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Lawrence de Arabia - JOSE MARIA ALVAREZ - José María Álvarez

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Vicker y a un experto en explosivos, Garand, que había inventado una mina especialpara volar trenes: con ellos vinieron el teniente Álvarez, como ayudante médico, y elcapitán Newcomen, antiguo conocido mío <strong>de</strong> cuando la expedición <strong>de</strong> «espionaje»alSinaí.Siguiendo instrucciones <strong>de</strong> Feyssal, reuní un pequeño grupo <strong>de</strong> guerreros para unamisión <strong>de</strong> exploración <strong>de</strong>l paso <strong>de</strong> Dhifran. Debíamos averiguar si los turcos locustodiaban. Fue mi primera participación en un hecho <strong>de</strong> guerra. No fue <strong>de</strong>masiadoviolento. Nos arrastramos en la obscuridad por entre las rocas, hasta <strong>de</strong>scubrir lospuestos más avanzados <strong>de</strong> centinela. Eran unos muchachos. Fumaban junto a unafogata. Por un instante vi sus rostros a la luz <strong>de</strong>l fuego. Dos minutos <strong>de</strong>spués yacían<strong>de</strong>gollados, sin un ruido siquiera. Comprobamos que las fuerzas que <strong>de</strong>fendían el pasoeran insignificantes, y regresamos al campamento.Había visto la muerte. Ya la había visto antes, pero nunca había sentido el calor <strong>de</strong>la sangre manando. Descubrí algo terrible: no sentía nada. En el furor <strong>de</strong> la guerra, algoconvertía en ajena esa violencia, casi irreal. Desnudada <strong>de</strong> cualquier excusa, no porodio, ni por amor, ni por lucro, ni por locura, sino simplemente por casualidad, porqueese cuello estaba allí, y no otro, la muerte era un hecho liso, neutro. Aquellos jóvenesturcos que veía a mis pies, con sus cuellos sajados, manando sangre como animales enun mata<strong>de</strong>ro, eran muertos tan lejanos y que me afectaban tan poco como las víctimasque pudiera conocer por la prensa <strong>de</strong> un terremoto en el Pacífico o un incendio enBoston. Eran una dificultad en nuestro camino, y los apartamos como se aparta unapiedra o una araña. Es una sensación que he tenido muchas veces. En ese filo sobre elque se arrastran nuestros sentidos en la exaltación, en la enajenación <strong>de</strong> la batalla, todala costra <strong>de</strong> la civilización salta en pedazos. La cultura existe en las <strong>de</strong>cisionesestratégicas y tácticas, en las ór<strong>de</strong>nes, pero el combatiente <strong>de</strong>ja en suspenso por untiempo todo cuanto no sea esa voz bestial que llama <strong>de</strong>s<strong>de</strong> sus entrañas, y adquiere unestado más allá <strong>de</strong> lo racional -hasta recobra la agu<strong>de</strong>za sensorial <strong>de</strong> los animales, suolfato, su oído, la viveza <strong>de</strong> sus presentimientos-, casi <strong>de</strong> gracia. Y a veces suce<strong>de</strong>algo... iba a escribir: peor. Pero ¿por qué peor? Esa experiencia nos pone ante algo queno po<strong>de</strong>mos compren<strong>de</strong>r, pero que nos revela «todo»; pu<strong>de</strong> vivirlo en carne viva enTafas. Cuando la batalla se convirtió ya en una orgía <strong>de</strong> <strong>de</strong>strucción. No sé cuántosturcos maté aquel día. A tiros, a cuchillo, a bayonetazos. Mis ropas, mis manos, mi caraestaban empapados <strong>de</strong> sangre, mis pies pisaban un fango <strong>de</strong> tierra y sangre, cubría mislabios, saboreaba ese gusto metálico; su olor me penetraba. Pero no me repugnaba. Mevivificaba, me espoleaba, me gustaba. Mataba con pasión, con placer, sensualmente.Siguieron días <strong>de</strong> mucha actividad. Continuaban acudiendo al campamentobeduinos <strong>de</strong> todos los territorios, aunque muchos no se quedaban; pero faltabancamellos y armas para todos. También hubo problemas <strong>de</strong> tesorería y la soldada nopodía garantizarse, lo que hizo que <strong>de</strong>sertaran casi todos los haarb. Pero a pesar <strong>de</strong> ello,el ejército crecía. Por la noche empezaba a ser impresionante el relumbrar <strong>de</strong> cientos <strong>de</strong>hogueras a cuya luz las enormes plantaciones <strong>de</strong> palmeras datileras se recortabanmajestuosas contra la bóveda nocturna.¿Hubiera podido imaginar yo entonces, en aquellas noches espléndidas, llenas <strong>de</strong>ilusiones y <strong>de</strong> alegría, que ese que yo era terminaría siendo este que hoy se pudre en esteinmundo camarote, este que no daría un penique por la existencia <strong>de</strong>l mundo? ¿Dón<strong>de</strong>está el ansia <strong>de</strong> mi corazón? ¿Dón<strong>de</strong> está el enar<strong>de</strong>cimiento que me arrastraba y quehizo que los hombres me siguieran hechizados? Esa pasión que me embriagaba...Fueron días <strong>de</strong> gran intensidad. Mientras disponíamos los planes -para Feyssal ypara mí todos los planes estaban en función <strong>de</strong> lo que se había convertido en nuestrameta: Damasco- y la muy problemática instrucción <strong>de</strong> los guerreros, Feyssal <strong>de</strong>splegaba33

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