palabra viento se ha convertido en una mancha azul. «Carne» está esfumándose.¡Bah! Sigo con lo que os estaba contando.Wejh nos importaba mucho. Tomarlo era fundamental para la Rebelión. Sólo eseejército que éramos avanzando por aquel <strong>de</strong>sierto, hacía que se nos unieran otras tribus.Feyssal quería que la conquista <strong>de</strong> Wejh tuviera un carácter «nacional», y por ello habíaconvocado a todas las tribus. Qué espectáculo, bárbaro y espléndido. A<strong>de</strong>más, Wejh<strong>de</strong>bería probarle al Estado Mayor <strong>de</strong> El Cairo que éramos una fuerza verda<strong>de</strong>ra con laque había que contar.Tomamos Wejh sin <strong>de</strong>masiadas bajas, hicimos una carnicería con los turcos ysaqueamos la población. Feyssal instaló sus tiendas cerca <strong>de</strong>l mar, junto al banco <strong>de</strong>coral, y a su alre<strong>de</strong>dor levantaron sus campamentos abigarrados todas las tribus. Secelebró la victoria con un torneo <strong>de</strong> recitado <strong>de</strong> poemas beduinos y una comilona <strong>de</strong>carnero con arroz. El éxito <strong>de</strong> Wejh fue tan notorio, que pronto se presentó incluso elfamosísimo Ibn Zaal, <strong>de</strong> los abu tayi, rindiendo pleitesía a Feyssal. El entusiasmo<strong>de</strong>sbordaba hasta nuestros sueños. A<strong>de</strong>más, llegaron noticias <strong>de</strong> que los turcos seretiraban <strong>de</strong> Medina, lo que, aunque militarmente a mí no me pareciera bueno paranuestros planes, porque esas tropas, que en Medina eran inofensivas, en el Norte podíanhacernos daño al fortificar la línea <strong>de</strong> Beersheva, a los árabes sí los llenó <strong>de</strong> entusiasmo.Le dije a Feyssal que yo <strong>de</strong>bería ir a Uadi Ais, don<strong>de</strong> estaba el Emir Abdullah, paratratar <strong>de</strong> que frenara en lo posible la retirada <strong>de</strong> los turcos. Me dijo que era un planconveniente y puso a mis ór<strong>de</strong>nes un grupo <strong>de</strong> ageylish y <strong>de</strong> marroquíes.Fue un viaje terrible. Ya empezó mal, porque la noche anterior a la partida mesentí enfermo. Pensé en una infección -los piojos nos comían-; pero me salieronmanchas blancas en la piel y temí que podía haberme contagiado <strong>de</strong> lepra, muyextendida en El Higaz. Las primeras jornadas fueron difíciles, pues el calor y elmovimiento <strong>de</strong> la cabalgada aumentaban mis dolores y mi angustia. Pero lo peorsucedió a la tercera noche cuando estábamos acampados en Uadi Qitan. Me encontrabayo adormecido por la fiebre, con intensas náuseas, y me sobresaltó un disparo. Almomento entró corriendo en mi tienda uno <strong>de</strong> los ageylish, pidiéndome que melevantase y lo acompañara, que había sucedido algo terrible. Lo seguí y me encontré atodos mis guerreros, separados en dos grupos, y en el centro, el cadáver <strong>de</strong> un ageylish.Indagué y me dijeron que un marroquí llamado Hammed lo había matado por unadiscusión. El problema era muy grave, porque según la ley <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sierto, el ojo por ojo,los ageylish reclamaban la muerte <strong>de</strong>l marroquí. No había posibilidad alguna <strong>de</strong>evitarlo. Pero el problema venía <strong>de</strong> que si un ageylish ejecutaba al marroquí, los <strong>de</strong>máspedirían venganza a su vez. Un enfrentamiento <strong>de</strong> las tribus, en aquel momento, podíahacer peligrar nuestra misión. Les pregunté a los ageylish, si la muerte <strong>de</strong>l marroquísería suficiente para aplacar su represalia. Dijeron que sí. Entonces dije a los marroquíesque si su compañero era ajusticiado sin que ningún ageylish tomara parte en elloquedaba cumplida su venganza. Me dijeron que estaban conformes. Entonces cidí quesería yo quien ejecutase al <strong>de</strong>sdichado.Fue terrible. Yo ardía <strong>de</strong> fiebre. El rifle temblaba en mi mano. Por mi cabezapasaban imágenes confusas. Me quemaban los ojos y la piel. Traté <strong>de</strong> pensar en otracosa, olvidar lo que iba a hacer, disparar sobre aquel infeliz sin mirarlo.Lo levanté y le dije que anduviese <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> mí, hacia una hondonáda que estabacasi cubierta <strong>de</strong> matorrales. Lo hizo mientras temblaba y llorando me suplicaba que nolo matase. Esos gritos eran peor que todo. Pero me enervaron hasta el punto <strong>de</strong>infundirme más <strong>de</strong>cisión. Había que acabar con ello. Me puse junto a él, acerqué el riflea su pecho, don<strong>de</strong> supuse que estaba su corazón. De pronto comprendí que no podía,35
como había pensado, apartar la mirada. De pronto sentí una extraña embriaguez, unmórbido sentimiento en el que había mezcla <strong>de</strong> satisfacción. Lo miré a los ojos. Elmarroquí me miró como un animal que va a ser sacrificado, estupefacto, acobardado, sinsaber qué. Creo que me sonreía. Y disparé. El marroquí salió <strong>de</strong>spedido hacia trás ycayó al suelo entre temblores espantosos. Un chorro <strong>de</strong> sangre me salpicó. Intentóalzarse y avanzó su cabeza hacia mí, como pidiendo aún perdón. Volví a disparar. Dioun grito horrible, un aullido lastimoso. Disparé <strong>de</strong> nuevo. Ahora lo miraba agitarse amis pies. Con los ojos abiertos. Pero no moría. Acerqué entonces el rifle a su cabeza ydisparé tres veces. Vi saltar el cráneo <strong>de</strong>spedazado y un ojo. El cuerpo quedó en extrañaposición. Sentí un escalofrío <strong>de</strong> placer.También ahora estoy a punto <strong>de</strong> <strong>de</strong>smayarme <strong>de</strong> calor y <strong>de</strong> peste. Lo <strong>de</strong>jo aquí.36
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