trata de una concepción enormemente vieja y periclitada, con efectos letales paralas organizaciones públicas y para las propias políticas públicas, pero que tiene raícesprofundas en todos los partidos políticos, sean del cariz ideológico que sean.Cambiar ese estado de cosas no es fácil. Se pueden cambiar leyes o reglamentoscon mayor o menor dificultad, pero cuando se trata de cambiar mentalidades elproblema se multiplica. Y más aún si se trata de concepciones ancladas en lo máshondo del subconsciente colectivo.Dicho rápidamente, a los políticos y a los partidos políticos hay que convencerlescon argumentos y con hechos que les muestren de forma diáfana y fehacienteque el modelo de dirección pública profesional es mucho más efectivo para lapuesta en marcha de las políticas públicas del gobierno y que sus resultados serána medio plazo infinitamente mejores que los obtenidos por un sistema como elactual. Y aun así las resistencias serán numantinas.He tenido múltiples ocasiones de plantear este tema a determinados políticosde diferentes niveles de gobierno. Por lo general, hay dos tipos de reacciones. Lamás común es cerrarse en banda y argumentar que el modelo actual les deja libertadde movimientos para elegir y cesar libremente. <strong>El</strong> argumento adicional esque han ganado las elecciones, deben poner en marcha su programa político y,en consecuencia, deben tener las manos libres para formar equipos cohesionadosque puedan desarrollar esas políticas.<strong>El</strong> argumento es, ciertamente, una suerte de reedición, por cierto bastante trasnochada,de la doctrina del spoil system que construyera el presidente de EstadosUnidos Andrew Jackson, allá por los años veinte del siglo xix: quien gana las eleccionesse lleva el botín. <strong>El</strong> problema central de este razonamiento reside en que,si bien es intachable democráticamente el argumento de que quien gana las eleccionesdebe gobernar, no lo es tanto que quien gana las elecciones tiene patentede corso para nombrar y cesar los niveles intermedios o altos puestos <strong>directivo</strong>sde la respectiva administración pública.De hecho, la práctica totalidad de las democracias avanzadas han resuelto demanera razonable ese dilema y han ido configurando sistemas institucionales dedirección pública con elementos cada vez más acusados de profesionalidad. Eneste punto, como ya indiqué en otro lugar, España tiene un notable subdesarrolloinstitucional, derivado, qué duda cabe, de nuestra débil cultura política y nuestrofragmentado desarrollo democrático, que se ha visto quebrado en diferentes momentoshistóricos por prácticas autoritarias o dictatoriales.Dentro de la batería de pretendidas razones que se esgrimen como «escudo»,hay una en la que quisiera detenerme por su enorme potencial retórico y por sufuerte carácter destructivo. Me refiero al argumento de «formar equipos», que posiblementees uno de las más perversas manifestaciones de esa forma de razonar.En efecto, bajo el manto de «formar equipos» se decapitan constantemente las22
estructuras directivas de los diferentes gobiernos y, lo que es más grave, se desangrael conocimiento y la continuidad de las diferentes políticas públicas. En unescenario en el que buena parte de las políticas públicas (en materias tales comoinfraestructuras, enseñanza, sanidad, medio ambiente, etc.) son políticas de largociclo o, mejor dicho, que sobrepasan con mucho el alcance de una legislatura, resultamuy poco conveniente (por no decir completamente inoportuno) apostar porcambios de «equipo» cada vez que el responsable político cambia o cada vez quehay un cambio de color político. <strong>El</strong> coste que todos estos cambios tienen sobre elfuncionamiento del sector público (dicho de forma más directa, sobre la sociedady el sistema económico) nadie los ha evaluado todavía, pero intuitivamente puedoindicar que son altísimos.<strong>El</strong> argumento de «formar equipos» esconde, sin embargo, algo más turbio. Sinduda es un buen argumento para fomentar la «cohesión ideológica» del cuadrode mandos de una determinada organización, pero también sirve para generarlealtades inquebrantables, ausencia de cualquier atisbo, por mínimo que sea, decrítica o censura de una determinada decisión política y, en el peor de los casos,un medio espurio para «colocar» a fieles, amigos o, incluso, parientes más o menospróximos. Pero tiene todavía unos efectos más letales para el sistema político,puesto que sirve para diluir o, en su caso, desviar las responsabilidades políticasen las que pueden incurrir los responsables políticos máximos de un determinadogobierno o de un concreto departamento. En no pocas ocasiones nuestros políticos(ministros, consejeros, alcaldes) han huido de asumir responsabilidades políticasdirectas en asuntos de notable envergadura cesando a «mandos intermedios»(esto es, cargos <strong>directivo</strong>s) de su respectiva entidad o departamento. En la mentede todos estarán varios de estos casos.Pero hay, afortunadamente, otro tipo de reacción de los políticos frente a estapropuesta de implantar un modelo de dirección pública profesional. Se trata de loque podemos denominar la respuesta positiva o «constructiva» frente a esa implantación.No son todavía muchos los políticos que afrontan estos temas con visiónestratégica y que huyen, como del demonio, de esa concepción patrimonial yatada al ciclo político inmediato (una perspectiva que me atrevo a calificar de vuelogallináceo) de la dirección pública. Pero comienza a haber una nueva generaciónde políticos que confía plenamente en la gestión y la racionalidad de la gestión, yque busca resultados óptimos que mejoren la calidad de vida de los ciudadanos,habiendo encontrado en la importación de algunos elementos del modelo de direcciónpública profesional una ayuda para alcanzar esos objetivos.Ciertamente, estos políticos con visión estratégica, que son conscientes de queinvertir en una dirección pública profesional es introducir factores de racionalizacióny modernidad en los aparatos públicos, se encuentran en la actualidad principalmenteen el mundo local. Son normalmente alcaldes que tienen la percepciónde que introduciendo mejoras en esos ámbitos el resultado de la gestión municipal23
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BibliografíaABD. The Senior Civil
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Serrano PaScual, a.; teruel Melero,
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