quiere sacar <strong>de</strong> sí mismo esa mierda que ha elaborado con mis jugos. Sé que podréimpedirlo durante unos minutos, pero al fin vencerá. Me obligará a sentarme en esaletrina inmunda y apestosa que comparto con los marineros 29 y me obligará a un gozosensual cuando esa porquería salga <strong>de</strong> mí. Lo mismo me ha humillado conenfermeda<strong>de</strong>s en momentos que precisaban <strong>de</strong> toda mi atención o ha viciado instantesmaravillosos -pienso en una noche en Kqrkemish con Dahum, en la entrada enDamasco, en una cena con Feyssal- con un terrible dolor <strong>de</strong> muelas, rugir <strong>de</strong> tripas o ladisentería.Vuelve. Insiste. Ahora la sensación <strong>de</strong> estrujamiento se hace más intensa. Es casicomo una <strong>de</strong>scarga nerviosa, <strong>de</strong> adrenalina. Aprieto el culo e intento frenar el avance <strong>de</strong>la mierda. Batalla perdida, como tantas <strong>de</strong> mi vida.Ahora vuelvo.Sigo.El <strong>de</strong>stino me llevó <strong>de</strong> su mano cuando Ronald Storrs, que era secretario paraAsuntos Orientales <strong>de</strong> la Resi<strong>de</strong>ncia Británica, y a<strong>de</strong>más mi superior, fue enviado aJiddah para que «olfatease» lo que estaba sucediendo allí en realidad, y Storrs <strong>de</strong>cidióque yo lo acompañara. (Aparte <strong>de</strong> esto: qué bien tocaba el piano; adoraba a Debussy. Laelegancia <strong>de</strong> Storrs me fascinaba, era un verda<strong>de</strong>ro dandy. Y había leído más que yo,que ya es <strong>de</strong>cir. Otro adorador <strong>de</strong> Montaigne.) Era Octubre <strong>de</strong> 1916. Mi bautismo en larebelión <strong>de</strong> El Higaz.Qué entusiasmo sentí la mañana que salimos al encuentro <strong>de</strong> esa cita con «lonuevo». Como fiebre en la piel, como esa expectación <strong>de</strong> niño ante el fruto <strong>de</strong> miprimera masturbación: ¿cómo será ese placer? El <strong>de</strong>sierto <strong>de</strong> arenas movedizas, lasenormes dunas que resplan<strong>de</strong>cían bajo un sol implacable. Todo parecía muerto. Niplantas ni animales. Solo, como una bestia quieta, aguardando agazapada, la línea <strong>de</strong>lDjebel Moqattam que se extendía en dirección a Suez. En esa luz me esperaba la«sublime meta <strong>de</strong> la reputación» que pi<strong>de</strong> Píndaro.En Suez subimos a un vapor -el Lama- que nos condujo a Jiddah. Durante latravesía, Storrs me puso algo al corriente <strong>de</strong> las intenciones <strong>de</strong> McMahon, el exquisitotacto que <strong>de</strong>bía presidir cualquier negociación; <strong>de</strong>bíamos ver, escuchar, pero procurarno prometer nada en concreto. La travesía fue <strong>de</strong>sagradable, el viento hacía balancearseaquella pequeña embarcación entre los escollos que parecían surgir por todas partes.Contemplando aquel mar, sobre todo durante la noche, cuando el brillo <strong>de</strong> loscielos se reflejaba en su superficie dándole una veladura <strong>de</strong> viejo marco <strong>de</strong> plata sucia,soñaba imágenes <strong>de</strong> mi futuro. Me veía a la cabeza <strong>de</strong> ejércitos <strong>de</strong> leyenda. Soñaba conlas noches <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sierto y con escuchar en ellas, <strong>de</strong> boca <strong>de</strong> aquellos beduinos que yatenía tan cerca, esos largos poemas que cantaban sus hazañas y que tanto me habíanimpresionado en los libros. Ahora yo iba a formar parte <strong>de</strong> esas leyendas. Me veía sobreuna camella, vestido con un jaiqe <strong>de</strong> seda blanco, ceñir el aqal sobre mi quffiyapreparándome para una carga como las que habían <strong>de</strong>vorado mis anhelos juveniles. Merepetía a mí mismo: Alejandro, Gustavo Adolfo, Murat, Jeb Stuart, <strong>Lawrence</strong>.Sí. <strong>Lawrence</strong>. ¿Por qué no? Me había preparado para eso durante años. Lamusculatura <strong>de</strong> mi voluntad era perfecta. ¿Dón<strong>de</strong> estará ahora? Pero entonces podíaprevalecer sobre el miedo, sobre el dolor, sobre la muerte. Mis pensamientos y mi29 Quizá esto sea una premeditada exageración <strong>de</strong> <strong>Lawrence</strong>. El Rajputana era un barco <strong>de</strong> pasajeros <strong>de</strong> cierta categoría, y cabepensar que el camarote <strong>de</strong> <strong>Lawrence</strong> disfrutaba <strong>de</strong> cuarto <strong>de</strong> baño.25
corazón ardían en ese sueño magnífico. E iba hacia una tierra don<strong>de</strong> era posible, don<strong>de</strong>esas llamas podían pren<strong>de</strong>r, don<strong>de</strong> podría ver un incendio que el mundo contemplaríaatónito. Y a la luz <strong>de</strong> ese fuego siempre se vería mi rostro.A veces pienso que fue una lástima que una bala o una lanza no me clavarancontra ese resplandor en el momento <strong>de</strong> Aqaba. Qué perfecto habría sido todo. Y mehabría ahorrado este miserable <strong>de</strong>spojo en que me he convertido.Arribamos a Jiddah el 16 <strong>de</strong> Octubre. Jiddah parecía fosforescer bajo un solcegador, un cielo que era como si el sol se hubiera <strong>de</strong>sparramado abrasando una sedaazul obscuro. Ante aquella visión recordé un verso <strong>de</strong> una mu'allaqa <strong>de</strong> 'Amr b. Kul!ümal-Taglibí que dice: “No perecerán nuestras gestas”. Jiddah parecía esa ensoñadoraconstrucción en el aire que Burton veía como característica <strong>de</strong> Oriente. Desembarcamosy nos instalamos en una casa junto a ese extraño monumento que llaman la tumba <strong>de</strong>Eva. La arena cubría las calles y hasta el interior <strong>de</strong> las viviendas. El calor erasofocante. Me sorprendió que las casas fueran <strong>de</strong> hasta cinco pisos, y la belleza <strong>de</strong> suspuertas, talladas en ma<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> teca. Era una ciudad blanca, muy blanca. Y silenciosa.Sus calles se veían recorridas por gente más silenciosa que en el resto <strong>de</strong> los pueblosárabes que yo conocía, hombres <strong>de</strong> blancas túnicas y cráneo afeitado. Sus pies iban<strong>de</strong>snudos sobre el polvo. El calor era húmedo, el aire <strong>de</strong>nso, fétido, como si el sudorcubriese el mundo. El único lugar agradable era el bazar, cubierto por una celosía quepermitía una sombra.Storrs había concertado, a través <strong>de</strong>l coronel Wilson, un encuentro con el EmirAbdullah. Fue una entrevista difícil. El Emir nos solicitó armamento mo<strong>de</strong>rno y nostrató con un gran alar<strong>de</strong> <strong>de</strong> hospitalidad. Pero vi en él más cualida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> político que <strong>de</strong>«Jefe». Me interesó más otro hombre que acompañaba a Abdullah: Aziz Alí al-Masri,un egipcio que había mandado el ejército turco, <strong>de</strong>spués había participado enmovimientos revolucionarios contra el Sultán, y con<strong>de</strong>nado a muerte por éste habíaseacogido al Emir <strong>de</strong> La Meca, don<strong>de</strong>, gracias a influencia <strong>de</strong> lord Kitchener, había sidonombrado jefe <strong>de</strong>l ejército jerifiano. Claro está que tal ejército no existía, pero era «jefe<strong>de</strong> la esperanza» <strong>de</strong> un ejercito <strong>de</strong> El Higaz. Comparándolo con este soldado alegre ybrutal, corpulento, valeroso, lleno <strong>de</strong> vigor y <strong>de</strong>seos <strong>de</strong> luchar, la figura <strong>de</strong>l EmirAbdullah, con aire <strong>de</strong>licado, un poco gordo, siempre sonriendo, corta estatura, conbarbita color castaño que confería a su rostro un aspecto <strong>de</strong>licado, no parecía el jefenecesario en aquellos momentos <strong>de</strong> <strong>de</strong>rrota. Pero Abdullah, sin embargo, era sagaz.Pensé que sería mejor político que guerrero, y lo que ahora precisaba eran guerreros.Para ese intento consi<strong>de</strong>ré mucho la aportación <strong>de</strong> los árabes <strong>de</strong> Siria y <strong>de</strong> los beduinos.Pronto entendí que el apoyo <strong>de</strong>cisivo <strong>de</strong>bería venir <strong>de</strong> estos últimos. Había un hombreen Jiddah, en quien confiaban sin fisuras lo mismo el Jerife que Feyssal, y que habíasido oficial <strong>de</strong>l Estado Mayor en Bagdad: Nuri Said; estuvo presente también ennuestras conversaciones con Abdullah y aunque hablaba poco, “noté” que era unacabeza <strong>de</strong> i<strong>de</strong>as muy claras. Fue Nuri Said el que me abrió los ojos sobre lasposibilida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la Rebelión. Yo había llegado a Jiddah con la ilusión <strong>de</strong> unirme a unalucha -¡la guerra, qué magnífica oportunidad!- don<strong>de</strong> pudiera sentirme vivir, y sabía losuficiente <strong>de</strong> árabes como para tener la seguridad <strong>de</strong> que entre ellos esa exaltación severía cumplida. Pero fue Nuri Said quien hizo nacer en mi alma el sueño <strong>de</strong> que esabatalla podía ser más que la sublevación <strong>de</strong> El Higaz.-No es aquí -me dijo cuando pudimos hablar los dos solos- don<strong>de</strong> pue<strong>de</strong> jugarse elfuturo. Piensa en el Norte, inglés. En las riquezas <strong>de</strong> Siria. Ése es el corazón <strong>de</strong> nuestrocuerpo.Bueno... Ya está bien por hoy. Ya es <strong>de</strong> noche y mi hora <strong>de</strong> salir a cubierta, arefrescar la mierda. ¡Vamos, rata!26
- Page 2 and 3: LAWRENCE DE ARABIALA CORONA DE AREN
- Page 4 and 5: En recuerdo de mi madre, María del
- Page 6: O THOU, ARABIAN BIRD!-WILLIAN SHAKE
- Page 9 and 10: noche casi podía tocar las estrell
- Page 11 and 12: enormes pórticos cavernosos sobre
- Page 13 and 14: miraba extasiado ese rostro, suave
- Page 15 and 16: tumba de Hanza, en las afueras de M
- Page 17 and 18: comprender que es un instrumento m
- Page 19 and 20: Bombay 9 de EneroBueno sigo con Egi
- Page 21 and 22: esplandeciente como lomos de sardin
- Page 23 and 24: Las quebradas de olivares hacia Anf
- Page 25: ese ataque hacia el ala izquierda d
- Page 29 and 30: vigilaba sus campamentos del desier
- Page 31 and 32: Mando de El Cairo por su retraso y
- Page 33 and 34: Alejandro: Y la tierra temblaba ant
- Page 35 and 36: su arte más sutil en atraerse a to
- Page 37 and 38: como había pensado, apartar la mir
- Page 39 and 40: sus ojos. Los gritos del marroquí
- Page 41 and 42: Llegué a Alepo para Año Nuevo. Me
- Page 43 and 44: continuidad. En uno de los viajes a
- Page 45 and 46: que quisiera y me ofreció al Jerif
- Page 47 and 48: artista en untar con manteca a los
- Page 49 and 50: Establecimos un campamento para alg
- Page 51 and 52: derramarme en esa carne.Abracé a A
- Page 53 and 54: 12 de Enero. Mar Arabigo.Lo que cad
- Page 55 and 56: ultratumba la formación de muertos
- Page 57 and 58: facilitasen dinero y municiones, au
- Page 59 and 60: ¿Y era ésta la esposa de Héctor,
- Page 61 and 62: Le ordené a Alí ibn Hussein que a
- Page 63 and 64: -Sí. Es un espectáculo hermosísi
- Page 65 and 66: presencia del gobernador, Hajim Bey
- Page 67 and 68: sentirse Dios. En aquel mundo de so
- Page 69 and 70: Auda y yo. Thomas, henchido de demo
- Page 71 and 72: He intentado dormir. Pero no puedo.
- Page 73 and 74: moverse una cabra o un perro. Algun
- Page 75 and 76: Y subí al Rolls y nos pusimos en m
- Page 77 and 78:
No logré poner orden. Recuerdo mi
- Page 79 and 80:
También me acompañaron mucho la A
- Page 81 and 82:
Qué imbécil.Pero esos casi cinco
- Page 83 and 84:
en un desastre. Tuve que huir, me e
- Page 85 and 86:
Antología de Spoon River, de un no
- Page 87 and 88:
Guy era una imagen amorosa que me e
- Page 89 and 90:
está detrás de las Secciones de A
- Page 91 and 92:
emocionado y que la altura literari
- Page 93 and 94:
En el mar Rojo, frente a Wejh, 19 d
- Page 95 and 96:
NOTA FINAL DE LOS EDITORESEl corone
- Page 97 and 98:
Pero sé que de todos los reyes, s
- Page 99 and 100:
explican estas memorias quien dio l
- Page 101 and 102:
Página 64Más interesante que lo q
- Page 103 and 104:
BIBLIOGRAFÍASobre la rebelión ár