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Lawrence de Arabia - JOSE MARIA ALVAREZ - José María Álvarez

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<strong>de</strong> un muerto, una mirada «más allá <strong>de</strong> la aurora y <strong>de</strong>l Gajes»: los ojos <strong>de</strong> Alejandro.Yo había leído concienzudamente los cinco espléndidos volúmenes <strong>de</strong> la Historia<strong>de</strong> Egipto <strong>de</strong> James Breasted y los estudios <strong>de</strong> las tumbas <strong>de</strong> Tebas <strong>de</strong> la EgyptExploration Society. Pero un segundo <strong>de</strong> contemplación <strong>de</strong> las pirámi<strong>de</strong>s, bajo aquel sol<strong>de</strong> plomo, ayudaba más a entrever qué somos, y qué somos cuando somos gran<strong>de</strong>s, quemiles <strong>de</strong> páginas <strong>de</strong>s<strong>de</strong> una lejanía que preten<strong>de</strong> ver eso como pasado. Bastaría sólo concontemplar la Esfinge. Miradla fi jamente. Cuántas veces lo hice, tratando <strong>de</strong> ahondaren el sentido <strong>de</strong> su gesto. Ahora sé que era una sonrisa indulgente ante mi <strong>de</strong>stino, antela suerte <strong>de</strong> todos. Abu-el-Hol la llaman los árabes, «el Padre <strong>de</strong>l Miedo».Egipto llevaba <strong>de</strong> la mano a sus hijos a través <strong>de</strong> ese miedo.Recuerdo una noche fascinante. Al otro lado <strong>de</strong>l barrio antiguo se extendían bajola Luna las colinas <strong>de</strong> Moqattam y la Ciudad <strong>de</strong> los Muertos. El olor <strong>de</strong> las floresembalsamaba el aire y a la luz <strong>de</strong> la Luna resplan<strong>de</strong>cían los flamboyants en flor y lasbuganvillas. Allí, en la solemnidad <strong>de</strong> un silencio casi sólido, se extendía la Ciudad <strong>de</strong>los Muertos. Una con la ciudad <strong>de</strong> los vivos.En aquella luz cenital cuajaba el símbolo <strong>de</strong> la única vida posible, la que se<strong>de</strong>sarrolla <strong>de</strong>s<strong>de</strong> una tradición, a la que pertenece y a la que modifica no menos que sufuturo, y hacia un mañana don<strong>de</strong> sus gestos tendrán sentido. Sólo po<strong>de</strong>mos no morir enese hilo conductor, y las socieda<strong>de</strong>s que lo rompen, no sólo tornan en incomprensibles einútiles sus acciones, sino que anulan todo el pasado. Si alguien mañana no pudieracompren<strong>de</strong>r por qué hago hoy esto o aquello, y no solamente compren<strong>de</strong>rlo comocompren<strong>de</strong>mos cualquier movimiento <strong>de</strong> las cosas, sino sentirlo carne suya, estaríamoscon<strong>de</strong>nados a la más absoluta e intolerable soledad en el universo. Ese vacío como lalocura.Pero <strong>de</strong> repente, esa contemplación fue ajena a mí, extraña. Todo eso existía, sí, ysin duda seguía sosteniendo el vivir <strong>de</strong> muchos. Pero sentí que algo -acaso lo que en míhabía <strong>de</strong> «europeo»- me <strong>de</strong>svinculaba <strong>de</strong> ese or<strong>de</strong>n, me «<strong>de</strong>sterraba». Podía escuchar eleco <strong>de</strong>l espíritu que había concebido ese ámbito sagrado, pero como ese sexto sentidoque te alerta <strong>de</strong> los instantes <strong>de</strong> peligro, algo me avisaba, casi físicamente, <strong>de</strong> que yoestaba ya apartado <strong>de</strong> la alianza, <strong>de</strong> ese río don<strong>de</strong> no morir. Sentí un vértigo triste.Mi hermano Frank murió en combate, en Francia, un 9 <strong>de</strong> Mayo. Y Willle siguió,poco <strong>de</strong>spués, achicharrado en su avión. Yo los quería. Pero su muerte no me afectó -aunque fuera mucho el dolor- <strong>de</strong>masiado. Habían caído con valor en una lucha a la quelibremente habían <strong>de</strong>cidido entregarse. Mejor eso que la <strong>de</strong>crepitud o la enfermedad.Continué mis trabajos en el Servicio y poco a poco fui integrándome en elpequeño grupo que con Ronald Storrs estaba concentrando la información sobre <strong>Arabia</strong>.Storrs era secretario <strong>de</strong>l Alto Comisario en Egipto y hombre muy inteligente; él yClayton 23 fueron los responsables <strong>de</strong> que el Alto Mando se preocupara por la Rebelión, ya ellos les <strong>de</strong>bo haber participado, y lo que luego fuí, como también alguna escapada <strong>de</strong>aquel mundo «oficial», cuando me mandaron a Grecia 24 -la misión era <strong>de</strong> cinco o seisdías, pero me «permitieron» dos semanas- y al <strong>de</strong>sierto libio, don<strong>de</strong> los revolucionarios<strong>de</strong> Senussis y los nómadas, pagados por Alemania, se preparaban para atacamos por elOeste.Ah, Grecia. Fueron días espléndidos que no han perdido en mi memoria ni unápice <strong>de</strong> su encanto. Primero es, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> una noche tormentosa en un cargueromiserable, el cielo azulísimo, casi negro, <strong>de</strong> Santorini. Luego, Serifos, recortando lablancura <strong>de</strong> sus casas sobre un planeta <strong>de</strong>strozado y volcánico y una mar luminosa,23 Gilbert Clayton (1875-1929). Era director <strong>de</strong>l Military Intelligence en El Cairo. Participaría <strong>de</strong>spués con <strong>Lawrence</strong> en el<strong>de</strong>sarrollo <strong>de</strong> la guerra tanto en <strong>Arabia</strong> como en Oriente Medio.24 Algunos biógrafos sitúan este viaje en Diciembre <strong>de</strong> 1910.19

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