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Lawrence de Arabia - JOSE MARIA ALVAREZ - José María Álvarez

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continuidad. En uno <strong>de</strong> los viajes a Oxford llevé conmigo a Dahum y a otro amigo sirio,pero no fue una estancia agradable, pues el racismo <strong>de</strong> mis compatriotas dio lugar aalgunas situaciones <strong>de</strong>safortunadas. Pocos entendían o aceptaban su presencia como unomás <strong>de</strong> nosotros. Dahum se sentía triste, y <strong>de</strong>cidí regresar a Karkemish. Aprovechamosel escaso trabajo en las excavaciones para visitar Urfa, la E<strong>de</strong>sa <strong>de</strong> los cruzados, que yoya conocía, pero que nunca me cansaba <strong>de</strong> admirar, especialmente su castillo y lascúpulas <strong>de</strong> cerámica <strong>de</strong> su mezquita. Fuimos a Antioquía. A mi juicio Antioquía es uno<strong>de</strong> esos puntos cruciales en la cultura <strong>de</strong>l mundo; allí había luchado Bohemundo afinales <strong>de</strong>l siglo XI y la toma <strong>de</strong> la ciudad fue la gran esperanza <strong>de</strong>l Occi<strong>de</strong>nte cristiano.Cuando tocaba aquella tierra tocaba la tierra don<strong>de</strong> se asentó el campamento <strong>de</strong>l obispo<strong>de</strong> Puy, cerca <strong>de</strong>l Silpio; en las puertas <strong>de</strong> San Pablo escuchaba el clamor <strong>de</strong> lastrompetas <strong>de</strong> Bohemundo. Una tar<strong>de</strong>, sentados en las ruinas <strong>de</strong> la muralla <strong>de</strong> Justinianoque emergiendo <strong>de</strong>l río parecían clavarse en las montañas, le dije a Dahum:-Herraban con oro sus corceles, como dice el verso.-No -me dijo él-. Con fama.Todos esos viajes iban acondicionándome física y mentalmente para la vida en el<strong>de</strong>sierto. Ya podía andar <strong>de</strong>scalzo sin lastimarme y sin sentir dolor. Me sentía bien bajoaquel sol. Hasta parecía estimularme. Amaba hasta la costra <strong>de</strong> sudor y polvo sobre mipiel y hasta los piojos. Adoraba la sensación <strong>de</strong> ese primer café con azúcar en la frialdad<strong>de</strong>l amanecer.Ya era un árabe. O así me lo imaginaba. Europa era «lo extraño». Fuimostambién a Harñan y a Rum Kalaat, pero allí recaí en mi malaria y a<strong>de</strong>más se mepresentó una molestísima y peligrosa infección en los dientes. Me encontraba tan malque tras unos días <strong>de</strong> reposo inútiles en Alepo, tuve que regresar a Inglaterra. Dahum nose separó <strong>de</strong> mi cabecera en todos aquellos días. Ah, la frescura <strong>de</strong> su mano en mifrente...A principios <strong>de</strong> 1914, cuando ya la guerra pasó <strong>de</strong> «probable» a «inevitable», elServicio <strong>de</strong> Inteligencia inglés consi<strong>de</strong>ró imprescindible un conocimiento exacto <strong>de</strong>lSinaí. Kitchener envió al capitán Newcombe y -seguramente porque Hogarth les habríahablado <strong>de</strong> mis aptitu<strong>de</strong>s- me llamaron invitándome a acompañarle en el levantamiento<strong>de</strong> mapas. Fue mi primer contacto con el Ejército. Me contrataron para la SecciónCartográfica a las ór<strong>de</strong>nes <strong>de</strong> Dawson y permitieron que Dahum me acompañase en laexpedición. Durante mes y medio recorrimos el SinaiCorto. El capitán quiere verme: Supongo que algún otro telegrama <strong>de</strong> Londres.Más instrucciones sobre mi «comportamiento». «Usted, un soldado...»; «Es convenienteno alimentar esos rumores...»; «Ha sido lamentable que en estos momentos...» ¿Quéquieren? Que hagan conmigo lo que les plazca, pero que me <strong>de</strong>jen en paz.No era nada. Decirme que zarparemos pasado mañana.Sigo con esta estúpida historia.Durante mes y medio recorrimos el Sinaí, levantando mapas y localizando pozos.Fue un viaje aburrido, porque había poco que conversar con los militares y tampocoDahum y yo podíamos permitimos ciertas «licencias» en nuestro trato, ante sus ojos.Pasamos muchas horas <strong>de</strong>dicados a las tareas cartográficas, y también tratando <strong>de</strong>localizar algunas ruinas bizantinas que yo sabía que existían en aquella <strong>de</strong>solación.Durante las horas <strong>de</strong> más calor -casi inmóviles a la sombra <strong>de</strong> nuestras tiendas- leía: mehabía llevado algunos libros y aproveché para saborear lentamente las Memorias <strong>de</strong>ultratumba <strong>de</strong> Chateaubriand y a mi viejo Montaigne. Recuerdo cómo me impresionó elrelato <strong>de</strong> aquel soldado francés, solo en la inmensidad helada, sobreviviendo en el42

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