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La muerteY molesto por la curiosidad de los que pasan frente a su celda, como si setratara de ver una fiera enjaulada, el condenado protesta a viva voz”.“L’Italia del Popolo” —diario republicano italiano que se curaen salud no criticando a la dictadura en nada— trata de describir conobjetividad esas horas: “Avanzamos por la calle Las Heras —dice— endirección al tétrico e imponente edificio de la Penitenciaría Nacional. Entre lafrondosa arboleda se mueven —en la semioscuridad de la noche fresca yestrellada —centenares y centenares de personas. Muchos de ellos que pocoantes han estado gritando su locura en el estadio de River Plate, situado a pocadistancia de la prisión, vagan ahora como fantasmas entre Las Heras, CoronelDíaz y Salguero. ¿Esperan otro espectáculo?”. Y luego informa: “Arriba elministro del Interior, doctor Sánchez Sorondo, acompañado por el secretario delPresidente de la República. Lo recibe enseguida el doctor Viñas, director de laprisión, que desde hace 48 horas que no duerme. El ministro exige que se leinforme y da las últimas instrucciones. Ahora sí que se puede decir con certezamatemática que Di Giovanni será fusilado. Hasta ahora existía la esperanza,débil esperanza, de un indulto. Las disposiciones del ministro son taxativas”.No. Matías Sánchez Sorondo no es hombre de indultos.Llamado el enterrador —en voz baja— por la gente de los barrios, es untípico político conservador, de amplios contactos con los militares y lospoderes económicos, que tiene un odio visceral contra toda la ideologíaextranjerizante, sea anarquismo, comunismo o socialismo. Creefirmemente en los valores nacionales, es un nacionalista aristocrático. Silo dejan hacer, él va a limpiar la República en pocos años.“El mismo doctor Sánchez Sorondo —dice el mismo diario—no puedesustraerse a la curiosidad general: fue a dar una mirada fugaz a los doscondenados a muerte. No habla con ninguno de los dos. Los mira y se va.”No se iba a perder ese lujo de triunfador ante ese sujeto que sehabía atrevido a burlarse de su apellido de prosapia. El sorete era eseanarquista e iba a terminar como tal: en la picota, ajusticiado como vilsujeto.“A la entrada de la prisión —sigue el diario— continúan las idas yvenidas. Son muchos en Buenos Aires los que quieren ver cómo se fusila a unhombre. Entre estos no faltan ni los parientes de Delia Berardone, la niñamuerta en el tiroteo de Corrientes y Callao. El tío Rodolfo Berardone y el primoJuan Nelfi se presentan al director y piden autorización para presenciar laescena final. Atendiendo las razones, el permiso es concedido. Los dos parecen
Severino Di Giovanni. El idealista de la violenciaestar satisfechos. En la calle, la multitud aumenta. Se interrumpe el tráfico en lacalle Las Heras.”Todas las crónicas periodísticas de los últimos momentos de DiGiovanni son similares. Vamos a reproducir la de “Crítica” porque es tal184vez la que tiene más detalles.“Dos hombres uniformados pasan por el pasillo llevando un pesadojuego de grillos y los elementos necesarios para remacharlos. En la celda, laescena es terriblemente dramática. Los hombres colocan los hierros en los pies deDi Giovanni y durante un rato se sienten los golpes de martillo hasta que elcondenado queda casi imposibilitado por completo para moverse. La tropacomienza a preparar sus armas. Con aparente tranquilidad, los guardianescolocan en el patio el banquillo y miden cinco pasos hasta el sitio donde se hará ladescarga. Cuando Di Giovanni emprende la marcha en dirección al lugar defusilamiento, se oye desde lejos el ruido de los grillos al golpear en el suelo. Todosguardan el más completo silencio alterado solamente por las voces de mandooficial que ha de dirigir la ejecución.”Mientras tanto, el patio de la prisión ofrece un aspectodesusado, verdaderos racimos humanos se apretujan en el estrechoespacio para no perder detalle. El techo de la carpintería —desde dondese domina el patio— también está colmado. Afuera, hay miles depersonas que aguardan el privilegio de oír las detonaciones.Sigamos con la crónica periodística:“Al fondo del patio, una pared alta en cuya parte superior seencuentran las garitas de los centinelas. Hasta una distancia de cinco metrospor delante de la pared, un cantero como de un metro de altura cubierto de céspedy cayendo en suave declive hacia uno de los caminos, frente al taller decarpintería. Sobre ese cantero y a una distancia aproximada de tres metros de lapared, se había colocado la silla trágica.A esa hora —las 5— la madrugada recién comienza a insinuarse. Unaluz difusa envuelve las cosas en un manto gris. El banquillo para la ejecuciónestaba colocado en la parte más elevada de la pendiente verde. Desde lejos podíaadvertirse su respaldo exageradamente alto y sus patas, que de tan tiesasparecían incrustarse con fuerza, en el terreno.Una marcha rítmica de soldados hizo volver las cabezas. Era el pelotónde guardiacárceles encargado de ejecutar la sentencia. Los soldadosevolucionaron hasta formar cuadro alrededor del sitio en que se encontraba elbanquillo. Las voces de mando, únicas voces que se escuchaban en el silencio dela hora, parecían ecos extraños.
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<strong>Severino</strong> <strong>Di</strong> <strong>Giovanni</strong>. <strong>El</strong> <strong>i<strong>de</strong>alista</strong> <strong>de</strong> <strong>la</strong> violenciaestar satisfechos. En <strong>la</strong> calle, <strong>la</strong> multitud aumenta. Se interrumpe el tráfico en <strong>la</strong>calle Las Heras.”Todas <strong>la</strong>s crónicas periodísticas <strong>de</strong> los últimos momentos <strong>de</strong> <strong>Di</strong><strong>Giovanni</strong> son simi<strong>la</strong>res. Vamos a reproducir <strong>la</strong> <strong>de</strong> “Crítica” porque es tal184vez <strong>la</strong> que tiene más <strong>de</strong>talles.“Dos hombres uniformados pasan por el pasillo llevando un pesadojuego <strong>de</strong> grillos y los elementos necesarios para remacharlos. En <strong>la</strong> celda, <strong>la</strong>escena es terriblemente dramática. Los hombres colocan los hierros en los pies <strong>de</strong><strong>Di</strong> <strong>Giovanni</strong> y durante un rato se sienten los golpes <strong>de</strong> martillo hasta que elcon<strong>de</strong>nado queda casi imposibilitado por completo para moverse. La tropacomienza a preparar sus armas. Con aparente tranquilidad, los guardianescolocan en el patio el banquillo y mi<strong>de</strong>n cinco pasos hasta el sitio don<strong>de</strong> se hará <strong>la</strong><strong>de</strong>scarga. Cuando <strong>Di</strong> <strong>Giovanni</strong> empren<strong>de</strong> <strong>la</strong> marcha en dirección al lugar <strong>de</strong>fusi<strong>la</strong>miento, se oye <strong>de</strong>s<strong>de</strong> lejos el ruido <strong>de</strong> los grillos al golpear en el suelo. Todosguardan el más completo silencio alterado so<strong>la</strong>mente por <strong>la</strong>s voces <strong>de</strong> mandooficial que ha <strong>de</strong> dirigir <strong>la</strong> ejecución.”Mientras tanto, el patio <strong>de</strong> <strong>la</strong> prisión ofrece un aspecto<strong>de</strong>susado, verda<strong>de</strong>ros racimos humanos se apretujan en el estrechoespacio para no per<strong>de</strong>r <strong>de</strong>talle. <strong>El</strong> techo <strong>de</strong> <strong>la</strong> carpintería —<strong>de</strong>s<strong>de</strong> don<strong>de</strong>se domina el patio— también está colmado. Afuera, hay miles <strong>de</strong>personas que aguardan el privilegio <strong>de</strong> oír <strong>la</strong>s <strong>de</strong>tonaciones.Sigamos con <strong>la</strong> crónica periodística:“Al fondo <strong>de</strong>l patio, una pared alta en cuya parte superior seencuentran <strong>la</strong>s garitas <strong>de</strong> los centine<strong>la</strong>s. Hasta una distancia <strong>de</strong> cinco metrospor <strong>de</strong><strong>la</strong>nte <strong>de</strong> <strong>la</strong> pared, un cantero como <strong>de</strong> un metro <strong>de</strong> altura cubierto <strong>de</strong> céspedy cayendo en suave <strong>de</strong>clive hacia uno <strong>de</strong> los caminos, frente al taller <strong>de</strong>carpintería. Sobre ese cantero y a una distancia aproximada <strong>de</strong> tres metros <strong>de</strong> <strong>la</strong>pared, se había colocado <strong>la</strong> sil<strong>la</strong> trágica.A esa hora —<strong>la</strong>s 5— <strong>la</strong> madrugada recién comienza a insinuarse. Unaluz difusa envuelve <strong>la</strong>s cosas en un manto gris. <strong>El</strong> banquillo para <strong>la</strong> ejecuciónestaba colocado en <strong>la</strong> parte más elevada <strong>de</strong> <strong>la</strong> pendiente ver<strong>de</strong>. Des<strong>de</strong> lejos podíaadvertirse su respaldo exageradamente alto y sus patas, que <strong>de</strong> tan tiesasparecían incrustarse con fuerza, en el terreno.Una marcha rítmica <strong>de</strong> soldados hizo volver <strong>la</strong>s cabezas. Era el pelotón<strong>de</strong> guardiacárceles encargado <strong>de</strong> ejecutar <strong>la</strong> sentencia. Los soldadosevolucionaron hasta formar cuadro alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong>l sitio en que se encontraba elbanquillo. Las voces <strong>de</strong> mando, únicas voces que se escuchaban en el silencio <strong>de</strong><strong>la</strong> hora, parecían ecos extraños.