ll Hart y sus tres máximas: fijar, maniobrar,explotar.El paso <strong>de</strong>l Nefud fue terrible. El <strong>de</strong>sierto estropeaba nuestros fusiles Lewis; noasí los dos o tres Hotchkiss que llevábamos, uno <strong>de</strong> ellos el <strong>de</strong> Auda, que resistían mejorla arena. La sarna empezó a exten<strong>de</strong>rse y los piojos no nos <strong>de</strong>jaban dormir. Tuvimostambién una terrible tormenta <strong>de</strong> arena. De improviso el cielo se obscureció y el vientose levantó violentamente; la arena centelleaba en el aire. El paisaje fue obscureciéndosey el sol lucía, como muy lejos, a través <strong>de</strong> esa bruma <strong>de</strong> polvo, como un farol en laniebla <strong>de</strong> Londres. Los camellos lo presintieron antes que nosotros. Se apretujaban entreellos con la cabeza agachada. Todo quedó envuelto en una bruma amarilla don<strong>de</strong>empezaron a volar algunas ropas. Era impresionante. Nunca había visto una tormentaasí, ni siquiera en otros lugares <strong>de</strong> <strong>Arabia</strong> o <strong>de</strong> Siria. De pronto se <strong>de</strong>stacó entre labruma <strong>de</strong> polvo una gacela perseguida por una hiena. Me cubrí el rostro, como todos,pero daba igual, el polvo y la arena penetraban nuestras ropas clavándonos con millones<strong>de</strong> alfileres. Estuve a punto <strong>de</strong> caer en un hadoda, esos hoyos <strong>de</strong> arena asesinos. Ya casino nos quedaba agua, y la poca que había en los odres, pastosa, salobre, estaba mediocorrompida.Por fin tocamos esa tierra «más allá <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sierto», Shirham y sus pozos. UadiShirham, en medio <strong>de</strong> una llanura rocosa, era <strong>de</strong> una blancura <strong>de</strong>slumbrante, y en unextremo, emergiendo <strong>de</strong> un bloque como sal, irreales, se alzaban las ruinas <strong>de</strong>l castillo<strong>de</strong> Marid. El príncipe Nuri Shalaam, <strong>de</strong> los Rualia un anciano vigoroso, era el dueño <strong>de</strong>aquel territorio. Acampamos en Jobba, el único palmeral <strong>de</strong> aquel inmenso secadal,junto al pozo. Jobba es un fantasmagórico espacio <strong>de</strong>snudo a 150 metros bajo el nivel<strong>de</strong>l Nefud, <strong>de</strong> unos cinco kilómetros <strong>de</strong> largo. Daba la impresión <strong>de</strong> un lago que sehubiera secado. La al<strong>de</strong>a estaba en el bor<strong>de</strong>, con muros almenados. Todo envuelto en unaire gris púrpura como rayado <strong>de</strong> amarillo, con un paramento negro en lo alto. Era unbuen lugar; todos necesitábamos unas jornadas <strong>de</strong> <strong>de</strong>scanso, y allí los camellos teníantodo el nassi que precisaran.¡Jo<strong>de</strong>r, hay más piojos en este camarote que había allí!Nuri Shalaam nos dijo que los hoveitah estaban acampados muy cerca.47
Establecimos un campamento para algunos días con el fin <strong>de</strong> que fuese centro <strong>de</strong>reagrupamiento <strong>de</strong> las tropas para que pudiéramos someterlas a una mínima instrucción.Le pagamos Nuri Shalaam seis mil libras <strong>de</strong> oro por permitirnos estar en sus tierras ypara que cuidara <strong>de</strong> las familias <strong>de</strong> los guerreros que tomarían parte en la toma <strong>de</strong>Aqaba. Y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> luego, durante los días que estuvimos allí, la hospitalidad <strong>de</strong> los rualiafue señorial. Todos los miembros significados <strong>de</strong> la tribu se esforzaban por aten<strong>de</strong>rnos acual mejor, nos invitaban a comer dos veces al día, y acabamos hartos <strong>de</strong> aquellosinmensos cal<strong>de</strong>ros <strong>de</strong> estaño llenos a rebosar <strong>de</strong> arroz y carnero y aquellos con<strong>de</strong>nadoshuevos <strong>de</strong> avestruz. Nos festejaron con carreras <strong>de</strong> camelIas y cacerías, y por la nochelos contadores <strong>de</strong> cuentos nos distraían. Lo peor <strong>de</strong> Jobba fue la plaga <strong>de</strong> serpientes quenos afligió. Ya habíamos sufrido en otros momentos la presencia <strong>de</strong> estos reptilesmalditos, pero en Jobba fue terrible, estaban por todas partes, se metían en las tiendas yatacaban a los hombres; no podíamos ir sin un palo para remover los matorrales anuestro paso, pues las víboras y sobre todo las serpientes negras parecían poseídas <strong>de</strong>furor venenoso, y hasta por la noche, cuando dormíamos, se metían entre las tiendas.Matábamos más <strong>de</strong> treinta diarias, pero era inútil.La última noche en Jobba sucedió algo que todavía no sé si adjudicar al terreno <strong>de</strong>la sensualidad o al <strong>de</strong> lo sagrado, o acaso sean lo mismo. No he sido nunca un hombreatraído por los placeres <strong>de</strong> la carne, al menos en lo que casi todo el mundo consi<strong>de</strong>ranormales expansiones <strong>de</strong> su sexualidad. A veces he pensado si sería por timi<strong>de</strong>z, aunqueno lo creo, pero durante toda mi vida -y sobre todo en Oxford había incontablestentaciones- me mantuve apartado <strong>de</strong> cualquier relación física con nadie. Ni siquieracuando alguien me ha atraído <strong>de</strong> forma intensísima, y sólo me ha sucedido en dosocasiones: con la hermosa Janet Laurie, que era hija <strong>de</strong> unos vecinos nuestros enLangley Lodge, cuando yo tenía siete años, y que era <strong>de</strong> mi edad, y a la que continuéviendo en Oxford, chiquilla muy atractiva, <strong>de</strong> boca jugosa y ojos hermosísimos, y con laque en alguna ocasión estuve a punto <strong>de</strong> una mayor intimidad; y con mi amado Dahum,aunque llegamos a dormir juntos y <strong>de</strong>snudos. Ni siquiera en esos dos casos se me pasópor la cabeza -o tuve acaso voluntad- <strong>de</strong> forzar ciertos límites. No me repugnaba -hoysí- la carne; pero creía que esa <strong>de</strong>finitiva verdad <strong>de</strong> los cuerpos <strong>de</strong>snudos y entregados asu satisfacción, modificaba inexorablemente, pervertía el equilibrio perfecto <strong>de</strong> unarelación don<strong>de</strong> «sucedían» cosas para mí más valiosas, más perdurables, más ricas quela fugaz complacencia sensual. He sido siempre alguien que ha reducido la sexualidad asus sueños, y éstos tampoco muy obsesivos. Ni siquiera me he masturbado confrecuencia, y cuando lo hago mis fantasías suce<strong>de</strong>n con mujeres, no con hombres. Lamasturbación me ha bastado, y me ha evitado eso que quizá es lo que me ha resultadoinsoportable siempre: entregar a alguien mi soledad, lo que soy.Pero aquella noche en Jobba sucedió algo que abrasó mis sentidos y mi mente.Habíamos cenado y <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> tomar ese café tres veces hervido <strong>de</strong> los beduinos y queyo había llegado a apreciar, sobre todo cuando se perfumaba con granos <strong>de</strong> cardamomo,todos se retiraron a <strong>de</strong>scansar. La noche era hermosísima, se sentía esa «influencia» <strong>de</strong>la Luna <strong>de</strong> que habla Shakespeare en Antonio y Cleopatra, como si <strong>de</strong> las espesas vigasque sostuvieran el orbe <strong>de</strong>scendiera sobre aquel lugar el <strong>de</strong>rretirse <strong>de</strong> esa «influencia».Me tumbé boca arriba en una piedra gran<strong>de</strong>, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber inspeccionado bienque no hubiera serpientes, y me puse a contemplar el firmamento. Era hechizante. Depronto, <strong>de</strong>l lado <strong>de</strong>l pozo, escuché unas risas juveniles. Escuché durante un rato, y a lasrisas oí añadirse suspiros. Me acerqué con cuidado, y a la luz <strong>de</strong> la Luna vi a mis dosjovencísimos criados, Alí y Othman, que, recostados y <strong>de</strong>snudos, parecían jugar con suscuerpos con una inefable alegría.Eran tan jóvenes y tan hermosos. Muchas veces, a lo largo <strong>de</strong>l tiempo que me48
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