ombar<strong>de</strong>os <strong>de</strong> la aviación. Y había muy pocos Cuerpos <strong>de</strong> camellos. Eran unosespléndidos guerreros salvajes, pero una compañía turca bien dispuesta podía<strong>de</strong>rrotarlos sin <strong>de</strong>masiados problemas. Pero tenían una potencia extraordinaria <strong>de</strong>movilidad, y ese hacer las cosas a su manera, que tan problemática hacía suincorporación a un ejército regular, los dotaba especialmente para lo que yo pensaba queiba a ser, y que <strong>de</strong>bía ser, la guerra en aquellos territorios. A<strong>de</strong>más, misteriosamente,más allá <strong>de</strong> su división, <strong>de</strong> sus odios tribales, <strong>de</strong> la sangre vertida, <strong>de</strong> la venganza y <strong>de</strong>lafán <strong>de</strong> botín, «sentí» la posibilidad <strong>de</strong> unirlos en esa lucha, porque había dos elementoscomunes, y que para ellos eran mucho más <strong>de</strong> lo que significan en nuestro mundo: elCorán, la Religión y la Poesía: la memoria popular <strong>de</strong>l esplendor <strong>de</strong>l califato era unnúcleo <strong>de</strong> aglutinación vivísimo.Yo contemplaba ese ejército y lo veía ya cabalgando victorioso tras su señor y lasban<strong>de</strong>ras <strong>de</strong> seda roja. Para eso había que sacarlo <strong>de</strong> allí, enfervorizarlo, darle armas. Loque yo estaba viendo, en la realidad era una fuerza en estado bruto, con un fusilanticuado por familia; <strong>de</strong>bían turnarse para usarlo, y aguardaban, agazapados comofieras. Pero era un hermoso espectáculo. Iban y .venían por aquel campamento,<strong>de</strong>scansaban tendidos como escorpiones junto a las rocas bajo un sol aniquilador. Tanjóvenes casi todos, muchos <strong>de</strong> ellos aún chiquillos, <strong>de</strong>lgados, morenos, viriles. Hijos <strong>de</strong>muchas tribus, unidos por un sueño <strong>de</strong> gloria y pillaje que aplazaba sus diferencias bajoel nombre <strong>de</strong> Feyssal. Atacarían como serpientes. Me acuerdo que poco antes <strong>de</strong> la toma<strong>de</strong> Wejh, el anciano Auda ibn Zuweid me dijo:-Míralos, inglés. No es un ejército. Es un mundo que avanza.Hablé mucho con Feyssal durante aquellos días. Lo acompañé a veces en sustareas. Mientras bebíamos té -a él le gustaba ir alternando el té amargo y el dulceconversábamos;y no solamente sobre los temas que podían requerir un análisis urgente,sino sobre literatura, arte, poesía. Sobre todo <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> cenar, Feyssal se complacíaescuchando el recitado <strong>de</strong> antiguas leyendas -algunas eran cuentos que yo había leído enLas mil y una noches- y poemas beduinos, fascinantes. Amaba los versos <strong>de</strong> Imr el Kaisy <strong>de</strong> Ibn el Alí y se hacía repetir una y otra vez por su recitador a Ibn Isham y sobre todoal divino Mutanabbi. Cómo brillaban sus ojos cuando escuchaba: «Oh, me conocen lanoche y el <strong>de</strong>sierto y mi caballo y la lanza y la batalla...» Y ese brillo <strong>de</strong> sus ojos pasabasobre mí como la mano <strong>de</strong> un amante, erizándome el vello, como un escalofrío <strong>de</strong>felicidad, exuberante, mágico. También conocía muy bien a nuestros clásicos, habíaleído a escritores <strong>de</strong> Grecia y <strong>de</strong> Roma, y los había entendido con una muy penetrantesabiduría. Un día que estábamos reflexionando sobre la Farsalia, me dijo:-Pero lo más importante es lo que «adivina» César.Feyssal me hacía pensar en aquellos asombrosos guerreros <strong>de</strong> Grecia y <strong>de</strong> Roma,o en lo que <strong>de</strong>bió <strong>de</strong> ser ese español fabuloso que conquistó México, Hernán Cortés.Aquella reunión <strong>de</strong> jefes, la primera noche que pasé en Uadi Safra, ¿no era el resplandor<strong>de</strong> bronce <strong>de</strong> la llíada, la sangre y la furia aquea ante las murallas <strong>de</strong> Troya? En elataque a Medina, como si una hormiga <strong>de</strong>safiara a un elefante -y aunque acasoposteriores avenencias hubieran podido restablecer la paz-, ¿no había mucho <strong>de</strong>lbarrenar las naves <strong>de</strong> Cortés? En las palabras como diamantes <strong>de</strong> Feyssal arengando alas tribus yo había escuchado ejemplos que había leído en César, en las historias <strong>de</strong>Alejandro, en el Corán y en Montaigne. Feyssal tenía el po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> arrastrar los sueños <strong>de</strong>los árabes, <strong>de</strong> dar forma a ese sueño. Yo sería su ban<strong>de</strong>ra. Una ban<strong>de</strong>ra que él pudieraenarbolar.El <strong>de</strong>stino <strong>de</strong> un noble jefe arrastra los sueños <strong>de</strong> sus hombres. Como Alejandro oCortés, Feyssal los encarnaba. Se fundía con sus guerreros y ellos con su <strong>de</strong>cisión. Yoveía en él esa cualidad que al comienzo <strong>de</strong>l Libro <strong>de</strong> los Macabeos se le reconoce a31
Alejandro: Y la tierra temblaba ante él. Feyssal era la cristalización <strong>de</strong> las energíasárabes. Su espada se templaría en ese huracán formidable que iba uniendo a las tribus yque yo ya veía exten<strong>de</strong>rse sobre el <strong>de</strong>sierto como una plaga <strong>de</strong> langostas.Acordé con Feyssal que se establecería una base en Yanbu para almacenar armasy pertrechos y que yo comunicaría al Estado Mayor en El Cairo sus inquietu<strong>de</strong>s ynecesida<strong>de</strong>s. Con una guardia <strong>de</strong> catorce Jerifes <strong>de</strong> los jujeina, fui a Yanbu, don<strong>de</strong> meembarqué para Jiddah. En Yanbu pasé unos días <strong>de</strong> obligado -no había barcodisponible- <strong>de</strong>scanso, que aproveché para releer La muerte <strong>de</strong> Arturo <strong>de</strong> Mallory. Ah,cuánto he amado siempre ese libro, y cómo sonaban sus palabras, que leía en voz alta, lamagia <strong>de</strong> esa gesta suspendida en una irrealidad misteriosa, allí, en Yanbu, don<strong>de</strong> todaslas formas se <strong>de</strong>sdibujaban por el calor. Yanbu era una ciudad extraña, como sostenidaen brumas <strong>de</strong> vapor color madreperla que se perdían hacia Rudwa. No era una ciudad <strong>de</strong>belleza memorable. Daba una sensación <strong>de</strong> pétrea, como un caparazón <strong>de</strong> tortuga,blanca, sobre una llanura calcinada. Pero el aire aromado <strong>de</strong> aquel mar color <strong>de</strong> amatistay como un cerco <strong>de</strong> cielo anaranjado por efecto <strong>de</strong>l sol abrasador sobre ese caparazón <strong>de</strong>blancura le daba un aspecto fantasmagórico que acordaba muy bien con Mallory y conmis pensamientos. Cuando la noche caía -esa caída violentísima <strong>de</strong> las sombras- lasestrellas llenaban los cielos <strong>de</strong> un fulgor insondable. Ese minuto <strong>de</strong> muerte <strong>de</strong>l díaformaba en un aire don<strong>de</strong> ya las formas <strong>de</strong>l paisaje iban fijándose, como un arco iris <strong>de</strong>inusitada belleza.De Yanbu fui a Jiddah, don<strong>de</strong> embarqué en el Eutyalus, el buque insignia <strong>de</strong>lalmirante sir Rosslyn Wemyss, jefe <strong>de</strong> la flota <strong>de</strong>l Mar Rojo, partidario también <strong>de</strong> larebelión árabe. Después fui a Karthum para entrevistarme con sir Reginald Wingate,quien pronto sería Alto Comisario en Egipto, y que se inclinaba por la rebelión y lanecesidad <strong>de</strong> prestarle ayuda. Wingate me dijo que tanto él como Wemyss sostendríanmis peticiones en El Cairo, sobre todo la necesidad <strong>de</strong> enviar artillería a Feyssal.Cuando por fin, a mediados <strong>de</strong> Noviembre, llegué a El Cairo, no tardé en serrecibido por el general Murray. Murray se mostró reacio a la contribución británica yplanteó muchos problemas. Yo traté <strong>de</strong> convencerlo «militarmente», mediantemalabarismos mentales intenté que entendiera las ventajas <strong>de</strong> que los árabes, conrápidas incursiones, esos «ghazus» mezcla <strong>de</strong> i<strong>de</strong>ales y rapiña que tanto les gustaban,atacaran <strong>de</strong> flanco a los turcos, lo que aliviaría a los soldados ingleses «clavados» en elSinaí. Me dijo Murray que existía un plan francés, encomendado a coronel Brémond,para un <strong>de</strong>sembarco aliado en Jiddah. Eso me alarmó. Significaría un aumento <strong>de</strong> lainfluencia francesa. Hablé con el general Clayton y le expuse la situación. Claytonpareció compren<strong>de</strong>rlo mucho mejor, y se mostró favorable a mis planes. Le comuniquéque sería conveniente -pues lo único que yo quería era volver con Feyssal- mantener unenlace permanente con las tropas árabes. Así logré que me <strong>de</strong>stinara como consejeromilitar cerca <strong>de</strong>l Emir 31 .A principios <strong>de</strong> Enero <strong>de</strong> 1917, acompañado por el Jerife Abd el Kerim elBeidawi, un guerrero brutal con aspecto <strong>de</strong> abisinio, fui a buscar a Feyssal que estaba enNajl Mubarak, cerca <strong>de</strong> Yanbu. Me dijo que los turcos habían conquistado Uadi Safra yque había tenido que replegarse allí. Aziz al-Mashi estaba intentando conformar unatropa regular con los beduinos. Pero me di cuenta <strong>de</strong> que se producían muchas<strong>de</strong>serciones y <strong>de</strong> que en aquel momento, entre las tropas allí acampadas y lo que pudieraquedar en Yanbu, no alcanzaban los tres mil hombres. Era absolutamente precisovigorizar aquellos esfuerzos, apoyar con armamento el ansia <strong>de</strong> los insurrectos. Pedí aEl Cairo que me enviaran ametralladoras y algunos expertos en artillería. Destinaron a31 Veáse el apéndice.32
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Guy era una imagen amorosa que me e
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En el mar Rojo, frente a Wejh, 19 d
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BIBLIOGRAFÍASobre la rebelión ár