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Lawrence de Arabia - JOSE MARIA ALVAREZ - José María Álvarez

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vigilaba sus campamentos <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sierto e impartía ley entre los suyos, que podía lucharcomo el mejor guerrero, que discutía con los más inteligentes argumentos sobreliteratura persa, griega o francesa. Amaba apasionadamente la poesía y se hacíaacompañar siempre por recitadores <strong>de</strong> viejas leyendas y contadores <strong>de</strong> cuentos.Po<strong>de</strong>r conocer a un hombre así, hacia el que a<strong>de</strong>más misteriosamente algo meatraía, me mantuvo exaltado los días que faltaban para mi expedición. Alí meproporcionó por acompañante y guía a un tal Tafas, hombre <strong>de</strong> aspecto abominable,pero <strong>de</strong> enorme coraje, y a otro beduino como escolta. Cabalgamos en camellas durantetres días. Fue la primera vez que vestí jaiqe y zebun y cubrí mi cabeza con la quffiya.Atravesamos un <strong>de</strong>sierto ardiente y por las noches, bellísimo; <strong>de</strong>bíamos dirigirnosprimero al pozo <strong>de</strong> Masturah, don<strong>de</strong> mensajeros ya habían concertado un encuentro conel Jerife Alí ibn el Hussein, <strong>de</strong> Modhig, y su primo, el Jerife Mohsin, señores <strong>de</strong>l Haritz.Ah, qué tipos. Ésos sí eran verda<strong>de</strong>ras criaturas <strong>de</strong> la guerra. Jóvenes, hermosos, altivos,<strong>de</strong>cididos. Cómo encarnaban esas figuras legendarias que yo había visto en mis sueñosdurante tanto tiempo. Sus palabras hacían la ley y sus armas estaban al servicio <strong>de</strong> esaley <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sierto don<strong>de</strong> no había lugar para componenda alguna, sino para el or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> laverdad.Pasamos por algunos poblados semiabandonados y llegamos a Wasta, clavada a latierra entre torrenteras secas y un mar <strong>de</strong> guijarros blancos. Las moscas parecíanentenebrecer el aire. Wasta vivía como si nada sucediera en el mundo fuera <strong>de</strong> aquelsecanal insufrible. Vi esclavos negros que trabajaban junto a los pozos, en los cultivos<strong>de</strong> melones y tabaco. Hasta que llegamos, poco <strong>de</strong>spués, a Kharma, no pu<strong>de</strong> <strong>de</strong>scansar;las moscas parecían seguirnos como una plaga <strong>de</strong> langosta. En Kharma había unmagnífico bosque <strong>de</strong> palmeras y fresca hierba. Descansamos un día antes <strong>de</strong> ponernos<strong>de</strong> nuevo en camino hacia Jebel Subh. En algunos momentos avanzamos por la mismaruta <strong>de</strong> las caravanas <strong>de</strong> Medina. Dejamos a un lado Birk el Sheik –unas chozas comoperdidas en el tiempo- y atravesando el <strong>de</strong>sfila<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> Uadi Mared alcanzamos elcaserío terroso <strong>de</strong> Bir ibn Hassani. Allí me dijeron que Feyssal acababa <strong>de</strong> ser <strong>de</strong>rrotadoen Kheif, y que se había retirado con su ejército <strong>de</strong>strozado, más allá, a las colinas <strong>de</strong>Hamra. Cuando llegamos a Hamra –un pueblo <strong>de</strong> unas cien casas, enterrado entrehuertos y baluartes <strong>de</strong> tierra como una muralla- un beduino estaba aguardándonos; nosdijo que Feyssal nos esperaba en Uadi Safra y que <strong>de</strong>bíamos ir inmediatamente.Uadi Safra era una sucesión escalonada <strong>de</strong> casuchas que como un velo <strong>de</strong> blancura<strong>de</strong>scansara sobre una colina. Subimos hasta una casa algo más gran<strong>de</strong>, que estaba en lacima, y en la puerta vi a un esclavo etíope armado hasta los dientes, que nos miró conexpresión salvaje. Tafas se le acercó, le susurró algo, y el esclavo nos hizo señal <strong>de</strong>acompañarle al interior. y allí estaba Feyssal.Parecía una columna <strong>de</strong> alabastro. Aún estoy viéndolo. Vestido <strong>de</strong> seda blanca ycon un velo marrón sujeto con un aqal rojo y negro. No reparé en otras figuras que loacompañaban. Había algo en Feyssal que irradiaba po<strong>de</strong>r y fascinación. De piel clara,un circasiano puro, cabello obscuro, ojos negros, muy negros, y vivaces. Me recordó aRicardo I en el monumento <strong>de</strong> Fontevrault. Digno, distante, su <strong>de</strong>lga<strong>de</strong>z y el brillo <strong>de</strong> sumirada concentraban el mundo en él. Su mano acariciaba una gumía que llevabacruzada en el cinto. Sí, era «el jefe», él era el Jefe. Tuve como un relámpago lasensación absoluta <strong>de</strong> su po<strong>de</strong>r. Como el amor, con la misma violencia física. Hasta sunombre indicaba su <strong>de</strong>stino: «Resplandor <strong>de</strong> la espada en el instante en que corta elaire.»Creo que nos entendimos <strong>de</strong>s<strong>de</strong> ese primer momento. Sus primeras palabrasfueron para preguntarme si me placía Uadi Safra. Yo le dije que estaba muy lejos <strong>de</strong>Damasco.28

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