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Lawrence de Arabia - JOSE MARIA ALVAREZ - José María Álvarez

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corazón ardían en ese sueño magnífico. E iba hacia una tierra don<strong>de</strong> era posible, don<strong>de</strong>esas llamas podían pren<strong>de</strong>r, don<strong>de</strong> podría ver un incendio que el mundo contemplaríaatónito. Y a la luz <strong>de</strong> ese fuego siempre se vería mi rostro.A veces pienso que fue una lástima que una bala o una lanza no me clavarancontra ese resplandor en el momento <strong>de</strong> Aqaba. Qué perfecto habría sido todo. Y mehabría ahorrado este miserable <strong>de</strong>spojo en que me he convertido.Arribamos a Jiddah el 16 <strong>de</strong> Octubre. Jiddah parecía fosforescer bajo un solcegador, un cielo que era como si el sol se hubiera <strong>de</strong>sparramado abrasando una sedaazul obscuro. Ante aquella visión recordé un verso <strong>de</strong> una mu'allaqa <strong>de</strong> 'Amr b. Kul!ümal-Taglibí que dice: “No perecerán nuestras gestas”. Jiddah parecía esa ensoñadoraconstrucción en el aire que Burton veía como característica <strong>de</strong> Oriente. Desembarcamosy nos instalamos en una casa junto a ese extraño monumento que llaman la tumba <strong>de</strong>Eva. La arena cubría las calles y hasta el interior <strong>de</strong> las viviendas. El calor erasofocante. Me sorprendió que las casas fueran <strong>de</strong> hasta cinco pisos, y la belleza <strong>de</strong> suspuertas, talladas en ma<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> teca. Era una ciudad blanca, muy blanca. Y silenciosa.Sus calles se veían recorridas por gente más silenciosa que en el resto <strong>de</strong> los pueblosárabes que yo conocía, hombres <strong>de</strong> blancas túnicas y cráneo afeitado. Sus pies iban<strong>de</strong>snudos sobre el polvo. El calor era húmedo, el aire <strong>de</strong>nso, fétido, como si el sudorcubriese el mundo. El único lugar agradable era el bazar, cubierto por una celosía quepermitía una sombra.Storrs había concertado, a través <strong>de</strong>l coronel Wilson, un encuentro con el EmirAbdullah. Fue una entrevista difícil. El Emir nos solicitó armamento mo<strong>de</strong>rno y nostrató con un gran alar<strong>de</strong> <strong>de</strong> hospitalidad. Pero vi en él más cualida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> político que <strong>de</strong>«Jefe». Me interesó más otro hombre que acompañaba a Abdullah: Aziz Alí al-Masri,un egipcio que había mandado el ejército turco, <strong>de</strong>spués había participado enmovimientos revolucionarios contra el Sultán, y con<strong>de</strong>nado a muerte por éste habíaseacogido al Emir <strong>de</strong> La Meca, don<strong>de</strong>, gracias a influencia <strong>de</strong> lord Kitchener, había sidonombrado jefe <strong>de</strong>l ejército jerifiano. Claro está que tal ejército no existía, pero era «jefe<strong>de</strong> la esperanza» <strong>de</strong> un ejercito <strong>de</strong> El Higaz. Comparándolo con este soldado alegre ybrutal, corpulento, valeroso, lleno <strong>de</strong> vigor y <strong>de</strong>seos <strong>de</strong> luchar, la figura <strong>de</strong>l EmirAbdullah, con aire <strong>de</strong>licado, un poco gordo, siempre sonriendo, corta estatura, conbarbita color castaño que confería a su rostro un aspecto <strong>de</strong>licado, no parecía el jefenecesario en aquellos momentos <strong>de</strong> <strong>de</strong>rrota. Pero Abdullah, sin embargo, era sagaz.Pensé que sería mejor político que guerrero, y lo que ahora precisaba eran guerreros.Para ese intento consi<strong>de</strong>ré mucho la aportación <strong>de</strong> los árabes <strong>de</strong> Siria y <strong>de</strong> los beduinos.Pronto entendí que el apoyo <strong>de</strong>cisivo <strong>de</strong>bería venir <strong>de</strong> estos últimos. Había un hombreen Jiddah, en quien confiaban sin fisuras lo mismo el Jerife que Feyssal, y que habíasido oficial <strong>de</strong>l Estado Mayor en Bagdad: Nuri Said; estuvo presente también ennuestras conversaciones con Abdullah y aunque hablaba poco, “noté” que era unacabeza <strong>de</strong> i<strong>de</strong>as muy claras. Fue Nuri Said el que me abrió los ojos sobre lasposibilida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la Rebelión. Yo había llegado a Jiddah con la ilusión <strong>de</strong> unirme a unalucha -¡la guerra, qué magnífica oportunidad!- don<strong>de</strong> pudiera sentirme vivir, y sabía losuficiente <strong>de</strong> árabes como para tener la seguridad <strong>de</strong> que entre ellos esa exaltación severía cumplida. Pero fue Nuri Said quien hizo nacer en mi alma el sueño <strong>de</strong> que esabatalla podía ser más que la sublevación <strong>de</strong> El Higaz.-No es aquí -me dijo cuando pudimos hablar los dos solos- don<strong>de</strong> pue<strong>de</strong> jugarse elfuturo. Piensa en el Norte, inglés. En las riquezas <strong>de</strong> Siria. Ése es el corazón <strong>de</strong> nuestrocuerpo.Bueno... Ya está bien por hoy. Ya es <strong>de</strong> noche y mi hora <strong>de</strong> salir a cubierta, arefrescar la mierda. ¡Vamos, rata!26

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