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Lawrence de Arabia - JOSE MARIA ALVAREZ - José María Álvarez

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Bombay 9 <strong>de</strong> EneroBueno sigo con EgiptoCuando no tenía trabajo, pasaba las tar<strong>de</strong>s así, o leyendo: leí muchísimo; laEnciclopedia Británica era como una Biblia para mí, la abría por cualquier página yleía, leía, y todas las obras <strong>de</strong>l capitán Burton, antologías <strong>de</strong> poesía inglesa, española,alemana, francesa, rusa, textos <strong>de</strong> arqueología, los historiadores <strong>de</strong> la Augusta,Shakespeare una vez más..Descubrí en una librería unos poemas <strong>de</strong> un griego que vivíaen Alejandría, llamado Kavafis, hombre <strong>de</strong> vida, <strong>de</strong>cían, obscura, pero sus poemas eranhermosos, <strong>de</strong> una intensísima luci<strong>de</strong>z. Quise conocerlo y fui tres o cuatro veces aAlejandría -me gustaba mucho sentarme a meditar a la sombra <strong>de</strong> los muro: <strong>de</strong>l fuerte<strong>de</strong> Kait Bey- y lo busqué en un café que según me dijo un librero solía frecuentar y en elMinisterio <strong>de</strong> Riegos, don<strong>de</strong> trabajaba, pero no pu<strong>de</strong> dar con él. Aprovechaba los díasque estaba libre <strong>de</strong> servicio para correr en una motocicleta -ah, aquellas carreras entre ElCairo y Bulaq- y por la noche solía quedarme en mi habitación <strong>de</strong>l Shepheard, sentadoen la terracita contemplaba el Nilo y el manto <strong>de</strong> negrura que cubría la ciudad y susminaretes que parecían <strong>de</strong> plata a la luz <strong>de</strong> la Luna.¿Por qué he amado tanto correr en motocicleta ¿Qué sentía? Era una alegría queno he experimentado con la misma intensidad ni cuando volaba. Creo que era la soledad<strong>de</strong> la emoción. Algo que hendía 1a nada y que se acoplaba a mi cuerpo y yo al suyocomo un solo ser, un ser orgulloso y radiante que <strong>de</strong>safiaba a la muerte internándose enun túnel <strong>de</strong> viento y luz, libre. Resbalando por el flujo <strong>de</strong> lo absoluto, amando esepaisaje <strong>de</strong>l mundo que <strong>de</strong>saparecía más rápido que la vista a mis espaldas porque cadasegundo podía ser el último <strong>de</strong> esa perfección. Y sólo un punto en el infinito, el gran ojo<strong>de</strong> Dios, fijo en mí. La mano que gira apretando el mando <strong>de</strong> la velocidad, cada vez másrápido, cada vez más, hasta que <strong>de</strong>saparece todo lo que no sea ese ser mágico queatraviesa el viento, que incluso <strong>de</strong>ja atrás la muerte. Una exaltación <strong>de</strong> los sentidoscomo <strong>de</strong>bieron sentir los santos. El éxtasis.Fui muchas veces hasta las pirámi<strong>de</strong>s y la Esfinge. Me quedaba absorto ante eseespectáculo <strong>de</strong> inteligencia humana. No me asombraba su monumentalidad, sino susentido. Todo tenía sentido. Lo que en las salas <strong>de</strong> los museos eran piezas muertas, aquíeran objetos vivos, y verlo me permitía estudiarlos luego en las vitrinas, como lasarmaduras Cruzadas <strong>de</strong> mi niñez, como los sellos <strong>de</strong> Karkemish, sin <strong>de</strong>sprecio. Porquetodo había servido para algo, y había servido con dignidad y con gran<strong>de</strong>za. La figurita<strong>de</strong> un pren<strong>de</strong>dor para el pecho que <strong>de</strong>cía: «Vive y al que yo mire, reténlo para que meame», ahí no era el objeto muerto <strong>de</strong> una vitrina, perdido entre muchos, sino el latidoapasionado <strong>de</strong> un corazón <strong>de</strong> mujer. Todo vencía a la muerte, que acaso es lo que yoquería con mi propia vida.Un día se me rompió la motocicleta y tuve que regresar en el <strong>de</strong>startalado tranvía,el 14, que hacía el trayecto. Apretado entre la muchedumbre sentí como nunca laimpenetrabilidad, el «sagrario» <strong>de</strong> ese mundo. Ya había tenido esa sensación unamañana, en la mezquita <strong>de</strong> alabastro <strong>de</strong> Mehemet Alí; una figura envuelta en andrajosextendió hacia mí su mano pidiendo limosna; era una mano <strong>de</strong>strozada -¿lepra quizá?-.Le di unas monedas, y entonces me miró. En sus ojos había la indiferencia <strong>de</strong> un Dios o18

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