i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> volver a Inglaterra, sal <strong>de</strong> este barco. Si te lo impi<strong>de</strong>n, mata. Si son muchos,mata hasta que te maten a ti. Pero cae como un hombre. Que puedan recordarte.» O mediría: «Vamos juntos. Lucharé a tu lado. Vuelve conmigo a Uadi Rumm. Cabalgaremosy saquearemos pueblos, venceremos a reyes, veremos ríos <strong>de</strong> oro. Tendrás todas lasmujeres que quieras. Por la noche, con el estómago lleno, escucharemos al recitador quenos embelese con sus viejas leyendas. ¡Pero levántate <strong>de</strong> ahí!»No enten<strong>de</strong>ría que no puedo. Que sí conozco una forma <strong>de</strong> salir <strong>de</strong> aquí, pero queno es volver con él ni morir matando, sino usar el revólver que me espera en el cajón <strong>de</strong>esta mesa.El 9 <strong>de</strong> Mayo <strong>de</strong> 1917 nos pusimos en marcha. Yo iba <strong>de</strong>lante, junto al JerifeNasir, a quien Feyssal había nombrado jefe <strong>de</strong> la expedición. Detrás <strong>de</strong> nosotroson<strong>de</strong>aban las enseñas rojas <strong>de</strong> Feyssal que llenaríamos <strong>de</strong> gloria, y a mi lado cabalgabaAuda, firme, radiante, y dos sirios que eran los representantes políticos <strong>de</strong> Feyssal y unaescolta <strong>de</strong> ageylish. Feyssal me había regalado una magnífica camella, obsequio a suvez <strong>de</strong>l Rey Ibn Seud al Jerife Hussein, y que era la admiración <strong>de</strong> todos. La fortaleza<strong>de</strong> aquel animal me daba mucha seguridad. También me dio su gumía. No podíamosllevar mucha comida -sólo cuarenta y cinco libras <strong>de</strong> harina por hombre- ni <strong>de</strong>masiadospertrechos: gelatina explosiva para minar las vías y veinte mil libras <strong>de</strong> oro que noshabía entregado Feyssal para comprar a las tribus. Yo eché en mi mochila La chanson<strong>de</strong> Roland, La muerte <strong>de</strong> Arturo, el Oxford book of English verse, las Comedias <strong>de</strong>Aristófanes y las obras <strong>de</strong> Shakespeare. El plan consistía en ir hacia el Norteatravesando el Yunque <strong>de</strong>l Sol, llegar a Uadi Shirham, reclutar a las tribus hoveitah y aquienes pudiéramos, y girando <strong>de</strong>spués hacia el sudoeste, reagruparnos y atacar Aqaba.En un viaje <strong>de</strong> más <strong>de</strong> mil kilómetros y por <strong>de</strong>siertos terribles, pero nadie nos esperaríay podríamos vencer.Recuerdo aquellas cabalgadas bajo un sol abrasador. Auda iba <strong>de</strong>lante, mirandofijo al horizonte en silencio. El Jerife Nasir, hombre <strong>de</strong> probada valentía, acompañabanuestro camino con sus melancólicos relatos y poemas beduinos; ah, cómo vivían en suspalabras el brillo <strong>de</strong> unos ojos ante un cofre lleno <strong>de</strong> monedas <strong>de</strong> oro, las lamentaciones<strong>de</strong> los héroes ante las cenizas <strong>de</strong>l campamento <strong>de</strong> su amada... Aquel ejército <strong>de</strong> hombresatezados, magros, sucios, casi sin armas, con sus ropas tintadas con alheña, como unallamarada sobre el <strong>de</strong>sierto, llenaban mi corazón <strong>de</strong> algo más allá <strong>de</strong> la alegría. Hombres<strong>de</strong> leyenda que avanzaban como por un espejismo. El aire era un horno. La tierraquemaba y empezaron a salirnos ampollas en los pies y en los brazos. También lospiojos nos molestaban. Pero todo, como el inmenso viaje que teníamos por <strong>de</strong>lante y losespantosos <strong>de</strong>siertos que <strong>de</strong>beríamos atravesar, eran nada ante nuestra ilusión.Cómo resumían esa esperanza y esa <strong>de</strong>cisión, las palabras que me dijo un jujeinauna vez que me acerqué a él, que iba afilando pacientemente, mientras cabalgaba, sugumía:-Para turcos. Cuellos. Cuellos. Luego, oro.Decidimos <strong>de</strong>scansar un par <strong>de</strong> días en el oasis <strong>de</strong> El Kurr, que era como unaesmeralda en aquella extensión <strong>de</strong>solada. Sólo tenía un habitante, el viejo Dhaif Allah,que cuidaba el oasis como si fuera un jardín. Des<strong>de</strong> allí nos encaminamos a lasgargantas <strong>de</strong>l Uadi Jizil. Estábamos <strong>de</strong>scansando en Uadi Jizil cuando se me acercarondos muchachos ageylish. Eran casi adolescentes y muy hermosos, con esos ojosluminosos <strong>de</strong> los hijos <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sierto. Me dijeron que querían servirme. Se llamabanOthman y Alí 41 .!. Alí parecía una muchacha. Los acepté, sobre todo porque pensé queconmigo llevarían mejor vida que sin mi protección. A<strong>de</strong>más Othman era un verda<strong>de</strong>ro41 En Las siete columnas <strong>de</strong> la sabiduría y Rebelión en el <strong>de</strong>sierto los llama Daud y Farraj.45
artista en untar con manteca a los camellos para aliviarlos <strong>de</strong> la sarna <strong>de</strong> la cara.A partir <strong>de</strong> Uadi Jizil, Auda fue el guía <strong>de</strong> la expedición. Cabalgaba a la cabeza,siempre mirando fijo hacia el horizonte, enhiesto sobre su camello, con los codos haciafuera y las manos oscilando en el aire a la altura <strong>de</strong> los hombros. Pasamos la llanura <strong>de</strong>arena <strong>de</strong>l Shegg y alcanzamos el tendido <strong>de</strong>l ferrocarril. La cruzamos y nos internamosen el <strong>de</strong>sierto.Esa zona <strong>de</strong>l Este don<strong>de</strong> pronto nos a<strong>de</strong>ntramos es el peor territorio que heconocido jamás. Aunque resultaba fascinante. Los beduinos lo llamaban el Houl, elYunque <strong>de</strong>l Sol. 42 Un espacio inmenso sin vida alguna. No se veía ni un pájaro. Eracomo si hasta el polvo estuviera <strong>de</strong>tenido en el aire, como un velo ante un fondo azultenue. Se nos agrietaban los labios y la piel por el aire ardiente y los párpados seencogían. De vez en cuando pasábamos sobre zonas <strong>de</strong> barro pulido, el terrible ghiaan,blanco y liso como un espejo, que reflejaba la luz <strong>de</strong>l sol tan intensamente que cegaba almirarlo fijamente. Había que caminar sin mirarlo. Yo ya había aprendido las artimañasbeduinas <strong>de</strong> untarme los párpados con khol, y eso me ayudaba a soportarlo. Pero lasjornadas eran muy fatigosas. No se escuchaba ni una canción ni una palabra.Cabalgábamos en silencio absoluto, muchas horas con los ojos cerrados, enteramenteenvueltos por la quffiya. El sudor me empapaba y notaba cómo los piojos se <strong>de</strong>slizabanpor la carne húmeda. La garganta se secaba tanto que no podía ni tragar saliva Elsilencio era atroz; sólo se escuchaba el resonar <strong>de</strong> las pisadas <strong>de</strong> los camellos. Si abríalos ojos, era como si metiera la cara en un flexo encendido. El Yunque <strong>de</strong>l Sol era elcentro <strong>de</strong> la <strong>de</strong>solación. Una roca <strong>de</strong> fuego. Sólo las noches eran bellísimas, serenas,frescas y cuajadas <strong>de</strong> estrellas.Alcanzamos afortunadamente el único pozo que había, ya casi al final <strong>de</strong> aquelInfierno. Aunque el agua tenía mal sabor, nos pareció gloria pura, pero no pudimosllenar nuestros odres, porque se corrompía a poco <strong>de</strong> sacarla. Los camellos serecobraron y nosotros bebimos cuanto pudimos, dispuesto a encarar el último tramo.-¿Sabías que esto estaba en el mundo, inglés? -me dijo Auda, sonriendo con sorna.-Cuando lleguemos a Uadi Shirham irás mirando mi espalda -le contesté.Auda se echó a reír:-Estás loco, inglés. Pero Alá quiere a los locosCuando estábamos ya cerca <strong>de</strong> salir <strong>de</strong>l Yunque <strong>de</strong>l Sol, nos dimos cuenta <strong>de</strong> quefaltaba un guerrero, un tal Gassim. Se había quedado atrás y perdido Nadie queríavolver a buscado, con ese fatalismo árabe que tomaba por sino aquella con<strong>de</strong>na a muerte.Pero yo no. Recobrar a Gassim, sacarlo <strong>de</strong> las garras infernales <strong>de</strong>l Yunque, volvercon él, era algo que se me impuso; arrebatárselo a la muerte, como si esa victoria fuerauna garantía <strong>de</strong>l triunfo <strong>de</strong> nuestra voluntad, <strong>de</strong> mi voluntad, en aquella guerra. Mea<strong>de</strong>ntré, contra los ruegos <strong>de</strong> todos, que me daban ya también por perdido, en aquelYunque <strong>de</strong> fuego. Fue espantoso. Pero lo encontré, lo salvé, y volví con él a nuestrocampamento. Cuando ya estaba cerca tuve la alegría <strong>de</strong> ver una figura que se meacercaba sobre las arenas. Era Auda, que, imagino que no por Gassim, sino por mí,también había <strong>de</strong>safiado a la muerte y venía a buscarme.Después <strong>de</strong>l Yunque nos a<strong>de</strong>ntramos en el extremo Oeste <strong>de</strong>l Nefud. Primero fueuna raya roja en el horizonte, como un espejismo. Luego eran olas rojizas, ese <strong>de</strong>siertorojo <strong>de</strong> la <strong>Arabia</strong> central que se extendía hasta allí. Matorrales <strong>de</strong> yerta, parecidos a lasviñas, bor<strong>de</strong>aban agujeros como pisadas <strong>de</strong> caballos en el barro, pero enormes: los fuljs,que pue<strong>de</strong>n llegar a medir trescientos metros y hondonadas <strong>de</strong> casi ochenta. De prontovi cruzar unos avestruces y pensé que era un espejismo. El sol reflejado en la arena42 Se a<strong>de</strong>ntraron en el Yunque <strong>de</strong>l Sol el 20 <strong>de</strong> mayo. El 2 <strong>de</strong> junio ya estaban en Uadi Shirham46
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