palacio <strong>de</strong> Ibelin, el fantástico acueducto <strong>de</strong> Hero<strong>de</strong>s el Gran<strong>de</strong> y los diques que Fakhrel-Din había consolidado ¡con columnas <strong>de</strong> los antiguos templos!Había algo que sí quise ver a toda costa. Había leído sobre ese lugar un día, enOxford, y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces parecía llamarme: el <strong>de</strong>sfila<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> Nahrr el-Kelb, el río <strong>de</strong>lPerro. Impresionante. En el paso sobre el arrecife -ese paso por el que habían cruzadotodos los ejércitos <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Ramsés-, en las rocas <strong>de</strong>l precipicio están escritos, habían sidoinscritas por cada conquistador; los nombres <strong>de</strong> sus victorias. Sentí <strong>de</strong> pronto -quéestupi<strong>de</strong>z; hoy habría meado contra esa roca- la necesidad <strong>de</strong> añadir mi nombre a esalista. Con la punta <strong>de</strong> mi cuchillo, raspé: «<strong>Lawrence</strong> Sin Patria.» ¿Por qué grabé esaspalabras? Entonces todavía creía en muchas cosas y mi corazón rebosaba entusiasmo. Y<strong>de</strong>s<strong>de</strong> luego aún era un «inglés» <strong>de</strong> pies a cabeza, uno <strong>de</strong> esos ingleses fascinados por elsol y el <strong>de</strong>sierto y las ruinas, con la cabeza llena <strong>de</strong> leyendas y <strong>de</strong> historia, <strong>de</strong>seoso <strong>de</strong>emular los ejemplos <strong>de</strong> esos tiempos, pero «inglés», y ahora que lo pienso, «muyinglés». Pero ese día tan lejano algo en mi sangre llevó a mi mano a escribir ese «sinpatria» en que habría <strong>de</strong> convertirme mi <strong>de</strong>stino. Mi victoria.Sin <strong>de</strong>scansar me puse en camino hacia Sidón -don<strong>de</strong> Jonás arribó tras su odiseacon la ballena-, fui a las montañas <strong>de</strong> Galilea, alIaga Huleh, hice la peregrinación <strong>de</strong> loscastillos que quemaban mi imaginación, Baniash, Hermon, Safed, don<strong>de</strong> me arrodilléante la obra <strong>de</strong> mi venerado Fulke <strong>de</strong> Anjou; pero ninguno me impresionó tanto como elKrac <strong>de</strong>s Chevaliers, en Kal'al el Husn, inmenso, <strong>de</strong>safiante, orgulloso, tres días estuvecontemplándolo y a la sombra <strong>de</strong> sus piedras cumplí veintiún años. Después estuve enHaifa y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> allí me encaminé ya hacia el Norte <strong>de</strong> Siria, pasando por Trípoli, quetambién había sido fortaleza cruzada, y tras convencer a los turcos para que meautorizasen el paso, Alepo y Antioquía. En Antioquía enfermé, nunca he sabido <strong>de</strong> qué,y se agotó mi dinero. Entonces, vía Acre, regresé a Inglaterra. El barco hizo una paradaen Nápoles, que aproveché para visitar la ciudad; allí compré esa cabeza <strong>de</strong> Hipnos quesiempre me ha aguardado inútilmente en Inglaterra.En Nápoles me sentí muy a gusto. Una <strong>de</strong> esas ciuda<strong>de</strong>s «acor<strong>de</strong>s» con mi<strong>de</strong>stino, don<strong>de</strong> la vida se palpa <strong>de</strong> forma turbadora. Nápoles, como tiempo <strong>de</strong>spués<strong>de</strong>scubriría en Siracusa, era sabia. Más allá <strong>de</strong> todo. Como si supiera e inoculara en sushijos que la Historia es un discurso sin sentido y que lo único que cabe hacer es po<strong>de</strong>rmirarse uno al espejo y no sentir asco <strong>de</strong> ese rostro. El pasado no existía, acaso porqueel pasado era algo que ya existía antes <strong>de</strong> Eneas y la Sibila cumana. Vi a una genteentregada a la sensualidad, la incontinencia, la música, el arte, el aguzamiento <strong>de</strong> lainteligencia vital en los más impensables modos <strong>de</strong> ganarse la vida, y con una absoluta<strong>de</strong>screencia en gobiernos y leyes.Aquel viaje, aquella peregrinación sobre ruinas fantasmales <strong>de</strong> ciuda<strong>de</strong>s quefueron Roma y que fueron el sueño <strong>de</strong> los cruzados, me sirvió para sacar matrícula <strong>de</strong>honor en Historia con mi tesis sobre La influencia <strong>de</strong> las Cruzadas en la arquitecturamedieval, que escribí en tres días y tres noches febriles. Ese reconocimiento me avalópara conseguir una beca, y <strong>de</strong> nuevo, en Diciembre <strong>de</strong>l año siguiente, me embarquéhacia Oriente. Me sentía feliz, como dice ese verso <strong>de</strong> Mutanabbi, «arreando mis dosmonturas, la miseria y el arte».De camino hacia Oriente, el barco fon<strong>de</strong>ó en Istanbul. Desgraciadamente sólodispuse <strong>de</strong> dos días, y no pu<strong>de</strong> conocer esa ciudad admirable, fantástica, pero laimpresión <strong>de</strong> su belleza no me ha abandonado jamás. Visité la mezquita Azul, radiante,Santa Sofía y la impresionante Suleymaniye; entregué unas horas al gozo <strong>de</strong> unhammam y -porque era algo que siempre había soñado- hice una rapidísima salida a lafortaleza <strong>de</strong> Rumeli Hisari, orgullosa sobre el Bósforo. Cerca está el cementerio, comobañado en plata, <strong>de</strong> los turcos caídos en la toma <strong>de</strong> Constantinopla.39
Llegué a Alepo para Año Nuevo. Me instalé unas semanas en Djebail para«soltarme» en el dialecto sirio <strong>de</strong>l Norte, y allí me recogió Hogarth, que había sidonombrado director <strong>de</strong> las excavaciones <strong>de</strong> Karkemish por el Museo Británico. Fuimos aDeraa para tomar el ferrocarril hacia Damasco. Cuando pisé Deraa, sentí un malestarprofundo, pero no era enfermedad alguna, sino como un rechazo visceral <strong>de</strong> aquellascalles. Siempre he pensado que hay fuerzas misteriosas -más, entre cielo y tierra, <strong>de</strong> lasque sueña la filosofía, como dice Hamlet-, que nos alertan, un sentido animal. Lo heexperimentado varias veces, en la guerra y en la paz. Cuando perdí en aquella malditaestación el original <strong>de</strong> Las siete columnas <strong>de</strong> la sabiduría 37 la noche antes no pu<strong>de</strong>dormir, sacudido por un lacereante insomnio que hasta me hizo temblar. Una tar<strong>de</strong>, enEl Cairo, estaba leyendo en mi habitación <strong>de</strong>l Shepheard's cuando <strong>de</strong> repente me sentíhelado. Días más tar<strong>de</strong> supe que en esa fecha -y yo creo que en ese momento- mihermano Will moria en combate. Y aquel día en Deraa, con Hogarth, algo emanaba <strong>de</strong>llugar que me <strong>de</strong>sasosegaba profundamente. Creo que era un aviso <strong>de</strong> lo que allí habría<strong>de</strong> suce<strong>de</strong>rme 38 . De Damasco partimos hacia Alepo y en unas mulas, muy escoltados,fuimos a Karkemish, que está a cien kilómetros al noroeste, sobre una acrópolisdolminando el río. Allí, en 1878 George Smith había <strong>de</strong>scubierto unas extrañasesculturas que resultaron ser hititas. El paisaje era agradable y teníamos una casa muyacogedora, que <strong>de</strong>coramos con alfombras; había una pequeña biblioteca dipuesta enhornacinas a lo largo <strong>de</strong> los muros, don<strong>de</strong> coloqué mi Homero, mi Virgilio, miMontaigne, mi Shakespeare, unos libros <strong>de</strong>l capitán Burton (aunque <strong>de</strong>testaba su estilo,pero no su locura), Burckhardt y Nieburh, mi Tácito y mi Schopenhauer y algunoslibros sobre las Cruzadas. Creo que fui feliz. Tenía la sensación <strong>de</strong> acariciar mi suerte.Pasábamos los días entregados al trabajo en las excavaciones, bajo la dirección <strong>de</strong>Hogarth. El polvo era irrespirable y el sol, asesino; pero <strong>de</strong> vez en cuando <strong>de</strong>scubríamosuna pieza <strong>de</strong> insondable belleza. Misteriosa. En Karkemish había, capa tras capa, <strong>de</strong>s<strong>de</strong>restos árabes a bizantinos, romanos, griegos, asirios. Acostumbré a mis pies a caminar<strong>de</strong>scalzo. Yo miraba aquellas extensiones y pensaba --no, más, «los veía»- que por allíhabían cruzado los Diez Mil va<strong>de</strong>ando el Éufrates camino <strong>de</strong> Cunaxa. El Invierno eramuy duro, crudo, con cierzo <strong>de</strong>l Tauro o <strong>de</strong>l Elbruz, pero las primaveras eranespléndidas, todo parecía renacer con los más hermos colores en una brisa espesa y casifosforescente. En ocasiones nos visitaban otros locos, como Gerl<strong>de</strong> Bell, la granexploradora solitaria, y lady Anne Isabella Noel Blunt, que era nieta <strong>de</strong> lord Byron,casada a<strong>de</strong>más con el poeta Wilfrid Scawen Blunt, quien murió luego en la guerra, yque también era una exploradora <strong>de</strong> renombre. Había algo en su porte que me poníanervioso, aunque su conversación era agradable, sin duda interesante y ella era personamuy educada y cordial; pero un extraño brillo en su mirada me turbaba. Fue mucho másestimulante el encuentro, aunque duró pocos días, con Louis Massignon; todos losarqueólogos estábamos en <strong>de</strong>uda con él por sus investigaciones sobre emplazamientosislámicos. Massignon parecía perpetuamente sumido en una crisis espiritual profunda,con períodos <strong>de</strong> una consi<strong>de</strong>rable <strong>de</strong>presión, pero al mismo tiempo irradiaba energía ytenía una notable capacidad organizadora. Un día me dijo algo asombroso:-Amigo mío, lo siento por usted. No ve a Dios en esas piedras.De cualquier forma, tampoco sé si los hititas eran el mejor testimonio para ver aDios. No eran Egipto. Sólo son memorables, aparte <strong>de</strong> por la técnica <strong>de</strong> los relieves, enel arte <strong>de</strong> las fortificaciones militares como si el único espíritu que sostuvo su extrñopaso por la tierra fuese la pasión conquistadora y vandálica <strong>de</strong> aquel terrible37 Fue en la estación <strong>de</strong> ferrocarril <strong>de</strong> Reading, a finales <strong>de</strong> 1919. Perdió el original -ocho <strong>de</strong> las once partes- y material fotográfico ydocumentación varía.38 La violación que sufriría en 1917. Véase el Apéndice.40
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