Vicker y a un experto en explosivos, Garand, que había inventado una mina especialpara volar trenes: con ellos vinieron el teniente Álvarez, como ayudante médico, y elcapitán Newcomen, antiguo conocido mío <strong>de</strong> cuando la expedición <strong>de</strong> «espionaje»alSinaí.Siguiendo instrucciones <strong>de</strong> Feyssal, reuní un pequeño grupo <strong>de</strong> guerreros para unamisión <strong>de</strong> exploración <strong>de</strong>l paso <strong>de</strong> Dhifran. Debíamos averiguar si los turcos locustodiaban. Fue mi primera participación en un hecho <strong>de</strong> guerra. No fue <strong>de</strong>masiadoviolento. Nos arrastramos en la obscuridad por entre las rocas, hasta <strong>de</strong>scubrir lospuestos más avanzados <strong>de</strong> centinela. Eran unos muchachos. Fumaban junto a unafogata. Por un instante vi sus rostros a la luz <strong>de</strong>l fuego. Dos minutos <strong>de</strong>spués yacían<strong>de</strong>gollados, sin un ruido siquiera. Comprobamos que las fuerzas que <strong>de</strong>fendían el pasoeran insignificantes, y regresamos al campamento.Había visto la muerte. Ya la había visto antes, pero nunca había sentido el calor <strong>de</strong>la sangre manando. Descubrí algo terrible: no sentía nada. En el furor <strong>de</strong> la guerra, algoconvertía en ajena esa violencia, casi irreal. Desnudada <strong>de</strong> cualquier excusa, no porodio, ni por amor, ni por lucro, ni por locura, sino simplemente por casualidad, porqueese cuello estaba allí, y no otro, la muerte era un hecho liso, neutro. Aquellos jóvenesturcos que veía a mis pies, con sus cuellos sajados, manando sangre como animales enun mata<strong>de</strong>ro, eran muertos tan lejanos y que me afectaban tan poco como las víctimasque pudiera conocer por la prensa <strong>de</strong> un terremoto en el Pacífico o un incendio enBoston. Eran una dificultad en nuestro camino, y los apartamos como se aparta unapiedra o una araña. Es una sensación que he tenido muchas veces. En ese filo sobre elque se arrastran nuestros sentidos en la exaltación, en la enajenación <strong>de</strong> la batalla, todala costra <strong>de</strong> la civilización salta en pedazos. La cultura existe en las <strong>de</strong>cisionesestratégicas y tácticas, en las ór<strong>de</strong>nes, pero el combatiente <strong>de</strong>ja en suspenso por untiempo todo cuanto no sea esa voz bestial que llama <strong>de</strong>s<strong>de</strong> sus entrañas, y adquiere unestado más allá <strong>de</strong> lo racional -hasta recobra la agu<strong>de</strong>za sensorial <strong>de</strong> los animales, suolfato, su oído, la viveza <strong>de</strong> sus presentimientos-, casi <strong>de</strong> gracia. Y a veces suce<strong>de</strong>algo... iba a escribir: peor. Pero ¿por qué peor? Esa experiencia nos pone ante algo queno po<strong>de</strong>mos compren<strong>de</strong>r, pero que nos revela «todo»; pu<strong>de</strong> vivirlo en carne viva enTafas. Cuando la batalla se convirtió ya en una orgía <strong>de</strong> <strong>de</strong>strucción. No sé cuántosturcos maté aquel día. A tiros, a cuchillo, a bayonetazos. Mis ropas, mis manos, mi caraestaban empapados <strong>de</strong> sangre, mis pies pisaban un fango <strong>de</strong> tierra y sangre, cubría mislabios, saboreaba ese gusto metálico; su olor me penetraba. Pero no me repugnaba. Mevivificaba, me espoleaba, me gustaba. Mataba con pasión, con placer, sensualmente.Siguieron días <strong>de</strong> mucha actividad. Continuaban acudiendo al campamentobeduinos <strong>de</strong> todos los territorios, aunque muchos no se quedaban; pero faltabancamellos y armas para todos. También hubo problemas <strong>de</strong> tesorería y la soldada nopodía garantizarse, lo que hizo que <strong>de</strong>sertaran casi todos los haarb. Pero a pesar <strong>de</strong> ello,el ejército crecía. Por la noche empezaba a ser impresionante el relumbrar <strong>de</strong> cientos <strong>de</strong>hogueras a cuya luz las enormes plantaciones <strong>de</strong> palmeras datileras se recortabanmajestuosas contra la bóveda nocturna.¿Hubiera podido imaginar yo entonces, en aquellas noches espléndidas, llenas <strong>de</strong>ilusiones y <strong>de</strong> alegría, que ese que yo era terminaría siendo este que hoy se pudre en esteinmundo camarote, este que no daría un penique por la existencia <strong>de</strong>l mundo? ¿Dón<strong>de</strong>está el ansia <strong>de</strong> mi corazón? ¿Dón<strong>de</strong> está el enar<strong>de</strong>cimiento que me arrastraba y quehizo que los hombres me siguieran hechizados? Esa pasión que me embriagaba...Fueron días <strong>de</strong> gran intensidad. Mientras disponíamos los planes -para Feyssal ypara mí todos los planes estaban en función <strong>de</strong> lo que se había convertido en nuestrameta: Damasco- y la muy problemática instrucción <strong>de</strong> los guerreros, Feyssal <strong>de</strong>splegaba33
su arte más sutil en atraerse a todos los jefes <strong>de</strong> las tribus, no solamente los <strong>de</strong> las zonascercanas, sino los norteños, hoveitah, sherarat <strong>de</strong> Tebuck, y los jujeina, los emisarios <strong>de</strong>Auda abu Tayi, los wuld Alí, los billi, los ateibash, los beniatilla, los ageylish, losharitz. Recuerdo la noche fabulosa en que Feyssal reunió a todos los jefes y <strong>de</strong>legados yles hizo jurar sobre el Corán que le obe<strong>de</strong>cerían hasta la muerte, sin tener piedad <strong>de</strong> losturcos, y que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> ese instante empezaba entre todos ellos, <strong>de</strong> la tribu que fuesen, lapaz, el aplazamiento <strong>de</strong> sus querellas, hasta conseguir la victoria y Damasco. Fue algoemocionante, bajo la Luna que iluminaba el campamento, todos aquellos guerreros,viejos y jóvenes, humillando su voluntad ante Feyssal, inclinando ante esa fuerzamisteriosa que parecía envolverle, lo que nadie ni nada hubiera logrado hasta entoncesdoblegar. De los salvajes nómadas <strong>de</strong>l este, los fejr, a Nuri Shalaan o Ibn Seud, quejunto a Feyssal eran las máximas autorida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> aquellas extensiones <strong>de</strong> arena. Todoscomo un puño, <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l que ya era Mi Señor.Después <strong>de</strong> esa ceremonia inolvidable, Feyssal me llamó a su tienda y estuvimoshasta la madrugada comiendo dátiles y bebiendo té, hasta que la humedad <strong>de</strong>l alba nosobligó a retirarnos. Contemplándolo mientras me hablaba <strong>de</strong> sus sueños, tuve lasensación <strong>de</strong> que me hallaba ante alguien como aquel legendario Saif al-Dawla <strong>de</strong>Alepo que yo tanto admiraba. Feyssal era tan bello y arrogante y sensual como lamemoria <strong>de</strong> aquel príncipe, y como él en el tapiz <strong>de</strong> Antioquía, no precisaba másdia<strong>de</strong>ma que su turbante.Al <strong>de</strong>spuntar el alba, Feyssal se retiró para disponer la marcha queempren<strong>de</strong>ríamos esa misma mañana. Wejh sería nuestra primera etapa. Escuché la voz<strong>de</strong>l imán llamando a la plegaria <strong>de</strong>s<strong>de</strong> un altozano. El sol blanqueó el <strong>de</strong>sierto.Nunca he podido olvidar esa mañana. Bajo el sol abrasador, diez mil guerreros ymás <strong>de</strong> cinco mil camellos estaban situados en dos filas flanqueando un pasillo <strong>de</strong> arenapor el que Feyssal avanzaba majestuoso, con un jaiqe <strong>de</strong> seda blanco y un zebun confranjas <strong>de</strong> oro. A su lado Mirzuk, un ateibash contador <strong>de</strong> cuentos, <strong>de</strong>clamaba historias<strong>de</strong> batallas. Inmediatamente <strong>de</strong>trás íbamos el Jerife Sharraf, primo <strong>de</strong> Feyssal yKaimmakan <strong>de</strong>l Imaret y Taif, y yo. Detrás <strong>de</strong> nosotros, Alí el aban<strong>de</strong>rado con la enseña<strong>de</strong> seda roja que todos esperábamos llenar <strong>de</strong> gloria y proezas. Seguían las mujeres, ensus shuqdufs <strong>de</strong> brillantes coloridos sobre los camellos. Los tambores resonaban. Seescuchaban, atronadores, cantos <strong>de</strong> guerra. Cantos que tenían cientos <strong>de</strong> años, acasomiles, y que ahora revivían como un huracán en aquellas gargantas fieras. Detrás, comosi el paso <strong>de</strong> Feyssal succionara las filas, iban agrupándose todos. «¡Que Alá nosacompañe!», repetía Feyssal. El polvo espesaba el aire. Viendo aquel ejército que seencaminaba a una lucha <strong>de</strong> hombres, recordé a mi querido Mutanabbi: «Beduinos <strong>de</strong>pura sangre, que cuando relinchan los caballos casi saltan <strong>de</strong> la silla, impetuosos, llenos<strong>de</strong> brío y placer.» El sol me cegaba. El Jerife Sharraf me dijo que me untase lospárpados con un brebaje <strong>de</strong> kohl. Yo me sentía <strong>de</strong>slumbrante. Feyssal me habíaregalado un jaiqe <strong>de</strong> seda blanco, como el suyo, bordado en oro, y con él me habíavestido para la ocasión.Es una imagen que puedo esgrimir contra la muerte, que me permite reírme <strong>de</strong> ellay <strong>de</strong> la mierda <strong>de</strong> nuestro tiempo. Me suceda lo que me suceda, yo he vivido esa hora <strong>de</strong>gloria. He sentido ese viento que pocos pue<strong>de</strong>n sentir. Qué importa ya mi vida, ahora,<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> eso. He tocado la carne <strong>de</strong>l Destino.Qué dicha sentir <strong>de</strong> nuevo, aunque haya sido un instante, ese latigazo. Que lacarne muerta <strong>de</strong> mi alma, aunque haya sido sólo un segundo, se haya estremecido. Peroun segundo <strong>de</strong>spués ya es nada. Esa imagen vigorosa, al tocarme, se hiela. No encuentraya nada en mí que la alimente. Sí, ahí toqué el vértigo <strong>de</strong>l <strong>de</strong>stino. ¿Y qué? Y ahora lasgotas <strong>de</strong> sudor que caen sobre este papel emborronan lo que estoy escribiendo. La34
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