volví a la playa. El sol batía sobre las piedras. El mar era <strong>de</strong> un azul claro entreverado<strong>de</strong> cintas verdosas. No quise cerrar los ojos, ni adormecerme. Permanecí vigilante,exaltado, como un poseído. Contemplaba la superficie <strong>de</strong> las aguas. La esperaba. No lavi venir. De pronto emergió junto a una roca. Bella como ningún otro día. Salió <strong>de</strong>l mary vino <strong>de</strong>spacio hasta don<strong>de</strong> yo estaba. Sentí su respiración. Su calor. El agua quechorreaba por su cuerpo hizo un charco a sus pies.Contemplé su cuerpo. Era un milagro. Sus pechos más <strong>de</strong> mujer que <strong>de</strong> los quinceaños que podía tener aquella criatura, el vello <strong>de</strong> sus axilas, los muslos robustos entrelos que resplan<strong>de</strong>cía su pubis cubierto <strong>de</strong> pelo abundante y negro y resplan<strong>de</strong>ciente. Susojos ver<strong>de</strong>s me abrasaban. Su boca sonreía y una vez más esos dientecillos brillaban alsol. Era una fuerza animal, salvaje, avasalladora y letal.Iba más allá <strong>de</strong> la razón. Era algo metafísico, en sí mismo, que se regocijaba en suexistencia milagrosa y que ofrecía, que me ofrecía, bajo aquel sol <strong>de</strong> Dioses, el orgullo<strong>de</strong> su existencia. Algo más allá <strong>de</strong>l origen y que es el eje <strong>de</strong>l Universo. Sí, algo salvajeanidaba en esa carne. Como si palpitase en la fuerza ciega que hizo el mundo, aquellaprimera luz hendiendo las tinieblas. Un trallazo <strong>de</strong> dicha que no venía ni <strong>de</strong> laimaginación ni <strong>de</strong> la carne. Yo la miraba como narcotizado. Tendí mis manos hacia ella.Sólo toqué aire encendido.Pero como si la fuerza <strong>de</strong> mi gesto hubiera sido una mano que la rozase, sonrió.Se relamió. El cielo parecía incan<strong>de</strong>scente. Y fue como si el aire fuese tela, y en ella subelleza <strong>de</strong>jara su exudación <strong>de</strong> oro.Me di cuenta <strong>de</strong> que dos lágrimas resbalaban por mis mejillas. Me arrodillé anteella, hundí mi rostro en su vientre, estreché su cuerpo, y como a un Dios, la adoré. Nopronunciamos ni una palabra. Por un instante noté su mano que acariciaba mi cabeza.Luego se apartó y <strong>de</strong>sapareció en las aguas.Ya no volvió.El viaje <strong>de</strong> regreso a El Cairo lo pasé sin salir <strong>de</strong>l camarote, anonadado. En losratos que podía concentrarme en algo que no fuera el recuerdo <strong>de</strong> aquella aparición, mesumí en la lectura <strong>de</strong> un libro que me había regalado Hogarth unos años antes, enOxford, <strong>de</strong> Yamamoto Tsunetomo -un libro que he releído muchas veces-: Hagakure.Qué mío era ese código <strong>de</strong>l honor samurai. Ahora trato <strong>de</strong> infundírselo a los piojos.Mi primera acción importante en la guerra se <strong>de</strong>bió a la <strong>de</strong>rrota <strong>de</strong>l generalTownsend. Townsend había batido a los turcos en Kut el Amarna, pero confiado en esavictoria se a<strong>de</strong>ntró <strong>de</strong>masiado, y en Ctesifón fue frenado por tropas <strong>de</strong> Anatolia y tuvoque retirarse <strong>de</strong> nuevo a Kut, don<strong>de</strong> lo sitiaron Kallil Bajá y el viejo mariscal Van <strong>de</strong>rGoltz. Durante todo el Invierno <strong>de</strong> 1915-1916, diez mil soldados anglo-indiosresistieron el sitio, sin que el Cuerpo Expedicionario <strong>de</strong> Mesopotamia pudiera liberarlos.El Alto Estado Mayor pensó en mí, que conocía muy bien la zona y hablaba la lengua.Me enviaron junto al capitán Hebert para que negociase con los turcos que cercabanKut. Tuve conversaciones con Kallil, llegué a ofrecerle dos millones <strong>de</strong> libras, pero sóloaceptó intercambiar nuestros heridos por prisioneros. No logramos nada y el 29 <strong>de</strong> AbrilTownsend tuvo que rendirse. Al regresar a El Cairo presenté un informe a sir ArchibaldMurray, que acababa <strong>de</strong> hacerse cargo <strong>de</strong>l mando <strong>de</strong>l Ejército <strong>de</strong> Egipto; en él critiquéla organización <strong>de</strong> nuestras tropas y propuse tácticas para luchar en aquella zona y,sobre todo fórmulas que agilizasen el movimiento <strong>de</strong> nuestros soldados. Había que crearuna especie <strong>de</strong> unidad <strong>de</strong> combate -y me alegró mucho que Lid<strong>de</strong>l Hart como hecomprobado <strong>de</strong>spués, hubiese llegado a las mismas conclusiones en Los diezmandamientos...- don<strong>de</strong> a la movilidad <strong>de</strong> la infantería se uniera todo tipo <strong>de</strong>armamento posible; me interesaba a<strong>de</strong>más una i<strong>de</strong>a que había aprendido <strong>de</strong>l mariscal <strong>de</strong>Sajania: <strong>de</strong>sgastar, mejor que aniquilar, y otra <strong>de</strong>l gran Alejandro: la batalla <strong>de</strong> Arbelas,23
ese ataque hacia el ala izquierda <strong>de</strong>l inmenso ejército <strong>de</strong> Daría, y la rapi<strong>de</strong>z <strong>de</strong>l cambio<strong>de</strong> dirección cuando hubo <strong>de</strong>sconcertado el centro. En Arbelas, Alejandro no contabacon más <strong>de</strong> siete mil jinetes y cuarenta mil hombres a pie frente a los cerca <strong>de</strong>setecientos mil <strong>de</strong> Darío -un millón, si hacemos caso <strong>de</strong> Arriano- más carros <strong>de</strong> guerra yelefantes. Pero Alejandro venció por la movilidad <strong>de</strong> sus tropas.Supongo que a sir Archibald mis i<strong>de</strong>as le entraban por un oído y le salían por elotro. Ni él ni mucho menos el jefe <strong>de</strong> la Plana Mayor, el general Lyn<strong>de</strong>n Bell, eranpartidarios <strong>de</strong> innovaciones ni creían en las posibilida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> unas tropas tan irregularescomo los árabes. Pero era como si el azar -si existe- fuera procurándome ocasiones <strong>de</strong>participar, que me acercaban al meollo <strong>de</strong> la guerra; como si una fuerza misteriosaguiara mis pasos.Aparte <strong>de</strong> mis experiencias personales en Siria, yo había leído mucho sobre todosaquellos territorios. Des<strong>de</strong> los libros <strong>de</strong>l abate Hamilton a Didier, los textos <strong>de</strong>Werthomanus, viajero italiano <strong>de</strong> principios <strong>de</strong>l siglo XVI, y a Joseph Pitts, que en 1678ya estuvo por La Meca, Medina, El Cairo, etc.; lo mismo que el apasionante relato <strong>de</strong>Alí Bey y el texto salvaje <strong>de</strong> Giovanni Finati y los Viajes <strong>de</strong> Buckhardt por <strong>Arabia</strong>.Había realizado operaciones, digamos, <strong>de</strong> espionaje 28 , que aunque no constituyeran unapreparación notable al menos habían sido una forma <strong>de</strong> gimnasia profesional. Y Claytonconocía muy bien esas activida<strong>de</strong>s mías «<strong>de</strong> inteligencia», seguramente porque se lohabía comunicado el capitán Newcombe, a cuyas ór<strong>de</strong>nes yo había explorado, cuandoestaba en Karkemish, el <strong>de</strong>sierto <strong>de</strong>l Sinaí para trazar mapas <strong>de</strong> sus posibles caminos yreservas <strong>de</strong> agua. Quizá por eso, Clayton, cuando formó <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> su servicio elDepartamento Especial Árabe, hizo que me <strong>de</strong>stinaran allí, junto a Hogarth. Ésa fue lacausa y la palanca <strong>de</strong> mi salto hacia la Rebelión, una casualidad tejida por un <strong>de</strong>stino«acariciado». El Departamento lo formábamos Ronald Storrs, George Lloyd, el abogadoMark Sykes, Hogarth, que conocía mejor que nadie el alma beduina y que por ello era elque llevaba más directamente las riendas <strong>de</strong> las negociaciones con Hussein, Cornwallis,Parker, Newcombe, Herber y Graves, y teníamos el apoyo <strong>de</strong> sir Henry McMahon, AltoComisario en Egipto.Y en ese <strong>de</strong>partamento estaba yo cuando el Jerife Hussein proclamó la Rebelión.En el sitio preciso y en el momento justo.La insurrección no empezó <strong>de</strong>masiado bien, aunque Hussein fuera obe<strong>de</strong>cido porlas tribus; los turcos y su artillería eran muy po<strong>de</strong>rosos adversarios. Feyssal tuvo queretirarse y la ayuda inglesa se le facilitaba con cuentagotas. Pero algo me <strong>de</strong>cía que larebelión árabe iba a ser imparable. Yanbu se convirtió en el cuartel general <strong>de</strong> Feyssal ysu ejército <strong>de</strong> unos siete mil guerreros, y en Yanbu <strong>de</strong>cidió el coronel Wilson establecersu «embajada». Los primeros comunicados <strong>de</strong>cían que el relámpago <strong>de</strong> la rebelión seapagaba <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sastre <strong>de</strong> Medina y que tampoco prosperaba mucho en el Nejef yen Kerbela. Los árabes estaban <strong>de</strong>smoralizados. A nuestra oficina llegaban cada díanoticias <strong>de</strong>salentadoras, sobre todo <strong>de</strong>salentadoras para mí, que sí creía en lasposibilida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> ese alzamiento.Ah... Tengo ganas <strong>de</strong> cagar. Ahora que estaba empezando a enhebrar las cuentas<strong>de</strong> aquello, y el vientre me avisa <strong>de</strong> que sus intereses son autónomos y poco tienen quever con los míos. Ah, el cuerpo... Es «eso» que amas o aborreces según sea o <strong>de</strong>pen<strong>de</strong><strong>de</strong>l momento, pero ahí, inmodificable en sus comportamientos, en su propia vida, que,aunque sea también la mía, la <strong>de</strong> lo otro que no es cuerpo impone siempre su voluntad.Es lo único que no po<strong>de</strong>mos elegir, su forma y su sino. Sólo po<strong>de</strong>mos elegir algo en loque nuestra <strong>de</strong>cisión lo incluye: el suicidio. Pero qué poco le importa en todo lo <strong>de</strong>másnuestro <strong>de</strong>seo y nuestras ilusiones. Ahora mismo intento dominar la violencia con que28Véase el Apéndice.24
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