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Lawrence de Arabia - JOSE MARIA ALVAREZ - José María Álvarez

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i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> volver a Inglaterra, sal <strong>de</strong> este barco. Si te lo impi<strong>de</strong>n, mata. Si son muchos,mata hasta que te maten a ti. Pero cae como un hombre. Que puedan recordarte.» O mediría: «Vamos juntos. Lucharé a tu lado. Vuelve conmigo a Uadi Rumm. Cabalgaremosy saquearemos pueblos, venceremos a reyes, veremos ríos <strong>de</strong> oro. Tendrás todas lasmujeres que quieras. Por la noche, con el estómago lleno, escucharemos al recitador quenos embelese con sus viejas leyendas. ¡Pero levántate <strong>de</strong> ahí!»No enten<strong>de</strong>ría que no puedo. Que sí conozco una forma <strong>de</strong> salir <strong>de</strong> aquí, pero queno es volver con él ni morir matando, sino usar el revólver que me espera en el cajón <strong>de</strong>esta mesa.El 9 <strong>de</strong> Mayo <strong>de</strong> 1917 nos pusimos en marcha. Yo iba <strong>de</strong>lante, junto al JerifeNasir, a quien Feyssal había nombrado jefe <strong>de</strong> la expedición. Detrás <strong>de</strong> nosotroson<strong>de</strong>aban las enseñas rojas <strong>de</strong> Feyssal que llenaríamos <strong>de</strong> gloria, y a mi lado cabalgabaAuda, firme, radiante, y dos sirios que eran los representantes políticos <strong>de</strong> Feyssal y unaescolta <strong>de</strong> ageylish. Feyssal me había regalado una magnífica camella, obsequio a suvez <strong>de</strong>l Rey Ibn Seud al Jerife Hussein, y que era la admiración <strong>de</strong> todos. La fortaleza<strong>de</strong> aquel animal me daba mucha seguridad. También me dio su gumía. No podíamosllevar mucha comida -sólo cuarenta y cinco libras <strong>de</strong> harina por hombre- ni <strong>de</strong>masiadospertrechos: gelatina explosiva para minar las vías y veinte mil libras <strong>de</strong> oro que noshabía entregado Feyssal para comprar a las tribus. Yo eché en mi mochila La chanson<strong>de</strong> Roland, La muerte <strong>de</strong> Arturo, el Oxford book of English verse, las Comedias <strong>de</strong>Aristófanes y las obras <strong>de</strong> Shakespeare. El plan consistía en ir hacia el Norteatravesando el Yunque <strong>de</strong>l Sol, llegar a Uadi Shirham, reclutar a las tribus hoveitah y aquienes pudiéramos, y girando <strong>de</strong>spués hacia el sudoeste, reagruparnos y atacar Aqaba.En un viaje <strong>de</strong> más <strong>de</strong> mil kilómetros y por <strong>de</strong>siertos terribles, pero nadie nos esperaríay podríamos vencer.Recuerdo aquellas cabalgadas bajo un sol abrasador. Auda iba <strong>de</strong>lante, mirandofijo al horizonte en silencio. El Jerife Nasir, hombre <strong>de</strong> probada valentía, acompañabanuestro camino con sus melancólicos relatos y poemas beduinos; ah, cómo vivían en suspalabras el brillo <strong>de</strong> unos ojos ante un cofre lleno <strong>de</strong> monedas <strong>de</strong> oro, las lamentaciones<strong>de</strong> los héroes ante las cenizas <strong>de</strong>l campamento <strong>de</strong> su amada... Aquel ejército <strong>de</strong> hombresatezados, magros, sucios, casi sin armas, con sus ropas tintadas con alheña, como unallamarada sobre el <strong>de</strong>sierto, llenaban mi corazón <strong>de</strong> algo más allá <strong>de</strong> la alegría. Hombres<strong>de</strong> leyenda que avanzaban como por un espejismo. El aire era un horno. La tierraquemaba y empezaron a salirnos ampollas en los pies y en los brazos. También lospiojos nos molestaban. Pero todo, como el inmenso viaje que teníamos por <strong>de</strong>lante y losespantosos <strong>de</strong>siertos que <strong>de</strong>beríamos atravesar, eran nada ante nuestra ilusión.Cómo resumían esa esperanza y esa <strong>de</strong>cisión, las palabras que me dijo un jujeinauna vez que me acerqué a él, que iba afilando pacientemente, mientras cabalgaba, sugumía:-Para turcos. Cuellos. Cuellos. Luego, oro.Decidimos <strong>de</strong>scansar un par <strong>de</strong> días en el oasis <strong>de</strong> El Kurr, que era como unaesmeralda en aquella extensión <strong>de</strong>solada. Sólo tenía un habitante, el viejo Dhaif Allah,que cuidaba el oasis como si fuera un jardín. Des<strong>de</strong> allí nos encaminamos a lasgargantas <strong>de</strong>l Uadi Jizil. Estábamos <strong>de</strong>scansando en Uadi Jizil cuando se me acercarondos muchachos ageylish. Eran casi adolescentes y muy hermosos, con esos ojosluminosos <strong>de</strong> los hijos <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sierto. Me dijeron que querían servirme. Se llamabanOthman y Alí 41 .!. Alí parecía una muchacha. Los acepté, sobre todo porque pensé queconmigo llevarían mejor vida que sin mi protección. A<strong>de</strong>más Othman era un verda<strong>de</strong>ro41 En Las siete columnas <strong>de</strong> la sabiduría y Rebelión en el <strong>de</strong>sierto los llama Daud y Farraj.45

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