Bombay 10 <strong>de</strong> EneroEsta tar<strong>de</strong> hace mucho más calor. Algunos periodistas han intentado subir albarco, pero la guardia se lo ha impedido con violencia. Esta mañana vino a verme elcónsul y por sus palabras me ha parecido enten<strong>de</strong>r que estaba convencido <strong>de</strong> mi«culpabilidad», <strong>de</strong> que había actuado como espía en la frontera. ¡Cuánto imbécil!Bien... Continúo.Des<strong>de</strong> Jiddah zarpamos en una patrullera para ir a Rabigh, don<strong>de</strong> <strong>de</strong>bíamosentrevistarnos con Alí y el coronel Parker. Alí me pareció aún menos dotado que suhermano Abdullah; era timorato y pa<strong>de</strong>cía tuberculosis. De escasa estatura, flaco,excesivamente envejecido para su edad, su piel era muy pálida y sus ojos, inmensos,profundos, <strong>de</strong> enfermo, con un rictus amarguísimo en su boca. Me fijé en sus manos,<strong>de</strong>licadísimas. Le gustaba leer y era hombre cultivado. Amaba apasionadamente laópera -como yo (ah, aquel día, yo tenía trece años, cuando escuché el Adiós a la vida <strong>de</strong>Tosca por Caruso)-, y escuchaba una y otra vez en su gramófono a Nellie Melba en unasarias <strong>de</strong> La bohême, a la Tetrazzini en Addio <strong>de</strong>l passato y Regnava nel silenzio, y elVisi d'arte <strong>de</strong> Geraldine Farrar. Pasé con él horas agradables -él me hizo conocer elCaro nome <strong>de</strong> Selma Kurz- pero sin relación con la guerra. Pensé que tampoco era lafigura <strong>de</strong>l «jefe» que yo imaginaba para acaudillar aquella rebelión. Su otro hermano,Zaid, un jovencito altanero, me convenció menos todavía.Las conversaciones que sostuvimos en Rabigh no dieron fruto alguno. Incluso enalgunos momentos fueron muy tensas, pues los árabes se encastillaban en una excesiva -excesiva, no para mí, sino para Inglaterra- petición <strong>de</strong> armamento mo<strong>de</strong>rno y <strong>de</strong>artillería pesada, y amenazaban, muy poco diplomáticamente, con frenar el alzamiento yhasta con acordar una paz por separado con Turquía. Fueron tres días <strong>de</strong> imposiblesnegociaciones, bajo un calor terrible, que sólo durante las noches permitía el <strong>de</strong>scanso.Yo me consolaba con una antología <strong>de</strong> poesía isabelina que llevaba en mi mochila y,una vez más, con La tempestad, 30 ese brillante en la noche. Pero pu<strong>de</strong> lograr que LaMeca me concediese un salvoconducto -Parker pensó que yo era la persona a<strong>de</strong>cuadaparair a Jebel Subh a entrevistarme con Feyssal.La posibilidad <strong>de</strong> estar con el Emir Feyssal en su campamento llenó mi corazón<strong>de</strong> alegría; había oído hablar <strong>de</strong> él y todo lo que se <strong>de</strong>cía lo señalaba como hombreextraordinario. Había recibido una educación eminente -<strong>de</strong> los tres hermanos, conAbdullah y Alí, pues Zeid era hijo <strong>de</strong> otra mujer, una esclava, y estaba <strong>de</strong>scartado parala sucesión, Feyssal era el preferido <strong>de</strong>l Jerife-, que abarcaba las armas y las letras, eldominio <strong>de</strong> lenguas, y notables conocimientos no sólo sobre su mundo sino sobre lacultura Occi<strong>de</strong>ntal. Los años pasados en Constantinopla habían refinado su espíritu -siempre veneró la ilustración turca, lo que por cierto, según fui <strong>de</strong>scubriendo, es algomuy común a todos los árabes cultivados, sobre todo en Mesopotamia-, dotándolo almismo tiempo <strong>de</strong> una sutilísima sabiduría política. Pero eso se había <strong>de</strong>sarrollado en unalma absolutamente árabe. Y con la misma soltura, contaban, y pronto yo lo <strong>de</strong>scubriría,30 De William Shakespeare27
vigilaba sus campamentos <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sierto e impartía ley entre los suyos, que podía lucharcomo el mejor guerrero, que discutía con los más inteligentes argumentos sobreliteratura persa, griega o francesa. Amaba apasionadamente la poesía y se hacíaacompañar siempre por recitadores <strong>de</strong> viejas leyendas y contadores <strong>de</strong> cuentos.Po<strong>de</strong>r conocer a un hombre así, hacia el que a<strong>de</strong>más misteriosamente algo meatraía, me mantuvo exaltado los días que faltaban para mi expedición. Alí meproporcionó por acompañante y guía a un tal Tafas, hombre <strong>de</strong> aspecto abominable,pero <strong>de</strong> enorme coraje, y a otro beduino como escolta. Cabalgamos en camellas durantetres días. Fue la primera vez que vestí jaiqe y zebun y cubrí mi cabeza con la quffiya.Atravesamos un <strong>de</strong>sierto ardiente y por las noches, bellísimo; <strong>de</strong>bíamos dirigirnosprimero al pozo <strong>de</strong> Masturah, don<strong>de</strong> mensajeros ya habían concertado un encuentro conel Jerife Alí ibn el Hussein, <strong>de</strong> Modhig, y su primo, el Jerife Mohsin, señores <strong>de</strong>l Haritz.Ah, qué tipos. Ésos sí eran verda<strong>de</strong>ras criaturas <strong>de</strong> la guerra. Jóvenes, hermosos, altivos,<strong>de</strong>cididos. Cómo encarnaban esas figuras legendarias que yo había visto en mis sueñosdurante tanto tiempo. Sus palabras hacían la ley y sus armas estaban al servicio <strong>de</strong> esaley <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sierto don<strong>de</strong> no había lugar para componenda alguna, sino para el or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> laverdad.Pasamos por algunos poblados semiabandonados y llegamos a Wasta, clavada a latierra entre torrenteras secas y un mar <strong>de</strong> guijarros blancos. Las moscas parecíanentenebrecer el aire. Wasta vivía como si nada sucediera en el mundo fuera <strong>de</strong> aquelsecanal insufrible. Vi esclavos negros que trabajaban junto a los pozos, en los cultivos<strong>de</strong> melones y tabaco. Hasta que llegamos, poco <strong>de</strong>spués, a Kharma, no pu<strong>de</strong> <strong>de</strong>scansar;las moscas parecían seguirnos como una plaga <strong>de</strong> langosta. En Kharma había unmagnífico bosque <strong>de</strong> palmeras y fresca hierba. Descansamos un día antes <strong>de</strong> ponernos<strong>de</strong> nuevo en camino hacia Jebel Subh. En algunos momentos avanzamos por la mismaruta <strong>de</strong> las caravanas <strong>de</strong> Medina. Dejamos a un lado Birk el Sheik –unas chozas comoperdidas en el tiempo- y atravesando el <strong>de</strong>sfila<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> Uadi Mared alcanzamos elcaserío terroso <strong>de</strong> Bir ibn Hassani. Allí me dijeron que Feyssal acababa <strong>de</strong> ser <strong>de</strong>rrotadoen Kheif, y que se había retirado con su ejército <strong>de</strong>strozado, más allá, a las colinas <strong>de</strong>Hamra. Cuando llegamos a Hamra –un pueblo <strong>de</strong> unas cien casas, enterrado entrehuertos y baluartes <strong>de</strong> tierra como una muralla- un beduino estaba aguardándonos; nosdijo que Feyssal nos esperaba en Uadi Safra y que <strong>de</strong>bíamos ir inmediatamente.Uadi Safra era una sucesión escalonada <strong>de</strong> casuchas que como un velo <strong>de</strong> blancura<strong>de</strong>scansara sobre una colina. Subimos hasta una casa algo más gran<strong>de</strong>, que estaba en lacima, y en la puerta vi a un esclavo etíope armado hasta los dientes, que nos miró conexpresión salvaje. Tafas se le acercó, le susurró algo, y el esclavo nos hizo señal <strong>de</strong>acompañarle al interior. y allí estaba Feyssal.Parecía una columna <strong>de</strong> alabastro. Aún estoy viéndolo. Vestido <strong>de</strong> seda blanca ycon un velo marrón sujeto con un aqal rojo y negro. No reparé en otras figuras que loacompañaban. Había algo en Feyssal que irradiaba po<strong>de</strong>r y fascinación. De piel clara,un circasiano puro, cabello obscuro, ojos negros, muy negros, y vivaces. Me recordó aRicardo I en el monumento <strong>de</strong> Fontevrault. Digno, distante, su <strong>de</strong>lga<strong>de</strong>z y el brillo <strong>de</strong> sumirada concentraban el mundo en él. Su mano acariciaba una gumía que llevabacruzada en el cinto. Sí, era «el jefe», él era el Jefe. Tuve como un relámpago lasensación absoluta <strong>de</strong> su po<strong>de</strong>r. Como el amor, con la misma violencia física. Hasta sunombre indicaba su <strong>de</strong>stino: «Resplandor <strong>de</strong> la espada en el instante en que corta elaire.»Creo que nos entendimos <strong>de</strong>s<strong>de</strong> ese primer momento. Sus primeras palabrasfueron para preguntarme si me placía Uadi Safra. Yo le dije que estaba muy lejos <strong>de</strong>Damasco.28
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