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que el modelo de dirección pública profesional requiere un proceso de racionalizaciónorganizativa que no se da en el modelo politizado o en el mixto. En aquéllos puestos <strong>directivo</strong>s deben tener su correspondiente perfil, se requieren definirobjetivos, establecer indicadores y articular un sistema de evaluación, así comoinstrumentar un sistema de incentivos. En estos, sin embargo, la administraciónpública funciona con parámetros decimonónicos, ya que los puestos <strong>directivo</strong>s nodisponen de más contenido funcional que el establecido en las normas orgánicas,carecen de fijación de objetivos y de sistema de evaluación, y las retribuciones delos puestos <strong>directivo</strong>s son homogéneas independientemente del contenido funcionaldel puesto y de sus resultados. En el modelo politizado o en el modelo «mixto»(político-burocrático) de dirección pública lo importante es el «cordón umbilical»(o manto de confianza) que une a la persona designada con el político, y su «gracia»consiste en que éste puede romperlo en cualquier momento en que, por losmotivos que fuere, le interese o le convenga. <strong>El</strong> resto de elementos de estos modelos,también del «mixto», es pura coreografía.No cabe duda, por tanto, que todo proceso de modernización de las administracionespúblicas debería incorporar la inserción de la dirección pública profesional.Así lo afirma, por ejemplo, la propia exposición de motivos del EBEP. Enrealidad, si se repara atentamente en este dato se podrá comprobar que el mantenimientodel viejo sistema de confianza política en el nombramiento y cese delos puestos de naturaleza directiva (aunque sea edulcorado con dosis del modelo«burocrático») es una apuesta por una administración pública tradicional, basadaen pautas ya superadas, y que tiende a huir del control de la gestión y de los resultados,pues difícilmente se podrá implantar un modelo de gestión asentado enresultados si los <strong>directivo</strong>s públicos no están sujetos al mismo y su actividad no esobjeto de evaluación.Se le pueden dar las vueltas que se quiera a los argumentos aquí esgrimidos, sepuede intentar justificar lo injustificable, pero creo que ha quedado meridianamenteclaro que el modelo actualmente vigente de dirección pública es un modelo viejo,sin perspectivas de futuro y con lastres evidentes para el desarrollo institucional,lo que tiene consecuencias directas sobre el plano de la competitividad y sobre elpropio modelo de desarrollo económico, como se han cansado de repetir los economistasy los organismos internacionales (por ejemplo, la OCDE). Sin embargo, latransición será compleja, pues las resistencias al cambio son de magnitudes considerablestanto por parte de los partidos políticos como por parte de las manifestaciones,también fuertes, de corporativismo en algunas administraciones públicas.Hay asimismo argumentos de otro carácter para defender la implantación delmodelo profesional de dirección pública. Aun en su versión más reducida (esto es,la configuración de la dirección pública profesional como una institución que seproyecta exclusivamente sobre los puestos <strong>directivo</strong>s de la alta función pública),el modelo profesional representa una lectura mucho más correcta constitucional-25

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