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(y, en consecuencia, los servicios prestados al ciudadano) serán de mayor calidad.Este tipo de alcaldes, con visión y liderazgo, pueden cambiar el ciclo anteriormentedescrito. Pero la situación de partida no será fácil. No hallarán posiblementemucha comprensión en los propios aparatos de los partidos políticos, que presionaránpara que se incorporen a la nómina de la dirección pública personas con«lealtad contrastada». No obstante, la política municipal tiene una ventaja frente ala autonómica y a la estatal, y es que, con excepciones muy singulares, los alcaldesdisponen de mayor autonomía de gestión y, también por lo común, permanecen ensu cargo varios mandatos, lo que les permite poner en marcha políticas de largoplazo que no vivan atadas al corto plazo del mandato de la legislatura.En realidad, la apuesta por un modelo de dirección pública profesional no deberíalevantar, desde un plano meramente conceptual, resistencias tan fuertes. Pueslos argumentos a favor de la implantación del modelo profesional son contundentesy, además, tienen a su favor el contraste empírico, ya que son modelos asentadosen países desarrollados tanto económicamente como democráticamente. Sinembargo, factores «culturales», impregnados de unas notables dosis de ignorancia,siguen alimentado resistencias enormes a la introducción de cualquier tipo demodelo que haga de la profesionalidad el valor determinante para el desempeñode puestos de naturaleza directiva.El modelo politizado e, incluso, el modelo mixto (burocrático-politizado), tienenunos auténticos «agujeros negros» de consideraciones notables en su construcciónconceptual. Ambos pivotan sobre el eje de la confianza política. Pero elescrutinio del sistema nos muestra todas sus debilidades cuando se examina concierto detalle. ¿Saben ustedes cómo se reclutan los altos cargos y personal directivode las instituciones públicas en España? Cuando no es el partido quien designaa una determinada persona, generalmente se aplican métodos tan rudimentarioscomo preguntar a personas conocidas quién puede ser designado para un determinadopuesto de trabajo. Se echa mano de llamadas de teléfono a determinadaspersonas para que nos «den nombres». El sistema muestra sus debilidades por laescasa fiabilidad del procedimiento elegido para esa designación. Por un lado, lospartidos políticos no garantizan una correcta selección de cuadros (como estamoshartos de comprobar en los sucesivos escándalos en los que unos y otros se hanvisto afectados) y, por otro, cuando se recurre al procedimiento de «la llamada» o«la pregunta» al fin y a la postre las soluciones ofrecidas dependerán de las filias ylas fobias que tenga hacia unos y otros la persona a la que preguntamos.Lo rudimentario del sistema elegido de «selección» de directivos públicos enel modelo actualmente vigente no puede resistir ni un asalto frente a las fortalezasque muestra el modelo de dirección pública profesional, que si se práctica de formainteligente –como venimos preconizando– puede permitir incluso unos ciertosmárgenes de discrecionalidad en el proceso de designación.Las ventajas son indudables, pero conviene resaltarlas. La primera ventaja es24

que el modelo de dirección pública profesional requiere un proceso de racionalizaciónorganizativa que no se da en el modelo politizado o en el mixto. En aquéllos puestos directivos deben tener su correspondiente perfil, se requieren definirobjetivos, establecer indicadores y articular un sistema de evaluación, así comoinstrumentar un sistema de incentivos. En estos, sin embargo, la administraciónpública funciona con parámetros decimonónicos, ya que los puestos directivos nodisponen de más contenido funcional que el establecido en las normas orgánicas,carecen de fijación de objetivos y de sistema de evaluación, y las retribuciones delos puestos directivos son homogéneas independientemente del contenido funcionaldel puesto y de sus resultados. En el modelo politizado o en el modelo «mixto»(político-burocrático) de dirección pública lo importante es el «cordón umbilical»(o manto de confianza) que une a la persona designada con el político, y su «gracia»consiste en que éste puede romperlo en cualquier momento en que, por losmotivos que fuere, le interese o le convenga. El resto de elementos de estos modelos,también del «mixto», es pura coreografía.No cabe duda, por tanto, que todo proceso de modernización de las administracionespúblicas debería incorporar la inserción de la dirección pública profesional.Así lo afirma, por ejemplo, la propia exposición de motivos del EBEP. Enrealidad, si se repara atentamente en este dato se podrá comprobar que el mantenimientodel viejo sistema de confianza política en el nombramiento y cese delos puestos de naturaleza directiva (aunque sea edulcorado con dosis del modelo«burocrático») es una apuesta por una administración pública tradicional, basadaen pautas ya superadas, y que tiende a huir del control de la gestión y de los resultados,pues difícilmente se podrá implantar un modelo de gestión asentado enresultados si los directivos públicos no están sujetos al mismo y su actividad no esobjeto de evaluación.Se le pueden dar las vueltas que se quiera a los argumentos aquí esgrimidos, sepuede intentar justificar lo injustificable, pero creo que ha quedado meridianamenteclaro que el modelo actualmente vigente de dirección pública es un modelo viejo,sin perspectivas de futuro y con lastres evidentes para el desarrollo institucional,lo que tiene consecuencias directas sobre el plano de la competitividad y sobre elpropio modelo de desarrollo económico, como se han cansado de repetir los economistasy los organismos internacionales (por ejemplo, la OCDE). Sin embargo, latransición será compleja, pues las resistencias al cambio son de magnitudes considerablestanto por parte de los partidos políticos como por parte de las manifestaciones,también fuertes, de corporativismo en algunas administraciones públicas.Hay asimismo argumentos de otro carácter para defender la implantación delmodelo profesional de dirección pública. Aun en su versión más reducida (esto es,la configuración de la dirección pública profesional como una institución que seproyecta exclusivamente sobre los puestos directivos de la alta función pública),el modelo profesional representa una lectura mucho más correcta constitucional-25

(y, en consecuencia, los servicios prestados al ciudadano) serán de mayor calidad.Este tipo de alcaldes, con visión y liderazgo, pueden cambiar el ciclo anteriormentedescrito. Pero la situación de partida no será fácil. No hallarán posiblementemucha comprensión en los propios aparatos de los partidos políticos, que presionaránpara que se incorporen a la nómina de la dirección pública personas con«lealtad contrastada». No obstante, la política municipal tiene una ventaja frente ala autonómica y a la estatal, y es que, con excepciones muy singulares, los alcaldesdisponen de mayor autonomía de gestión y, también por lo común, permanecen ensu cargo varios mandatos, lo que les permite poner en marcha políticas de largoplazo que no vivan atadas al corto plazo del mandato de la legislatura.En realidad, la apuesta por un modelo de dirección pública profesional no deberíalevantar, desde un plano meramente conceptual, resistencias tan fuertes. Pueslos argumentos a favor de la implantación del modelo profesional son contundentesy, además, tienen a su favor el contraste empírico, ya que son modelos asentadosen países desarrollados tanto económicamente como democráticamente. Sinembargo, factores «culturales», impregnados de unas notables dosis de ignorancia,siguen alimentado resistencias enormes a la introducción de cualquier tipo demodelo que haga de la profesionalidad el valor determinante para el desempeñode puestos de naturaleza directiva.<strong>El</strong> modelo politizado e, incluso, el modelo mixto (burocrático-politizado), tienenunos auténticos «agujeros negros» de consideraciones notables en su construcciónconceptual. Ambos pivotan sobre el eje de la confianza política. Pero elescrutinio del sistema nos muestra todas sus debilidades cuando se examina concierto detalle. ¿Saben ustedes cómo se reclutan los altos cargos y <strong>personal</strong> <strong>directivo</strong>de las instituciones públicas en España? Cuando no es el partido quien designaa una determinada persona, generalmente se aplican métodos tan rudimentarioscomo preguntar a personas conocidas quién puede ser designado para un determinadopuesto de trabajo. Se echa mano de llamadas de teléfono a determinadaspersonas para que nos «den nombres». <strong>El</strong> sistema muestra sus debilidades por laescasa fiabilidad del procedimiento elegido para esa designación. Por un lado, lospartidos políticos no garantizan una correcta selección de cuadros (como estamoshartos de comprobar en los sucesivos escándalos en los que unos y otros se hanvisto afectados) y, por otro, cuando se recurre al procedimiento de «la llamada» o«la pregunta» al fin y a la postre las soluciones ofrecidas dependerán de las filias ylas fobias que tenga hacia unos y otros la persona a la que preguntamos.Lo rudimentario del sistema elegido de «selección» de <strong>directivo</strong>s públicos enel modelo actualmente vigente no puede resistir ni un asalto frente a las fortalezasque muestra el modelo de dirección pública profesional, que si se práctica de formainteligente –como venimos preconizando– puede permitir incluso unos ciertosmárgenes de discrecionalidad en el proceso de designación.Las ventajas son indudables, pero conviene resaltarlas. La primera ventaja es24

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